Gente de la Lenin —>> MAITÉ LORETO DOCAMPO PALACIOS
Años de estudio: 1988-1991
Graduación Aniversario: XVII Aniversario, 1991
Estudios realizados:
Licenciatura en Química, Maestría en Ciencias Químicas y Doctorado en Química en la Universidad de La Habana
Estudios en curso:
Diferentes estudios de postgradosobre Síntesis Orgánica
Profesión actual:
Profesor de la Facultad de Química de la Universidad de la Habana
Un Mundo Azul lleno de encanto y sabiduría:
Dedico este sencillo testimonio a dos grandes profesores de La Lenin: Jorge Sautié y Roberto Piedra, ustedes dejaron en mi una huella imborrable por su dedicación a la enseñanza de la Química. Gracias por guiar mis primeros pasos en aquel inmenso “Mundo Azul “como profesional y como ser humano.
El Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas Vladimir Ilich Lenin, surge para formar a los futuros hombres de ciencia del país. Es por eso que el ex presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Leonid Ilich Brezhnev, durante el acto de inauguración de la escuela, expresó: “¡Este es el palacio de la ciencia!” En realidad los egresados de la Lenin, al menos los de la “vieja guardia” salimos de allí con un altísimo nivel profesional, capaz de enfrentarnos a los estudios universitarios sin problemas y sin miedos. A pesar de ser una escuela dedicada a las ciencias no se desatendía la preparación completa del estudiante, con espacios dedicados a la música, la danza, el teatro, las artes plásticas e interesantes talleres de literatura que nos permitía adquirir una educación integral y una cultura general que hacían a La Lenin un preuniversitario especial.
Comienzo mi testimonio inmortalizando aquel 31 de agosto de 1988, el día que cumplí quince años, pero lo más importante no era precisamente “mis quince”, sino la entrada a un nuevo universo desconocido para mí: La Lenin. Ese día, al cruzar el umbral de la Garita Central, la llamé “Mi Mundo Azul”, pues éramos un mar de alumnos vestidos con diferentes tonos de azul. Caminando “sola” por aquel pasillo central hacia la Unidad 3 sentí una mezcla de añoranza por mis padres y amigos que dejaba atrás y satisfacción, pues sabía que allí iba a lograr mi meta: una preparación profesional adecuada para coger una carrera universitaria con el nivel académico necesario. Ese día, lo marco como el comienzo de una nueva etapa en mi vida y para explicar por qué digo esto, voy a contestar dos preguntas:
¿Qué huellas dejó La Lenin en mi vida personal?
En La Lenin aprendí el significado de las palabras disciplina, respeto y responsabilidad. Primero, la obligación del uso correcto del uniforme, saya por la cintura, blusas sin transformar, medias blancas y zapatos negros, un monograma que nos distinguía del resto de los preuniversitarios y que llevábamos con mucho orgullo en la manga izquierda de la blusa y la corbata para entradas y salidas de pase, así como para actividades importantes. Existía una estricta disciplina física, cultural y profesional, que nos hacían cumplir a cabalidad y si la quebrantábamos nos imponían una sanción que podía ir desde la retención del pase, la amonestación pública con la presencia de los padres hasta la expulsión de la escuela. Como ejemplo de esta disciplina tenemos que el despertar era a las 6:00 AM con: “siempre, viene el enanito / construyendo sueños / siempre así / hace su tarea mejor / el reparador de sueños”, gimnasia matutina obligatoria, limpieza del albergue, impecable tendido de las literas, rápido desayuno y todos al matutino a las 7:45 AM. Obligatoria asistencia a clases. Comportamiento adecuado en el comedor y se nos premiaba con asistir al Comedor Escuela. Por la noche, a las 8:00 PM, frente al televisor para ver el noticiero o en el aula para la lectura de la prensa escrita y a continuación el autoestudio. A las 10:00 PM se apagaban todas las luces y ¡a dormir! No obstante, tampoco éramos rígidos soldados de un batallón de infantería. Recuerdo las escapadas al Jardín Botánico los días de Chequeo de Emulación, o a comer al Vaquerito, o por las noches cuando nos íbamos a “La Loma del Cake”. En fin, de vez en cuando, como jóvenes que éramos, burlábamos, por así decir, la rígida disciplina; sin embargo sentíamos un enorme respeto y admiración por nuestros profesores. Para qué hablar de la última noche, la noche interminable, la noche que escogemos para hacer las locuras que no nos atrevimos hacer en los tres años que permanecimos como “alumnos modelos.” En la madrugada del 7 junio de 1991 dejé de sentirme estudiante para comenzar a sentirme egresada y entonces fue cuando me di cuenta que nunca más dormiría en el cubículo 8 del A2 con Elizabeth, Isel, Eslinda, Betty, Daymí, Mileydis, que no volvería a caminar por “El Bosque de la Amistad”, ni a subir las escaleras para sentarme en el “Malecón” y mucho menos contar las estrellas acostada en el “Anfiteatro Natural” con Rolando y Raúl.
