Gente de la Lenin —>> NORBERTO CARLOS ESCALONA CARRILLO
Años de estudio: 1997-2000
Graduación 26 Aniversario.
Estudios realizados:
Universitarios (Diseño Industrial, ISDI)
Profesión actual:
Agregado diplomático. (MINREX)
En la Cuba de 1997, la Lenin llegaba a un adolescente como la ansiada puerta segura a la ulterior vida universitaria. Aunque esa sensación se desdibuja con los años, es indiscutible que cada palabra y cada acción entre trabajadores y estudiantes, rondaba ese monumental mito: si no hubieras ingresado a la Lenin, no habrías podido ir a la universidad.
No era la Lenin remozada gracias a los programa de inversión de la batalla de ideas, sino algún mágico entramado de pasillo y aulas con ventanas y puertas de madera desvencijada, donde todavía podían leerse las confesiones a lápiz de 30 años atrás y sentarse a imaginar, tras los muros enmohecidos de los pasillos “subterráneos” las historias de una generación (la de nuestros padres) mucho más apasionada y soñadora.
Podría sentirme agradecido de haber estado en un lugar donde se podían hacer amistades sinceras, basadas en la afición por el cine, la música o la literatura. Uno llegaba a sentirse un “elegido”, a partir de un concepto peligroso, que en los años posteriores comenzaba a desmitificarse. Cuando llegas a la universidad (estudié diseño) te das cuenta que no eres el ombligo del mundo, que viene mucha gente valiosa de otros centros de estudio, y que la riqueza de la Lenin, venía dada, más que por la calidad de los profesores, (indiscutible, la de aquel momento) por la enraizada percepción de la Lenin como espacio “diferenciador”.
Cierto que faltó la proteína, las piscinas eran museables y persistía esa especie de chantaje emocional de que “si haces algo que provoque tu baja, se te troncha el futuro”. Pero al cabo de diez años, lo que queda es el recuerdo emocionante de los amores en el bosque de la amistad, las noches prohibidas en la cima del tanque de agua, las “broncas” en los días de emulación, las discutidas recreaciones, la amistad filial con los algunos profesores, las sofisticadas maneras de peinarse para esconder el pelo largo, y los flamboyanes repletos de hojas en el mes de mayo.
A los años, saco en cuenta que la Lenin no es más que el recuerdo que uno se lleva. Regresar a ella resulta raro, es la sensación de que ya no es la misma y que ya no es tuya. Quedan los amigos que no se han ido de Cuba, y muy pocas fotos. Pero no tengo dudas de que el saldo es positivo.