Edelmira Pedris Yumar

Edelmira Pedris Yumar
Años de estudio: 1974-1980
Graduación VI Aniversario (Unidad 6)

Estudios realizados: Máster en Derecho Público

Un lugar con magia.

Volví a la Lenin cuando cumplió 30 años y bajo un torrencial aguacero, con Dinorah, Iliana, Sarah y Maritza. Ese sábado, 31 de enero del 2004, después de más de 20 años subí al K-8, mi albergue durante onceno y doce grados y me espanté. Fue duro chocar con el deterioro, pero aun así, encontré el pedacito de ventana que me tocó por dos años. De golpe, muchas imágenes pasaron y algunas lágrimas salieron, para la vergüenza de mis 41 años. Sin embargo, mi reacción nada tenía que ver con los alumnos que vi, porque no parecían tan afectados. Quizás, porque por ahí andaba todavía la magia de ese lugar, que marca a todos los que viven en él y porque al final, somos parte de una historia que ya pasa de 35 años y que para algunos como yo, no me apena decirlo, es como una enfermedad incurable.

De no ser así, cómo se explica que Maritza haya empleado todo un día, con madrugada incluida, para desplegar su imaginación y pintar un cuadro que nos acompañó como un leninero más durante el viaje, donde reprodujo el rojo monograma que nos distinguió del resto de los becados y que con total desinterés donó a la que fue nuestra casa por seis años, los mejores de nuestra vida juvenil.

En septiembre de 1974, cuando la Lenin sólo contaba con casi nueve meses de inauguración oficial, me hallé ante la consumación una idea fija en la mente de una niña, que sin haber cumplido doce años quería INDEPENDIZARSE. Al llegar, el lugar me pareció hermoso, enorme y mucho después descubrí que podía atravesarlo sola, de punta a punta, en línea recta y sin perderme. El arquitecto Garrudo no sabe que la genial idea de comunicar pasillos, aéreos y escaleras, nos permitió salir ilesos de más de una “travesura”.

Fui a parar al B-4 desde séptimo hasta noveno grado y a partir de ahí, mis recuerdos llegan hasta el último día, aunque algunas memorias son inconfesables. Recuerdo el cubículo de ese y de cada albergue por donde anduve, la ubicación de mi litera, el ¡De pie! con Amanecer Cubano o música de Joan Manuel Serrat (“Para la libertad, sangro, lucho pervivo, para la libertad…”); el tema que identificaba la señal del audio, los ensayos de la “danza rusa” en la que nunca pude bailar, la primera vez dentro de la piscina y cualquiera de las oooootras tantas; ir al campo a recoger café, pepino, lechuga, siempre con las manos pegajosas y llenas de tierra; las tías, como Longina; la industria deportiva, cosiendo pelotas de béisbol con hilo de cera; la industria de radios y pilas, ver actuar a Los Latinos, a Silvio, a Virulo, aprenderme “El Guararey de Pastora” en Ruso, bailar con Barrabás, Boney M., Bee Gees, Santa Esmeralda, Hotel California y ni hablar de bailar Casino porque era cosa de “cheos”. Es imposible olvidar el frío, ¡qué frío!, que nos ponía las piernas cenizas y nos obligaba a llevar el abrigo, que ya no se usa; la aparición de las unidades en el curso 78-79 y por supuesto, buscar el amor, una y otra vez.

En la Lenin, comenzó mi amistad con Iliana Lazo, quizás porque discutíamos por cualquier bobería. Desde ese tiempo conservo a Marla Oiz, cerca de mi desde primaria; Flora Pérez, Dinorah González, las dos con tan “buena memoria”; Sarah Urra, con los cachetes siempre colorados; Alicia Pérez, “nuestra estrella del carnaval”; mi amiguita Bertha Lourdes, compañera de trapeología. Es imposible olvidar a Muiños, Bello, Adán Poll, Alemán, el Bosco, Juan Carlos, Payasá, Eddy, Guillermo Ramos, Sergio, Jorgito, Mirabal, Bico, Hache, el Fríjoli, Valdivia, Michel, Lázaro Reigosa y otros que voy redescubriendo a cada rato. Siempre recordaré a Corea Vigoa, con quien subí la Escalinata de la Universidad para ir a matricular nuestras carreras. No tuvimos tiempo de decirle adiós, pero bastó con verla recibirse como Doctora en Filosofía y con que nos dedicara una parte de ese momento, al que llegó para demostrar que el empeño todo lo puede.

La Lenin también tiene sus mitos y personajes distintivos, que van desde “el sombra”, el legendario piscinero “olivito”, los directores más famosos como Chávez, Reina Mestre, Elsa Gómez, la “teacher“, hasta los todavía presentes “Picolino” y Aracelys. Por si no lo saben, hubo una rivalidad interminable entre las unidades cinco y seis, que no se si llega a nuestros días.

¿Qué puedo decir de mis maestros? Pienso en Martha Veitía y Teresa Febles, excelentes profesoras de Matemática, a quienes estaré eternamente agradecida por haberme enseñado a lidiar con una asignatura que no me gusta; Pérez Cuesta, de Geografía; la pequeña Mayrita y el profe Sautié, ambos de Química; Isis, de Física, mi profesora guía en onceno y doce grados; Ramona Saura, de Historia y Fresneda, de BPC; el profe Tony, de Matemática, que siempre encuentra un momento para volver a ver sus alumnos.

Gracias especiales a todas las profesoras de Español y Literatura que tuve. Si estas palabras pueden entenderse en su justa medida es porque, entre otras cosas, se empeñaron en enseñarme a escribir.

Voy a estar siempre unida a la Lenin y me siento dichosa por todo lo que viví y aprendí en ese lugar y por toda la gente que conocí. Muchos ocupan un lugar importante entre mis amigos y hemos visto nacer y crecer a nuestros hijos. Juntos nos alegramos de verlos entrar también a “la escuela” y compartir la misma aula o el mismo albergue de sus padres. Si de sueños realizados se trata, el mío se cumplió porque todavía formo parte de esa historia y la vi repetirse en mi hijo, menos “leninero” que yo, pero sólo hasta que los años empiecen a caer.

Conocí la escuela nueva, la reencontré en muy mal estado pero la vi renacer en el verano del 2005. No tengo remedio, SOY “LENINERA” y lo digo con mucho orgullo, pero del bueno, del sano, del que no se usa para anclar en él la causa de alguna infeliz existencia. Y es realmente así para todos. Ese lugar recogió lo mejor de muchas generaciones, con período especial o sin él.

Eso es lo que vale para que cada año tantas generaciones se reúnan donde sea posible y si no lo entienden, pregúntenle a los egresados del año 1980 ¿por qué decidieron celebrar su 25 aniversario bajo un apagón interminable y a la luz de la luna?

Algunos dirán que estamos marcados por una enfermedad incurable, otros dirán que somos unos tembas nostálgicos y yo diré que todos tienen razón y volveré a organizar otro encuentro para celebrar el 30 aniversario.

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