Gente de la Lenin —>> ALEJANDRO SANTOYO GONZÁLEZ
Años de estudio: 2003-2006
Graduación XXXII Aniversario
El IPVCE V. I. Lenin no fue al principio, para los estudiantes de la que sería graduación XXXII, el príncipe azul de los preuniversitarios. Fuera del prestigio dado por su excelente claustro de profesores y los resultados de su alumnado, nosotros solo recibimos paredes sin pintar, escasez de agua, albergues con mucho por hacer, colchones de guata “ortopédicos” y mucho más para nada alentador, pero con el tiempo, la misteriosa magia que la ha hecho única desde su fundación y que hace a sus egresados los más orgullosos del país, nos fue atrapando a casi todos inevitablemente.
La primera impresión fue pésima: guaguas prehistóricas, todo el pasillo central gritando “haragán” de tanta agua acumulada, enarbolando un excelente festival de huellas fanguinolentas. Tratando de ser fiel a mis recuerdos ya durante los cursos regulares, lo primero que llega es la caminata desde el B-1 (mi albergue de 10mo y 11no) hasta el parqueo o el organopónico para buscar el cubo de agua multipropósito, las consecuentes lecciones de karate y guapería para lograr que no te cogieran “ese” mismo cubo al menor descuido o la resignación a guardarlo, ya lleno, en la taquilla. Aquellas ventanas miami de madera, insoportables de limpiar y plato fuerte de los profesores al frente de las conjuntas que querían comer en nuestro piso, pero que de hacerlo en el de sus cátedras habrían muerto de olímpica infección. No podría excluir, sin pecar de sacrílego, mis memorias sobre la comida: el asombroso mal de Parkinson que sufrían las tías del comedor, la proteína vegetal, la furia inolvidable del pitipua (que solo faltó incluir en el refresco). La salvación bíblica proveniente de los médicos que saldrían de misión y se hospedaron en el “hotelito” de la escuela (los albergues I en aquel tiempo). A ellos que trajeron helado, pollo, buen picadillo, leche con chocolate, pan con mantequilla y hasta etcétera, magníficos tiempos de abundancia (parecía que estábamos de vuelta en los ´80), nuestras satisfechas gracias.
Sin embargo, la recuerdo con agrado así a pesar de los años, no como está ahora, con sus pinturas “inteligentemente” variadas, su derroche de aluminio y sus asmáticos aires acondicionados. Puede decirse que fue nuestro hogar por tres años, nos enseñó un mundo paralelo fuera del marco familiar, el perfecto ambiente donde se hicieron las primeras amistades y se hicieron los primeros amores.
Para mi, la Lenin fue un escape a la realidad itinerante y tediosa del barrio, un pasaporte con reservación en modo “todo incluido” a un entorno completamente heterogéneo, rico en matices, caracteres, experiencias por vivir y locuras por atar. Si algo tengo hoy de músico, poeta o loco (o de las tres), se lo agradezco a la Lenin y en especial a los que compartieron conmigo allí.
Los amigos que hice aún hoy están a mi lado en su mayoría. A donde quiera que voy veo caras conocidas de mi graduación y de otras. En incontables ocasiones he recibido ayuda “egresada” en catastróficas colas y matazones para entrar a conciertos o comprar entradas para espectáculos. El monograma que llevamos tatuado en el corazón, de un carmín intenso, al parecer nos hermana. Es un honor extraordinario decir estudié en la Lenin y podría creerse que lo llevamos grabado en la frente, no por el hecho banal de vanagloriarnos por los conocimientos adquiridos, sino por representar una masa gigante de amistad viva y hermosa, que sobrevive al tiempo y la distancia, que se agita y se une cuando menos se espera. Somos hermanos de pre, que se saludan con abrazos efusivos y evocan complicidades y oscuros pasajes a los desconocido en el Bosque de la Amistad, que preguntan por lo que fue de fulana o mengano del grupo tal de la unidad tal, o describen al que se encontraron en la guagua como el novio de menganita la del grupo aquel. Tenemos un lenguaje nuestro, nacido en noches de desvelo, en madrugadas de guitarrear en el techo de la Unidad 1 y que destaca en las canciones Corazón Azul (Abel Pino) y Te Acuerdas (Adrian Berazaín). Recordamos un techo azul-mágico y una guardia romántica. Vivimos una serenata en pleno día, en pleno siglo XXI y en pleno invierno. Comentamos aquel Te Amo hecho con flores y piedras, destinado a ser visto desde un cuarto piso, robar un corazón y luego un beso. Revivimos el secuestro-alquiler de una guagua pública para llegar a una guardia. Vemos frente al espejo la cicatriz de nuestra primera decepción, de nuestra primera desilusión y de la primera menstruación atrasada.
Somos, en fin, una enorme cantidad de vivencias especiales y maravillosas, de gente magnífica y alegre y por ende eso también es la Lenin, que deja por momentos de ser una enorme escuela, para ser el nítido y feliz recuerdo que nos acelera y eleva la existencia.