Publicado en: Gaceta 2000 (Periódico de 11no Grado) número 2, enero de 1999, página 6.
El respeto es imprescindible en toda relación humana. Mientras más madura es una persona, más lo cultivará y lo hará extensible a todas las esferas de la vida.
Nuestra escuela siempre ha sido fiel exponente de las reglas de la educación, pero actualmente no podemos obviar las manifestaciones que han provocado un debilitamiento entre los lazos que existen en la relación profesor-alumno y alumno-profesor.
Nosotros, los estudiantes, en ocasiones no aceptamos los errores cometidos por los profesores, errores propios del ser humano, errores que podría cometer cualquier persona que viviera bajo las condiciones de estos tiempos. Criticamos incesantemente la falta de comprensión, los malos tratos y la rigidez de pensamiento, pero a los profesores que más hacen “gala” de estas “cualidades”, nunca nos acercamos para hacerles llegar nuestros puntos de vista y temblamos de “respeto” con solo oír sus nombres. Sin embargo, en los casos de profesores y trabajadores que más comprensión nos brindan, muchas veces vemos en estos acercamientos una falsa debilidad y vulnerabilidad.
En el mejor de los casos encontramos en los profesores, que han dejado de serlo, para convertirse en nuestros amigos, los únicos capaces de comprendernos y aconsejarnos ante cualquier problemática que surja en nuestra vida en la escuela. Pero igual que reconocemos nuestros problemas, es necesario no pasar por alto las dificultades presentadas por trabajadores y profesores del centro en el trato para con nosotros.
¿Es demasiado, acaso, pedir que nos escuche y que reflexionen, poniéndose en nuestro lugar, sin poner por delante sus problemas, sin hacernos culpables de su situación personal? ¿Es mucho pedir que vean el significado real de nuestras palabras, y no como recriminaciones injustificadas y críticas o faltas de respeto? Somos personas que estamos aprendiendo a vivir, ustedes deben ayudarnos a vivir.
Cuando sea necesario, repréndanos, los errores que cometemos debemos enmendarlos, pero no hagamos del regaño una rutina siempre perenne en nuestras relaciones.
No lleguemos a extremos, no nos dañemos en vano, no permitamos nunca que los lazos que nos unen, se vean sustituidos por solo frías orientaciones y palabras vacías.