Años de Estudio: 1991-1994
Graduación XX Aniversario
Estudios Realizados: 2000. Ingeniería Civil, Instituto Superior Politécnico José Antonio Echevarria (ISPJAE).
Profesión Actual: Especialista Principal, Grupo Parques, Plazas, Fuentes y Monumentos, Subdirección de Mantenimiento Constructivo. Dirección General Administrativa, Oficina del Historiador. Imitador de sonidos musicales, integrante del Proyecto Misión Imposible.
Una experiencia inolvidable
(Dedicado a Hanzel, amigo querido que ya no estás físicamente, pero que permaneces por siempre en nuestros corazones)
La Lenin: tan solo mencionar esas palabras y es como si todo se arreglara y vienen a mi mente imágenes de días felices, anécdotas inenarrables y hazañas casi comparables con la de los héroes de la mitología griega.
Entro a esta escuela casi por casualidad, pues por falta de información en mi escuela secundaria, que era de deportes, solamente conocía que era el lugar de ¨los tacos¨. Como era uno de los primeros en el escalafón y tenía muy buenas calificaciones, me aconsejaron estudiar para las pruebas de ingreso, y gracias a las orientaciones y buenas enseñanzas de mis profesores, tuve la gran oportunidad de ingresar a este templo de la sabiduría y la amistad, a quien le debo casi todo lo que soy, sobre todo en el plano humano y también en el académico, pues sembró en mí los buenos hábitos de estudio y de no cejar nunca en nuestros empeños más anhelados, aunque para algunos parecieran quimeras.
Siempre recuerdo ese primer día, en la entrada cuando muchos me preguntaron hacia qué unidad me dirigía, pero como ya había visitado la escuela y la había recorrido durante la matrícula, pude llegar sin tropiezos a mi albergue: el B-2 y no sufrí como otros compañeros míos, que alrededor de las 10:00 p.m., fue que pudieron dar con su cama, producto de las bromas de los que te mandaban para la unidad 5 o la 6, o inclusive para el terreno de fútbol.
Después de este día, 30 agosto de 1991, comencé una carrera contra reloj, para aprender todo lo que se pudiera aprender, conocer a todos lo que pude conocer y aprovechar al máximo todas las oportunidades que ofrecía un lugar tan maravilloso como este. Por eso, al llegar el año 1994, parecía que nos faltaban muchísimas cosas por seguir aprendiendo, pero el dios Cronos nos ponía la pausa, fue en ese momento que miramos atrás y pensamos en todo el tiempo que habíamos perdido en hacer maldades o en escaparnos para Las Guásimas a buscar ron, esconderle los libros a las muchachitas más pesadas del grupo, las oncenas que nos quedamos sin pase por no limpiar el albergue, los viajes por los sótanos cargados de racimos de plátanos para hervirlos y comérnoslos en el cuarto por la noche, las misiones suicidas hacia el patio del comedor en busca de toronjas o mandarinas para calmar el hambre, entre otras cosas, que prefiero dejar en el tintero.
Del Anfiteatro Natural guardo imágenes increíbles, aquella multitud que me chiflaba y me decía que me bajara de allí, pero cuando escuchó las primeras imitaciones de instrumentos musicales con mi propia voz, aplaudió sin parar y pidió que siguiera actuando, así como el reconocimiento en los pasillos y las múltiples muestras de apoyo y amistad en todas las unidades a lo largo de la escuela, que me abrió el camino entre las futuras noviecitas.
No puedo olvidar tampoco las famosas ¨congas¨ una de las cuales provocó la expulsión de muchos amigos míos, que tuvieron que marchar hacia otros preuniversitarios en plena preparación para las pruebas de ingreso a la universidad. De esa escapé gracias a la fogosidad de una de mis novias, quien me mantuvo cautivo y ocupado en la cama toda la noche.
De los profesores recuerdo con gran alegría y nostalgia a Juan Candela y Bernardo: emblemáticos caballeros defensores de la Lengua Española, Calderón: todo un coloso en la Física, hombre de carácter fuerte y excelente amigo, Francisco: genio en la Física y con dotes de trovador y cantante, Gabriel: extraordinario matemático y educador como pocos, Mercedes: un látigo, pero con cascabeles en la punta, gracias a su actitud pude enfrentar los rigores de la Química, asignatura que nunca me fue fácil , Giraldo (más conocido por el Yiri): profesor de Preparación Militar (PMI) hombre como pocos, con gran capacidad para hacernos llegar hasta lo más profundo de nuestras almas y el Ñaca: muy gruñón, pero siempre con un consejo que nos serviría para toda la vida. Hay muchos más en la lista, pero los que mencioné dejaron una huella profunda en mi formación y actualmente mantengo contacto con varios.
