Por: Hilda María Izquierdo Averhoff
Profesora y Jefa de Cátedra de Español-Literatura
Años de trabajo: 1974-1991
Estudios realizados: 1956. Graduada de la Escuela Normal para Maestros de La Habana. 1964. Doctora en Pedagogía
Profesión actual: Jubilada desde 1991
¿Cómo podré plasmar en dos cuartillas la mitad de mi experiencia laboral en la Escuela Vocacional Lenin?
¿Cómo decir, en estas breves líneas, lo que significó esa institución en 17 años?
Debo remontarme a más de tres décadas, recordar, en primer plano, la emoción que sentí cuando logré mi ansiado anhelo de ingresar en ese centro como profesora y J’ de Cátedra de Español y Literatura. Fue un paso de avance en mi carrera profesional, pues tuve la oportunidad de ampliar mis conocimientos, procederes, métodos y unirme a compañeros talentosos que formábamos un gran familia en donde intercambiábamos experiencias, guiados de la mano de Lucila Espinosa, J’ de Departamento, quién supo elevar mi nivel educacional y político.
Siento un gran amor por esa escuela, luché por ella durante 17 años, soy fundadora de la misma y me resultó angustiante la última vez que la vi, casi destruida. Me ocasionó tristeza el observar las aulas, los pasillos, el audio y vinieron a mi mente las brigadas de limpieza que 3 veces al día pasaban el escobillón con aserrín y luz brillante… Nos podíamos mirar en ese piso.
Significó una estrecha relación entre alumno y profesor, y me alegro mucho cuando asisto a una consulta y oigo que me dicen, cariñosamente, Profe, ¿qué tiene?
Significó que en esa relación alumno-profesor, podíamos compartir con ellos, bailar, participar en sus juegos con alegría y respeto. Siempre que veo programas de baile, ruedas de casino, recuerdo como formaba parte de ellas y se reían porque yo bailaba muy bien.
Tenía un grupo de alumnos del interior, les decía “Los Guachos”. Cada 17 de mayo ellos esperaban mis felicitaciones y las golosinas que les regalaba por el “Día del Campesino”; siempre me acordaba de ellos, lejos de sus familiares, en esa efeméride.
No sólo trabaje como profesora, reafirmé mi sentido de madre: ¡cuántas confesiones escucharon mis oídos de esos adolescentes y cuántos consejos surgieron de mi boca y experiencia para paliar ese problema tan grave, para ellos, en ese momento!
Vivo cerca de un punto de pase de alumnos y cuando los miro, recuerdo las famosas salidas los sábados o viernes para duodécimo grado.
Finales de enero, 1974: dirigentes, profesores, alumnos, personal de servicio, chóferes, jardineros, todos los trabajadores, se unieron en un haz de luz, se convirtieron en uno solo para con amor y trabajo inaugurar la escuela el día señalado. Reverdeció, milagrosamente, el césped de la tribuna, gracias a la cantidad de agua y al esfuerzo de todos. Tal vez por eso me gusta ver el césped verde, muy verde.
Pero lo que más me entusiasma es cuando oigo: ¡Dr., usted trabajó en la Lenin!, o, Profe, ¿no se acuerda de mí? Se agolpan en mi mente todos esos años y trato de recordar esa cara mientras converso con ellos y me entero de sus carreras, trabajos, familias, etc.
En el team médico que me operó, una de la Dras era una ex alumna de la escuela. Me brindó su apoyo en todo momento.
En la TV, teatros, hospitales, escuelas, empresas, etc., encuentro rostros conocidos que me enorgullecen y hacen la vida feliz, pues pienso que todos esos años trabajados, lograron sus frutos. La Lenin fue una cantera de profesionales para el futuro, creó el hombre integral que deseábamos.
Hoy, a los 16 años de mi jubilación, sigo enamorada de mi escuela y hablo con mucho cariño de ella y le doy las gracias por haberme hecho feliz.
¡Muchas Gracias!
Fuente: Proyecto Cultural Retorno(s)