Por: David Vazquez Abella
Años de estudio: 2004-2007
Graduación XXXIII Aniversario
Estudios actuales: Primer año de Periodismo, Facultad de Comunicación, Universidad de la Habana.
Si me preguntaran “¿cuáles han sido los mejores años de tu vida?” por supuesto que respondería que los 3 que pasé estudiando en la Lenin. Pero no solo yo, seguro que todos mis compañeros, que todos los egresados, responderían lo mismo. Es que esa escuela significó y significa mucho para nosotros. Nadie, ni el mejor pintor, músico o escritor, puede describir lo que es la Lenin en nuestros corazones. El español no abarca tanto, quizás tendríamos que inventar nuevas palabras para referirnos solo a la escuela y a lo que es.
Desde pequeño quise entrar, recuerdo cómo mi mamá me hacía anécdotas de la época en que ella estudió ahí; fue, como dice ella “una preparación desde primer grado” la que recibí. Entré quizás como todo el mundo, con expectativa por lo nuevo, ya tenía una imagen demasiado inmensa de lo que sería. ¡Qué grande fue mi decepción al ver la escuela! Para mi no eran más que paredes llenas de moho, pasillos sucios, goteras en el techo, ventanales rotos, “piscinas desnudas” (metáfora usada en una canción más tarde), recuerdo mi asombro cuando mi madre me llevó a dar una vuelta para enseñarme el lugar y ella lloraba de nostalgia, yo no entendía por qué, es que aún esa no era mi escuela.
Entre las imágenes prediseñadas que tenía de la escuela, estaban las de sus estudiantes, creía que me encontraría niños todos de espejuelitos, bien peinados, vestidos correctamente y con la mochila llena de libros de matemáticas o física. Pues me equivoqué, los alumnos (sobre todo los de 12o grado) eran divertidos, tenían los pelos pintados, fumaban, tomaban, bailaban, practicaban deportes, en mi primera semana comprendí que estaba muy equivocado.
Poco a poco fueron pasando los días, las semanas, los meses y nos fuimos adaptando, para los 4 ó 5 meses finales del primer curso cerraron la escuela para repararla y a décimo grado nos mandaron para Ciudad Libertad, de ahí también tengo buenos recuerdos, es cierto que las condiciones de vida eran pésimas, que no había agua suficiente para todos, que sobre todo, esa no era nuestra escuela; pero igual guardamos muchos buenos recuerdos porque fue una etapa en que nos unimos más. Cuando regresé a la escuela, para trabajar en las BETS de esas vacaciones, descubrí que me la habían cambiado, los mohos de las paredes que ya tenían un toque artístico habían sido eliminados como se elimina a la peor de las plagas; las viejas ventanas de madera que tantas historias tenían, fueron cambiadas por unas nuevas metálicas, sin vida ni brillo; los pasillos oscuros que escondían a tantos enamorados y que permitían dormir a los de guardia, fueron iluminados por centenares de bombillos, pero ya no tenían luz; todo lo viejo, lo destruido, fue cambiado por lo nuevo. Claro, no todo fue decepción en la nueva escuela, ahora teníamos aires acondicionados en los albergues, agua a todas horas, mejores taquillas y mejores colchones (no mejores literas).
Es preferible no contar mi onceno grado, fue desastroso académicamente y muchas veces estuve más afuera que adentro por problemas de disciplinas, pero por suerte y por ayuda de muchos profesores que me cuidaban y me apreciaban sobreviví y llegué a doce grado y terminé bien. Es muy cierto que en la Lenin nos dan una mejor preparación para enfrentar las pruebas de ingreso a la universidad y que te exigen estudiar mucho, pero también es cierto que casi todos (al menos una vez) fuimos finalistas, muy pocos estudiábamos realmente a conciencia, revisábamos la libreta o el libro la madrugada antes de la prueba. Al principio muchos eran los que estudiaban todos los días, los que se preparaban para los concursos, al final, en doce grado bastaba con obtener buena nota.
Los amigos es uno de los mejores recuerdos que todos guardamos. Nace una nueva familia, es una relación muy única. Todavía son muchos hoy los amigos que se ven cada día, otros se alejan pero no se olvidan.
Como en todos lados, los jóvenes siempre buscábamos la forma de romper las reglas. Quien no se haya fugado para el Jardín Botánico, el Expocuba o el Vaquerito, puede decir que no estuvo en la Lenin. ¿Quién no tuvo una noche de amor y sexo en el último trampolín; o se escondió en un aula vacía con su pareja; o le picaron los bichos entre la hierba del campo de fútbol; quién no se saltó un turno de física a las 2 de la tarde; o se durmió en un turno de guardia; o se quedó durmiendo hasta las diez de la mañana; quién no hizo una visita al albergue de su pareja; quién no hizo fraude en una prueba; quién no se emborrachó en una recreación; o comió doble cuando el hambre apretaba; o se acostó tarde haciendo cuentos; quién no escribió su nombre con algún mensaje en las paredes; quién no faltó al trabajo; quién no rompió una regla? Pero así era, siempre buscando la forma de hacer lo prohibido, siempre buscando los rincones más escondidos para tener sexo, mucho sexo, poco amor.
Esa es mi Lenin, mi escuela, donde encontré amigos, enemigos, donde reí, lloré, padecí, disfruté; donde suspendí pruebas, aprobé el resto, cogí periodismo; donde aprendí, donde crecí; donde encontré nuevos padres; donde amé, odié; donde hice el amor; donde tomé, fumé; donde viví, soñé… donde pasé los tres mejores años de mi vida.
Fuente: Proyecto Cultural Retorno(s)