En el tema de la amistad, la fraternidad, tengo mucho que decir. Han pasado ya quince años desde que dejé atrás esas aulas, esos terrenos de pelota, fútbol, atletismo, los apagones de los miércoles, que garantizaban tu estancia nocturna en los albergues de las féminas, los autoestudios, las pruebas de matemática para luchar el 101, en fin, todo aquello que cambió mi existencia por completo, y no me resigno a tener que revivirlos mirando viejas fotos que ya se ponen amarillas o al encontrarme por la calle con algunos de los pocos que quedamos de mi generación en el país. Por este medio mando un abrazo infinito a todos mis hermanos del B-2 y de todas la unidades (desde la 1 a la 6), donde quiera que se encuentren y que sepan que esas oncenas que vivimos durante tres años en la Lenin se quedaron grabadas para siempre en mi mente y ocupan un lugar sagrado en mi corazón.
En la Lenin conocí las mentes más originales y a los amigos más incondicionales, así como a las muchachas más bonitas, bailé en las ruedas de casino más alborotadoras que he presenciado, conocí de miserias humanas, que fueron superadas por grandezas y aprendí a valorar al hombre por su capacidad y valores y no por lo que lleva puesto encima, si no por lo que es capaz de decir y hacer.
Ojalá resurjas de tus cenizas y sigas siendo por siempre, la Lenin de todos tus egresados, que siempre te querrán y recordarán con amor y pasión.
Años de estudio: 1974-1980
Graduación VI Aniversario
“A mis pies la hoja seca viene y va con el viento; hace tiempo que la miro, hecho un hilo, de fino, el pensamiento…” D. M. Loynaz
El reencuentro…31 años después.
Cómo la tímida hoja seca de la Loynaz, cada citación anterior para reuniones de nuestra graduación, me había llegado por una u otra vía. Luego de amasar la posibilidad del reencuentro en más de una ocasión, y de pensar y repensar en cómo de sorprendente sería un evento de este tipo, decidí asistir a este último el pasado sábado…
No soy de los que piensan que “la utilidad del puente no es unir las márgenes del río, sino evitar que puedan encontrarse”, no…, soy una persona optimista…y crucé de un tirón el puente de 31 años de largo que me separaba de mis hermanos de la adolescencia.
Hubo una persona, que me avisó de este encuentro, cuyo nombre no es necesario mencionar aquí, a la cual le debía desde hacía 31 años cosas cómo aquel poema de Gelman: “qué lindos tus ojos y más la mirada de tus ojos y más el aire de tus ojos cuando miran lejos”, lo cual no hice en aquellos años de becados porque sencillamente Gelman escribió los poemas de dibaxu entre 1983 y 1985, y en esos años ya nos habíamos graduado y cada cual hacía (o deshacía) su vida por su lado… y por otra parte, realmente en aquel entonces a ella no le hubiera hecho ningún efecto erótico el haberlo escuchado…estoy seguro que solamente hubiera reído con todo su cuerpo a la altura de mis ojos, como solo ella sabe hacerlo aún…me hubiera dado la espalda, sin dejar de mirarme de soslayo y habría corrido a escabullirse dentro de su libro de Matemáticas (en realidad nuestro libro, porque el mío lo había perdido desde el primer día de clases, aunque nunca se lo dije para no empañar ante ella mi fama de persona responsable…)
Esa linda personita, si piensa inocentemente que solo me invitó al encuentro…, hoy puedo confesarle que su aviso me quitó la tranquilidad del sueño y al tomar por asalto mis sentidos, me hizo regresar con todos a los tiempos del “de pie” y de los besos furtivos del “aéreo”…y que, por demás, este ha sido un regreso de “one way”…
Se me antojó pensar, al vernos en una rueda bailar y cantar, que somos como los ángeles de solo un ala, que solo pueden volar abrazados, y que sacamos el tiempo de estos 31 años, de la botella que todos arrojamos al mar, aquella tarde de verano del 80, y que más que un canto, de nuestras gargantas salía el recuerdo de tantas historias lindas que se retiene intocable desde la eternidad de tres implacables décadas sobre nuestras espaldas.
Después de 31 años, renací desde el niño que dejé en los pasillos de nuestra Lenin, y he cambiado un poco para bien, ante el desfile de rostros más o menos envejecidos pero todos bellos y maduros, serios o sonrientes, serenos o intranquilos, desgastados por el tiempo o conservados como piezas de museo, surcados de pocas o de muchas arrugas como trofeos de esta guerra contra el tiempo, y todos victoriosos, y todos increíblemente alegres, a pesar de cualquier marca implacable de la vida.
Esa noche dormí sereno, la lluvia acariciaba mis oídos y las voces de mis hermanos de niñez, me dieron la paz que todo humano anhela para soñar despiertos o dormidos, ante la inminencia de nuevas batallas…y recordé a Benedetti y su “Asunción de ti”, y se me antojó darle el sentido de sus versos a algo tan sublime e imperecedero como nuestra generación de graduados del 80:
He conservado intacto tu paisaje Pero no sé hasta dónde esté intacto sin ti, Sin que tú le prometas horizontes de niebla, Sin que tú le reclames su ventana de arena. Puedes querer el alba cuando ames. Debes venir a reclamarte como eras. Aunque ya no seas tú, Aunque contigo traigas Dolor y otros milagros. Aunque seas otro rostro De tu cielo hasta mí.Un beso a cada dama y un abrazo a cada hombre, Su hermano de siempre, El Casa. Enero 27, 2011
Años de estudio: 1997-2000
Graduación 26 Aniversario
Estudios realizados: Universitarios (Diseño Industrial, ISDI)
Profesión actual: Agregado diplomático. (MINREX)
En la Cuba de 1997, la Lenin llegaba a un adolescente como la ansiada puerta segura a la ulterior vida universitaria. Aunque esa sensación se desdibuja con los años, es indiscutible que cada palabra y cada acción entre trabajadores y estudiantes, rondaba ese monumental mito: si no hubieras ingresado a la Lenin, no habrías podido ir a la universidad.