Mis amigos y yo vivimos en La Lenin dos experiencias muy distintas, “la época de opulencia de La Lenin” donde los desayunos, meriendas y comidas eran abundantes y exquisitos. Nos daban aseo todos los meses, ropa de Educación Física y Trabajo. Sin embargo, gran parte de esos privilegios se terminaron al entrar en 12 grado y entonces tuvimos que acostumbrarnos a vivir con poco y compartir lo que se nos daba entre todos. Esa experiencia, aunque algo amarga, nos unió mucho y fue muy lindo la cooperación y la confianza que surgió entre todos los “leninianos”. En ese momento hicimos de los versos de Mario Benedetti un lema para nuestro grupo:
Con tu puedo y con mi quiero, Vamos juntos compañero
Compañero te desvela, La misma suerte que a mí
Prometiste y prometí, Encender esta candela.
En La Lenin encontré mi segundo hogar: un montón de amigos, a los cuales quería como hermanos y muchos profesores que fueron para mí como mi madre o mi padre en momentos en que ellos estaban lejos y yo los necesitaba. Ese montón de amigos y esos profesores hoy, después de veinte años de ausencia, siguen viviendo en un lugarcito de mi corazón y la mayoría seguimos compartiendo juntos, a pesar del trabajo, los hijos y las nuevas obligaciones que adquirimos con la edad.
En el recuerdo quedan momentos imperecederos, amigos de toda la vida, sentimientos de fraternidad. Disciplina, la incuestionable manera de tender una cama, de hacer deslumbrar un piso y gritar ¡ORILLA! Saber combinar estudio y trabajo, deporte y cultura; el respeto a los amigos. La necesidad de divertirse los fines de semana, la morriña del domingo. En el recuerdo nos queda el hábito de estudio, la costumbre de leer noticias y cuantas cosa más. Al ver en la calle a los estudiantes vestidos con el uniforme azul y monograma rojo deseo volver a mis tiempos de azul, pero ya es demasiado tarde y tengo que conformarme con retornar a La Lenin como egresada, lo peor es que me he dado cuenta que ya no es el mismo Mundo Azul que yo viví y que me enseñó a tener autonomía en mi manera de pensar y actuar.
¿Qué significó estudiar en La Lenin?
Los estudios eran difíciles, los profesores exigían calidad y así aprendí a pensar, analizar un complicado problema para lograr el 101 en Matemática. Sería un crimen dejar de mencionar el Museo de la Escuela que incentivaba al trabajo de investigación conjunto de profesores y estudiantes y que por asares de la vida se ha dejado destruir, ¡Qué lástima! Ojalá lo pudiéramos recuperar. Es importante mencionar las asignaturas extracurriculares de cada especialidad como Problemas Específicos, Concurso y Problemas Comunes que nos permitían profundizar en las ciencias y nos ayudaban a definir qué carrera nos gustaría estudiar. Los laboratorios de Química y Biología del cuarto piso, muy bien equipados, me permitieron corroborar que la experimentación es un medio de enseñanza irrefutable y que sin ello no hay Química ni Biología. La calidad y enseñanza de ese plantel era excelente y los profesores tenían alta preparación académica. No sólo se nos exigía en las ciencias sino también en las asignaturas de letras y ahora recuerdo las representaciones teatrales de Casa de Muñecas, La Casa de Bernarda Alba, Don Quijote y Sancho Panza con sus Molinos de Viento y el temible Franz Kafka con La Metamorfosis.
Todo esto me permitió obtener la carrera que tanto anhelaba: Licenciatura en Química y gozar hoy de una vasta cultura general que me abre muchas puertas en el largo e interminable camino del mundo de las ciencias que exige competitividad y profesionalidad. Además, siento la satisfacción de poder trasmitirle a mi pequeña Marivi todo ese caudal de conocimiento y educación que cultivé en La Lenin, que no solo fue un preuniversitario, sino una escuela para la vida. Entré con una muñeca en la mano siendo una niña y salí con todas las armas que necesita una joven para enfrentarse al mundo universitario.
En el Parque Lenin, frente al monumento de este gran hombre, celebramos nuestra graduación de 12 grado y todos decíamos a coro “ya se va aquella edad..” Hoy puedo decir con orgullo: “ya se fue aquella edad / qué lindo fue despertar/ y sentir la inmensa sensación / de que vivir es algo más que un sueño si /. La Lenin es y será siempre para mí páginas indelebles de un recuerdo siempre presente.