Claudia González Machado

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Curso 2002-2005

Graduación XXXI Aniversario
Años de estudio: 2002-2005

Estudios realizados:
Lic. en Historia del Arte, Universidad de La Habana

La Lenin no fue una simple etapa de mi vida. Fue más; tanto que podría estar escribiendo varios días sobre el tema. Aún hoy, cuando me reúno con mis amistades –la mayoría procedente de la escuela- creo que es difícil evitar recaer siempre sobre lo mismo. De hecho, parece no haber nada más extraordinario capaz de llamarnos la atención. Y hablamos y hablamos horas de aquellos tres años. Pareciera que nuestras vidas no hubiesen cambiado, o mejor dicho, pareciera que ese momento hubiera marcado una pauta, un antes y un después, en ellas.

En la Lenin descubrí tantas cosas… desde las mejores hasta las peores. Descubrí la amistad, la verdadera, esa que permanece a lo largo de los años sin importar las distancias. Amistad que me nutrió de experiencias que creo me han hecho ser una mejor persona. Descubrí valores humanos como la solidaridad y el compañerismo, que considero indispensables en la formación de un ser humano, en el sentido pleno de la palabra. Descubrí lo que es el amor – a mis amistades, profesores, y a la propia escuela-, ese que nunca se olvida y que se torna perenne a pesar de los años. Descubrí la nostalgia y el recuerdo, que a veces parecían inundarme y que, al mismo tiempo, me hicieron descubrir lo que era también la soledad.

Descubrí lo que eran el engaño, el egoísmo, la traición, e incluso, descubrí algo que no cabía en mi cabeza: que en muy pocas personas – incluso aunque estuviesen a un centímetro de distancia- podía confiarse, porque a fin de cuentas, se trataba de una beca, con todo lo que ella implica. En fin, no creo que tenga que aclarar que en una beca -cualquiera que sea- todo se sabe.

Estábamos aislados del mundo. Sin embargo, me sentía tan llena, que no necesitaba salir de ahí para ver otras realidades. Porque pienso que la Lenin es una ciudad, y en este caso sus habitantes éramos nosotros mismos. Éramos los ciudadanos de una pequeña, pero al mismo tiempo inmensa ciudad colmada de amor, de azul y de amistad. Se suponía que nuestra principal misión fuese la de estudiar para superarnos. Pero claro está que no todo era estudio. También existían otras actividades, que todos los que estuvieron en la escuela bien deben recordar. Como en las ciudades, en la Lenin los estudiantes podían también recrearse –en las propias recreaciones, en las peñas de rock, en la piscina, y de otras maneras-; podían tener, aunque escondidos, sus parejitas, y soñar con familias y futuros muy prometedores. Y vale aclarar que es sorprendente cómo muchos de esos sueños hoy son realidad, demostrando una vez más que lo que nace de los más puros sentimientos prevalece ante las circunstancias.

Hablaba de las recreaciones. Y en ellas es indispensable el baile. Ese baile que muchos aprendimos con tan solo poner un pie en la escuela. Pero no es un baile cualquiera, es el baile de la Lenin. Todos los que de allí salimos bailamos de una manera peculiar –algunos dicen que con salticos- que nos identifica en cualquier parte que estemos.

Por otra parte, en la Lenin uno va definiendo poco a poco ese “quién soy” imprescindible a la hora de construir la identidad. En mi caso particular, no puedo dejar de mencionar las peñas de rock, espacios en los cuales descubrí gran parte de la música que hoy sigo escuchando. Las peñas eran mágicas –no se me ocurre otro adjetivo-, allí íbamos los rockeros o los que compartían algunos gustos semejantes a “descargar”, pasando unas horitas especiales, que vale aclarar que muchas veces se nos negaban.

Algo que recuerdo con mucha simpatía es la enorme creatividad que uno tenía que aplicar en la Lenin. Ello está muy relacionado con lo que decía anteriormente: eso de que uno, al fin y al cabo, estaba en una beca, y a veces era necesario hablar en códigos para que la gente no supiera a quién o a qué nos referíamos. Así inventamos un sinnúmero de apodos, de nombretes, de frases que aún hoy muchos usamos en nuestro hablar cotidiano. Me acuerdo ahora de algunas creaciones de mi grupo: “el dúo pan con lechón”, “las metamorfósicas”, “el Licenciado”, “el trío Galaxia”, “la potrancota”, “la china cochina capuchina”, y otras muchas que me hacen expresar, cada vez que las recuerdo, una gran carcajada alegre y pícara.

Tampoco olvidaré las guardias, la limpieza de las áreas verdes, los cumpleaños que allí pasé –unos cumpleaños bien húmedos por la cantidad de agua que me tiraron-, la comida y las interminables colas que a veces se armaban –sobre todo en la última etapa-, los matutinos generales, los conciertos de algunos grupos musicales, los brilladores de petróleo –que siempre nos dejaban las manos con una peste horrible -, e incluso (por qué no) algunas que otros paseos por las zonas aledañas a la escuela. Tampoco olvidaré a mis profesores, esos con los que compartí mucho tiempo y muchos de los cuales me hicieron crecer tanto espiritual como intelectualmente. Cómo olvidar a Melián, a Pancho, a Corona, a la Companioni, a Laferté, a Marifí, y a otros muchos.

En fin, la Lenin fue esa etapa que perdura y que continúa viva, que me hizo crecer, que dejó en mí una huella profunda e inolvidable. No pasó por mi vida de manera fútil. La Lenin es algo vivo. Entre mi mente y la escuela hay algo más que el mero recuerdo, hay una conexión inexplicable que me incita a recordarla cada día más. Si la canción de Pablo Milanés dice que “ya se va aquella edad”, yo digo que no, que esa edad permanece, como mismo permanece la huella del primer amor.

 

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