No era la Lenin remozada gracias a los programa de inversión de la batalla de ideas, sino algún mágico entramado de pasillo y aulas con ventanas y puertas de madera desvencijada, donde todavía podían leerse las confesiones a lápiz de 30 años atrás y sentarse a imaginar, tras los muros enmohecidos de los pasillos “subterráneos” las historias de una generación (la de nuestros padres) mucho más apasionada y soñadora.
Podría sentirme agradecido de haber estado en un lugar donde se podían hacer amistades sinceras, basadas en la afición por el cine, la música o la literatura. Uno llegaba a sentirse un “elegido”, a partir de un concepto peligroso, que en los años posteriores comenzaba a desmitificarse. Cuando llegas a la universidad (estudié diseño) te das cuenta que no eres el ombligo del mundo, que viene mucha gente valiosa de otros centros de estudio, y que la riqueza de la Lenin, venía dada, más que por la calidad de los profesores, (indiscutible, la de aquel momento) por la enraizada percepción de la Lenin como espacio “diferenciador”.
Cierto que faltó la proteína, las piscinas eran museables y persistía esa especie de chantaje emocional de que “si haces algo que provoque tu baja, se te troncha el futuro”. Pero al cabo de diez años, lo que queda es el recuerdo emocionante de los amores en el bosque de la amistad, las noches prohibidas en la cima del tanque de agua, las “broncas” en los días de emulación, las discutidas recreaciones, la amistad filial con los algunos profesores, las sofisticadas maneras de peinarse para esconder el pelo largo, y los flamboyanes repletos de hojas en el mes de mayo.
A los años, saco en cuenta que la Lenin no es más que el recuerdo que uno se lleva. Regresar a ella resulta raro, es la sensación de que ya no es la misma y que ya no es tuya. Quedan los amigos que no se han ido de Cuba, y muy pocas fotos. Pero no tengo dudas de que el saldo es positivo.
Años de estudio: 1984-1990
Graduación XVI Aniversario
Estudios realizados: Licenciatura Quimica Profesión actual: Dra. en Química, Investigadora, Alemania
¿Qué significó (significa) la Lenin para su vida?
Secundaria (Unidad 1):
Mi grupo: Liber Guzman, Liana Liz Perez Suarez, Raiza Bauta, Ileana Garcia Mata, Yenima Rodriguez, Ana Ibis Collazo Alonso, Sissi Hernandez, Liber Guzman Royo, Luis Mario Sollet, Luis Ariel Diago, Alejandro Gil, Carlos de la Regata, Mario, Paul, Katia Llorente, Waldo Ofarril, Ray Amed, Yordanka Delgado Cascante, Harbert Hernandez Leyva, Raina Carmona Trapaga, Odette Casamayor Cisneros, Patricia Gonzalez, etc, etc.
Mis recuerdos de la Lenin los tengo aun muy claros, pues las vivencias fueron muy intensas. Lo aprendido en la Lenin es inigualable con lo aprendido en otras etapas, pues fueron 6 años en colectividad pura. A veces fue muy duro, pero casi siempre reconfortante. Allí fue donde se me forjo el carácter y donde madure. Allí cante, baile, trabaje, estudie como una mula, llore, sufrí, reí, queme (hacia ejercicios), me enamore, me discipline y me forme. La base de conocimientos generales y científicos que me dio la Lenin, me ha servido para todos los logros que he tenido en mi vida. Hoy por hoy trabajo en la empresa química más grande del mundo que esta en Alemania, se llama BASF, donde soy jefa de un Laboratorio de Investigaciones. Estoy casada y tengo dos niños que son mis tesoros.
Voy a escribir los recuerdos mas vivos que tengo de la secundaria:No soportaba ni el de pie ni la gimnasia matutina, ni limpiar los totos, ni la limpiadera de las taquillas.
La leche con café del desayuno (cuando estaba en la Unidad 1) tenía que tomármela con absorbente (para poder tomármela), y tampoco se me olvida el pan con mantequilla (que se quedaba en el medio del pan y no había quien la esparciera, de lo dura que estaba).
Me encantaban los masareales y los pies de guayaba, no soportaba las burdas a la hora de la merienda.
Viví la época en que se daban palos en el comedor, en la que también se perseguían los pantalones tubos. Viví la época que daban helado en las comidas de los jueves por la noche. De los días de recreación también los jueves. En mi época había que usar las medias bien altas con los elásticos de la fábrica de ropa deportiva. Yo cogí la etapa que te daban: tenis, ropa de trabajo, medias, zapatos, shores, pulóveres, blusas, sayas, en fin de todo. (Valorándolo hoy por hoy, la educación recibida en la Lenin, considero que fue de tremendísima calidad y a la altura de la educación de los países del 1er Mundo, incluso me atrevo a decir que hasta mucho mejor).
Me recuerdo de la fábrica de radios, y del hospital, que estaba al lado de la unidad 1. Mira que me empastaron muelas en ese hospital, aun tengo algunas empastadas, de esa época (y el empaste no se me ha caído).
Me recuerdo de mi primera jefa de albergue (Vilma), en el A3, de Regalado (sub director docente), de Esteban el director de la 1 y de Germán el subdirector de Internado.
También de mi profe de matemática Iraida, de Mateu (el profesor guía), del viejito de Dibujo Tecnico (Luis?), de la profe de historia y la de biología. El profe de Ingles Ernesto y el de Física, que siempre decía que la física entraba por la punta del lápiz. Todos buenísimos!!!!!!
El pre (Unidad 4):
Mi grupo: Liber Guzman, Liana Liz Perez Suarez, Miriam Yanet, Yanet Carrasco, Yanik Rodriguez, Luis Mario Sollet, Greiset, Ana Legna Penna, Javier Fundora, Limay Deler, Ramon Casate (monchi), Anet Sijo, Yordanka Delgado, Alina Sotolongo, Miguel Keipo, Ariel Esquivel, Laura Vives Castillo, Miguel Martinez Pozo (Miguelon), Osniel, Tanja, Mauren Garcia, Xenia Madrazo Sagre, Yanet Rodriguez, etc, etc.
Mis recuerdos de pre:
Ya en el pre, la cosa se puso más dura: No había tanto helado como antes, el comedor nos quedaba lejísimo, no vendían sorbetos en la cafetería, solo quedaban los masareales y a veces panque. Ya no existía la fabrica de objetos deportivos, ni la de radio, pues ya no era escuela vocacional, sino pre de ciencias exactas.
Los trabajos en el huerto, en el autoservicio y la limpieza, de nada de eso nos escapamos, tampoco de las brigadas rojas.
No se me olvida nuestro grupo del baile de la chancleta, los días de la Emulación dándole la vuelta a la escuela, para que la Unidad 4 tuviera la mayor cantidad de puntos. A nadie le gustaba el idioma ruso, solo a mí.
Tampoco se me olvida de que era jefa de grupo en 11 y en 12 y que siempre estábamos tratando de coger el 1er lugar. (Liber era el jefe de la unidad 4, en mi época y Cuca (Ariadne Plascencia) era la presidenta de la escuela).
Mis profes del Pre: (buenísimos todos) Nuestra profesora guía Eva (de ingles), Pio (tremendo profe de química, al igual que el resto de la cátedra de química), Ángela Fornaris (tremenda profesora de Literatura), en fin que no me recuerdo exactamente de los nombres pero si de los rostros, como si los tuviera ahora delante de mi.
Se me quedan personas por mencionar, pero no por ello dejo de pensar en ellas.
Para concluir, debo decir que fue una época muy linda y muy importante en mi vida. La recuerdo con mucho cariño y creo que todos los que estuvimos en la Lenin tenemos valores comunes, y quién nos lo dio?… La Lenin.
Años de estudio: 2000-2003
Graduación XXIX Aniversario
Estudios realizados: Licenciatura en Turismo.
Profesión actual: Especialista en Comunicación y RRPP Sucursal Caracol Especializada
Una familia es el útero donde se forja el futuro. Una cobija espiritual que resguarda los valores y los mejores principios humanistas que han de acompañarnos por ese sendero angosto y empedrado de momentos sombríos, moderados o espectaculares que es la vida. Las hay consanguíneas, cimentadas en sus caudales pecuniarios, sustentadas en lazos de conveniencia social y también las hay prolíficas en uniones afectivas, La Lenin pertenece a esta última clase. La Lenin, nombre mucho más simple y cálido que el poco empalagoso concepto de IPVCE, con su artículo para definir su carácter único e irrepetible, su perenne sitial en la memoria colectiva de aquellos que por suerte la habitaron, la vivieron, la sufrieron y la privatizaron en su corazón. Paradójico emplear el término “privado” para referirse a un pretendido símbolo de aquel hombre irreprensible que se entregó con todas las fuerzas vitales de su alma en la sangrienta lucha contra la ominosa propiedad privada. En el caso que nos ocupa la esencia “privada” de esta beata apropiación merece una aproximación mucha más amorosa, cándida, tierna; se trata de la forma en que cada individuo personaliza los recuerdos que ella evoca.
El pueblo más joven del mundo vive allí. Un pueblo chiquito, con un infierno menos vasto. Tres mil personas aprendiendo a vivir, creciendo impulsivamente física y psíquicamente, enarbolando una moral dúctil propia de las generaciones inexpertas, practicando un amor escandaloso por su sinceridad y defendiendo a ultranza las ideas en que creen. Padeciendo las consecuencias de un alejamiento consensuado del entorno parental, donde todo se nos daba de manera fácil, o quizás menos difícil, con el inconmovible objetivo de conquistar una carrera universitaria.
Los primeros contactos, tímidos cuando no se conoce a casi nadie, marcados por el descubrimiento de otras formas de vida, otras formas de comer, de peinar, de bañar, de dormir y hasta de roncar. Revolcados en un albergue de adolescentes, en una sala de clases disciplinada ante la presencia del profe y explayada en su ausencia. Compartiendo una cena satisfactoria para las hembras y exigua para los varones que siempre terminan yendo al “doble”.
Las jornadas interminables (¡Ah… ojalá fuesen verdaderamente infinitas!) en las que se amanece con un hambre de tres pares de c… por el insoportable sonido del DE PIEEEE; el remoloneo entre sábanas que se preocuparán por permanecer estiraditas para evitar el reporte; una gimnasia matutina de mentirilla para cumplir con las normas; el desayuno imperceptible para los estómagos exigentes; el matutino patriótico con el muchacho que canta mal y la chamaca que declama bien; la estampida de saberes atiborrándose en los sesos; los enrevesados cálculos matemáticos; el reblandecido discurso sobre la hermética prosa de Kafka (todavía quiero que alguien me explique que belleza pueda significar esa puercada de transformar un hombre en cucaracha), las inaccesibles lecciones de física (con su famosa teoría de la relatividad que solo un hombre aquejado de semi-esquizofrenia como Einstein pudo haber concebido); la biología materialista con su teoría del génesis que nunca fue aceptada por los de convicción religiosa; la intromisión en el complejo mundo de micro-estructuras en los laboratorios químicos; las machacadas clases sobre la historia nacional; las insoportables marchas de la preparación militar (¿y para que tantas clases de guerra si a fin de cuentas somos gente de paz?); la sudorosa hora de la educación física (donde las hembras aprovechan para vacilar a los tipos que están buenos y los varones compiten con sus ojos para seleccionar a las jevitas más tetonas y/o culonas, si se combinan los dos elementos mucho mejor); y las labores en el campo aguantables sobre todo por la oportunidad de robarle las naranjas al Pirata.
El Pirata, un personaje que quizás muchos no recuerden o que quizás sea recordado con su nombre original, para nosotros siempre será El Pirata, en verdad solo le faltaba el ojo tuerto, o quizás haya sido rebautizado con otro nombre más jocoso. Así se descubre otro elemento que nos recuerda La Lenin: sus personajes. Para ser un personaje solo bastaba ser distinto. Lindo, feo, bizco, cojo, rubio, negro, pichicorto, jevoso o profesor pesado. Cada quién recuerda los que lo acompañaron y que por la mofa juvenil serían inmortalizados. En mis memorias se imbrican El Guizo, El Rami, El Pichi, La Ornitorrinca, La Casco, El Bemba, La Poni, Cara ´e crimen, El Gordo, El Bebo, La Peggy, Tetis, La Pelúa, Tragantadas, El Alien, La Bibijagua, El Aerodinámico, La Cara de Camella, El Zanahoria, La Obélix, La Flecha, y por supuesto… LOFI. La exégesis de cada apodo queda en manos de ustedes.
Si todos los teóricos del marxismo echaran una ojeada a la vida en un cubículo se darían cuenta de que es el socialismo en verdad. El espacio íntimo donde se comparte todo: el peine, el jabón, el desodorante, el papel sanitario, las tostadas, la mayonesa, el fanguito, la barra de guayaba, las galletas (incluso la boronilla cuando ya es jueves por la noche), el condón, la peste a pata, los peos, el agua del cubo, el calentador eléctrico, los ejercicios para ponerse bueno, las broncas… todo es un convite. Y el convite se agita con desesperación si llega el día de la recre. Todos vistiendo la muda de uniforme limpia, con el monograma desteñido para aparentar ser uno de los viejos. Las cerdas del cepillo lustrando frenéticamente los zapatos…
La recre es el espacio para los atrevidos y los lindos, no hay cabida para los feos a menos que sepan bailar casino. El momento para destartalarse bailando y apretando. En la recre fumar no es un vicio sino un símbolo de rebeldía. Y Las chicas mirando con descarados remilgos para garantizarse un novio que las acompañe al albergue y les cargue el cubo de agua para bañarse. Una fiesta que los rockeros sectarios realizan aparte para no contaminar sus oídos con el reguetón, y que los cristianos aprovechan para rezar a su dios. Una fiesta en la que el más disciplinado se gana un consejo educativo por andar con la camisa por fuera (como si las leyes de Newton no se hubiesen encargado ya de demostrar que es imposible evitar que salga la camisa entre tanto jaleo). Una celebración a la que algunos renuncian placenteramente para celebrar en privado el amor de adolescentes. Un amor apurado, improvisado, carente de mañas afrodisíacas pero infinitamente redentor. Si de amores hubo historias la más impactante es inobjetablemente la de la profesora de español que fuera importunada por el grupo de muchachos que acudieron a la cátedra a pedirle el video y la sorprendieron en un mazacoteo con su alumna predilecta. La escuela cuenta con un renombrado lupanar: “la loma del cake” donde murieron muchas niñas y renacieron tantas mujeres como el ave fénix renace de sus cenizas.
La Lenin tiene un edificio para los profesores, donde María de los Demonios vendía el bocadito de helado a cinco pesos. ¡Una maestra vendiendo bocaditos sin licencia a sus propios alumnos! La Lenin también se precia de su torneo de pelota manigüero con partidos oficiales, en los que Raimil, el cuarto bate del grupo 39, nunca pudo pegar un hit. ¡Qué manguero!
La Lenin es la escuela donde los estudiantes no soplan, sino que confrontan las respuestas de los exámenes golpeando con la punta del lápiz en la mesa si es verdadero y con la punta de goma si es falso, código ultrasecreto que ahora cometo la imprudencia de revelar. Allí aprendí a hacer volteretas con el lápiz para matar el tiempo durante la aburridísima mesa redonda.
La Lenin sobrevivirá el calentamiento global con sus apocalípticas temperaturas tórridas. La Lenin seguirá siendo el polo norte de La Habana; el trópico ártico donde te congelas cuando te toca la guardia de enero en el bloque docente; el desierto boreal donde los vientos helados luego de despellejar los labios y encenizar los codos penetran impunemente por las hendijas del “bolchevique” y te pasman el desarrollo. En los inviernos de La Lenin, aquellos que tienen pasmado el desarrollo se avergüenzan de encogimiento cuando les toca la hora del baño, mientras que los menos higiénicos justifican su reticencia con la manida frase “Hoy no me toca”. El que conozca el frío de La Lenin los absolverá con un guiño de complicidad. Los baños lucían esas cascadas filtrantes en las paredes que escondían a los vejigos que practicaban una guerra a cubetazos de agua fría exponiendo sin malicia sus partes pudendas.
Todo el mundo daba chucho. Hasta Pino que era cristiano le dijo un día en plena clase de biología al más desfavorecido por la providencia que si el tamaño del pene era equivalente a la dimensión del pie, entonces el 7 y medio le quedaba grande. ¡Y eso que era cristiano!
En La Lenin se usaba la pasta perla para maquillar a los dormilones y once upon a time unos muchachos atrevidos se atrevieron a decirle al nieto del Comandante que se lavara los dientes con Colgate para aplacar al Amo Dragón. Sí, porque en La Lenin lo mismo te encuentras a un hijo de obreros y campesinos que a un descendiente de una de las familias insulares más excelsas, aunque tenga peste a boca.
En el comedor de La Lenin a la harina de maíz se le llama pienso hervido y a la proteína vegetal se le conoce como diarrea en salsa. Donde te sirven la ensalada de lechugas con una guarnición de caracoles, y no precisamente los exquisitos escargots de la cuisine française.
Las escapadas de La Lenin tienen tres destinos a saber: El Vaquerito, los picnic en la laguna de oxidación y las parrandas en Expocuba en las que nos subíamos a la montaña rusa, la vieja, la que parecía una chibichana, que un día le sacó los aparatos dentales al Ricky cuando se despetroncaba en una curva.
La Lenin es el sitio donde todos leen los mismos libros porque se los van prestando unos a otros; el aula donde los jóvenes estudian por auto-convencimiento y no por obligación; la casa donde a las nueve se escucha el eco de la novela y se posponen las clases con la venia del claustro para ver los partidos del mundial de fútbol; la escuela que define el campeón de la emulación en una competencia de espectáculos danzarios. Y ahora recuerdo a la desmedrada muchacha que comenzó a cantar “América” y los cielos para castigarla por su desentonada voz descargaron un torrencial de agua (no es jodedera, llovió de verdad). Y cuando la saya de otra pobre chiquilla casi coge peste a sobaco mientras ella se empeñaba en recitar ¡Abran la muralla! y un coro multitudinario replicaba ¡Bájate la saya!
Yo pertenecí a la unidad 1 de la graduación veintinueve, que nunca ganó el chequeo de emulación (¡qué desastre!) pero que estuvo integrada por las personas que algún día quise sinceramente, sin melindres… y que conste que aún los quiero.
Cuando me veo y toco, cuando pienso en mis excolegas, hoy ingenieros, doctores, abogados, económicos, profesores, y el que no entró en la universidad es buen padre, buen hijo, porque todos fuimos buenos y seremos mejores, me pregunto si las chiquilladas no resultan hoy perdonables, si el chucho no resulta plausible, si las indisciplinas no fueron minúsculas en contraposición a la conmovedora grandeza espiritual de los hombres y mujeres que somos hoy.
La Lenin es la segunda universidad de La Habana; el premio más esperado en la secundaria; la patria de los hermanos postizos, esos hermanos que se van conociendo y recogiendo por el camino; y tal vez para muchos, los más afortunados, el pedazo más feliz de nuestra vida.
La Lenin es La Lenin y sin Lenin no hay… yo.
Años de estudio: 1988-1991
Graduación Aniversario: XVII Aniversario, 1991
Estudios realizados: Lic. en Química, Maestría en Ciencias Químicas y Doctorado en Química en la Universidad de La Habana
Profesión actual: Profesor de la Facultad de Química de la Universidad de la Habana
Un Mundo Azul lleno de encanto y sabiduría:
Dedico este sencillo testimonio a dos grandes profesores de La Lenin: Jorge Sautié y Roberto Piedra, ustedes dejaron en mi una huella imborrable por su dedicación a la enseñanza de la Química. Gracias por guiar mis primeros pasos en aquel inmenso “Mundo Azul “como profesional y como ser humano.
El Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas Vladimir Ilich Lenin, surge para formar a los futuros hombres de ciencia del país. Es por eso que el ex presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Leonid Ilich Brezhnev, durante el acto de inauguración de la escuela, expresó: “¡Este es el palacio de la ciencia!” En realidad los egresados de la Lenin, al menos los de la “vieja guardia” salimos de allí con un altísimo nivel profesional, capaz de enfrentarnos a los estudios universitarios sin problemas y sin miedos. A pesar de ser una escuela dedicada a las ciencias no se desatendía la preparación completa del estudiante, con espacios dedicados a la música, la danza, el teatro, las artes plásticas e interesantes talleres de literatura que nos permitía adquirir una educación integral y una cultura general que hacían a La Lenin un preuniversitario especial.
Comienzo mi testimonio inmortalizando aquel 31 de agosto de 1988, el día que cumplí quince años, pero lo más importante no era precisamente “mis quince”, sino la entrada a un nuevo universo desconocido para mí: La Lenin. Ese día, al cruzar el umbral de la Garita Central, la llamé “Mi Mundo Azul”, pues éramos un mar de alumnos vestidos con diferentes tonos de azul. Caminando “sola” por aquel pasillo central hacia la Unidad 3 sentí una mezcla de añoranza por mis padres y amigos que dejaba atrás y satisfacción, pues sabía que allí iba a lograr mi meta: una preparación profesional adecuada para coger una carrera universitaria con el nivel académico necesario. Ese día, lo marco como el comienzo de una nueva etapa en mi vida y para explicar por qué digo esto, voy a contestar dos preguntas:
¿Qué huellas dejó La Lenin en mi vida personal?
En La Lenin aprendí el significado de las palabras disciplina, respeto y responsabilidad. Primero, la obligación del uso correcto del uniforme, saya por la cintura, blusas sin transformar, medias blancas y zapatos negros, un monograma que nos distinguía del resto de los preuniversitarios y que llevábamos con mucho orgullo en la manga izquierda de la blusa y la corbata para entradas y salidas de pase, así como para actividades importantes. Existía una estricta disciplina física, cultural y profesional, que nos hacían cumplir a cabalidad y si la quebrantábamos nos imponían una sanción que podía ir desde la retención del pase, la amonestación pública con la presencia de los padres hasta la expulsión de la escuela. Como ejemplo de esta disciplina tenemos que el despertar era a las 6:00 AM con: “siempre, viene el enanito / construyendo sueños / siempre así / hace su tarea mejor / el reparador de sueños”, gimnasia matutina obligatoria, limpieza del albergue, impecable tendido de las literas, rápido desayuno y todos al matutino a las 7:45 AM. Obligatoria asistencia a clases. Comportamiento adecuado en el comedor y se nos premiaba con asistir al Comedor Escuela. Por la noche, a las 8:00 PM, frente al televisor para ver el noticiero o en el aula para la lectura de la prensa escrita y a continuación el autoestudio. A las 10:00 PM se apagaban todas las luces y ¡a dormir! No obstante, tampoco éramos rígidos soldados de un batallón de infantería. Recuerdo las escapadas al Jardín Botánico los días de Chequeo de Emulación, o a comer al Vaquerito, o por las noches cuando nos íbamos a “La Loma del Cake”. En fin, de vez en cuando, como jóvenes que éramos, burlábamos, por así decir, la rígida disciplina; sin embargo sentíamos un enorme respeto y admiración por nuestros profesores. Para qué hablar de la última noche, la noche interminable, la noche que escogemos para hacer las locuras que no nos atrevimos hacer en los tres años que permanecimos como “alumnos modelos.” En la madrugada del 7 junio de 1991 dejé de sentirme estudiante para comenzar a sentirme egresada y entonces fue cuando me di cuenta que nunca más dormiría en el cubículo 8 del A2 con Elizabeth, Isel, Eslinda, Betty, Daymí, Mileydis, que no volvería a caminar por “El Bosque de la Amistad”, ni a subir las escaleras para sentarme en el “Malecón” y mucho menos contar las estrellas acostada en el “Anfiteatro Natural” con Rolando y Raúl.
Mis amigos y yo vivimos en La Lenin dos experiencias muy distintas, “la época de opulencia de La Lenin” donde los desayunos, meriendas y comidas eran abundantes y exquisitos. Nos daban aseo todos los meses, ropa de Educación Física y Trabajo. Sin embargo, gran parte de esos privilegios se terminaron al entrar en 12 grado y entonces tuvimos que acostumbrarnos a vivir con poco y compartir lo que se nos daba entre todos. Esa experiencia, aunque algo amarga, nos unió mucho y fue muy lindo la cooperación y la confianza que surgió entre todos los “leninianos”. En ese momento hicimos de los versos de Mario Benedetti un lema para nuestro grupo:
Con tu puedo y con mi quiero, Vamos juntos compañero Compañero te desvela, La misma suerte que a mí Prometiste y prometí, Encender esta candela.
En La Lenin encontré mi segundo hogar: un montón de amigos, a los cuales quería como hermanos y muchos profesores que fueron para mí como mi madre o mi padre en momentos en que ellos estaban lejos y yo los necesitaba. Ese montón de amigos y esos profesores hoy, después de veinte años de ausencia, siguen viviendo en un lugarcito de mi corazón y la mayoría seguimos compartiendo juntos, a pesar del trabajo, los hijos y las nuevas obligaciones que adquirimos con la edad.
En el recuerdo quedan momentos imperecederos, amigos de toda la vida, sentimientos de fraternidad. Disciplina, la incuestionable manera de tender una cama, de hacer deslumbrar un piso y gritar ¡ORILLA! Saber combinar estudio y trabajo, deporte y cultura; el respeto a los amigos. La necesidad de divertirse los fines de semana, la morriña del domingo. En el recuerdo nos queda el hábito de estudio, la costumbre de leer noticias y cuantas cosa más. Al ver en la calle a los estudiantes vestidos con el uniforme azul y monograma rojo deseo volver a mis tiempos de azul, pero ya es demasiado tarde y tengo que conformarme con retornar a La Lenin como egresada, lo peor es que me he dado cuenta que ya no es el mismo Mundo Azul que yo viví y que me enseñó a tener autonomía en mi manera de pensar y actuar.
¿Qué significó estudiar en La Lenin?
Los estudios eran difíciles, los profesores exigían calidad y así aprendí a pensar, analizar un complicado problema para lograr el 101 en Matemática. Sería un crimen dejar de mencionar el Museo de la Escuela que incentivaba al trabajo de investigación conjunto de profesores y estudiantes y que por asares de la vida se ha dejado destruir, ¡Qué lástima! Ojalá lo pudiéramos recuperar. Es importante mencionar las asignaturas extracurriculares de cada especialidad como Problemas Específicos, Concurso y Problemas Comunes que nos permitían profundizar en las ciencias y nos ayudaban a definir qué carrera nos gustaría estudiar. Los laboratorios de Química y Biología del cuarto piso, muy bien equipados, me permitieron corroborar que la experimentación es un medio de enseñanza irrefutable y que sin ello no hay Química ni Biología. La calidad y enseñanza de ese plantel era excelente y los profesores tenían alta preparación académica. No sólo se nos exigía en las ciencias sino también en las asignaturas de letras y ahora recuerdo las representaciones teatrales de Casa de Muñecas, La Casa de Bernarda Alba, Don Quijote y Sancho Panza con sus Molinos de Viento y el temible Franz Kafka con La Metamorfosis.
Todo esto me permitió obtener la carrera que tanto anhelaba: Licenciatura en Química y gozar hoy de una vasta cultura general que me abre muchas puertas en el largo e interminable camino del mundo de las ciencias que exige competitividad y profesionalidad. Además, siento la satisfacción de poder trasmitirle a mi pequeña Marivi todo ese caudal de conocimiento y educación que cultivé en La Lenin, que no solo fue un preuniversitario, sino una escuela para la vida. Entré con una muñeca en la mano siendo una niña y salí con todas las armas que necesita una joven para enfrentarse al mundo universitario. En el Parque Lenin, frente al monumento de este gran hombre, celebramos nuestra graduación de 12 grado y todos decíamos a coro “ya se va aquella edad..” Hoy puedo decir con orgullo: “ya se fue aquella edad / qué lindo fue despertar/ y sentir la inmensa sensación / de que vivir es algo más que un sueño si /. La Lenin es y será siempre para mí páginas indelebles de un recuerdo siempre presente.Años de estudio: 2003-2006
Graduación XXXII Aniversario
El IPVCE V. I. Lenin no fue al principio, para los estudiantes de la que sería graduación XXXII, el príncipe azul de los preuniversitarios. Fuera del prestigio dado por su excelente claustro de profesores y los resultados de su alumnado, nosotros solo recibimos paredes sin pintar, escasez de agua, albergues con mucho por hacer, colchones de guata “ortopédicos” y mucho más para nada alentador, pero con el tiempo, la misteriosa magia que la ha hecho única desde su fundación y que hace a sus egresados los más orgullosos del país, nos fue atrapando a casi todos inevitablemente.
La primera impresión fue pésima: guaguas prehistóricas, todo el pasillo central gritando “haragán” de tanta agua acumulada, enarbolando un excelente festival de huellas fanguinolentas. Tratando de ser fiel a mis recuerdos ya durante los cursos regulares, lo primero que llega es la caminata desde el B-1 (mi albergue de 10mo y 11no) hasta el parqueo o el organopónico para buscar el cubo de agua multipropósito, las consecuentes lecciones de karate y guapería para lograr que no te cogieran “ese” mismo cubo al menor descuido o la resignación a guardarlo, ya lleno, en la taquilla. Aquellas ventanas miami de madera, insoportables de limpiar y plato fuerte de los profesores al frente de las conjuntas que querían comer en nuestro piso, pero que de hacerlo en el de sus cátedras habrían muerto de olímpica infección. No podría excluir, sin pecar de sacrílego, mis memorias sobre la comida: el asombroso mal de Parkinson que sufrían las tías del comedor, la proteína vegetal, la furia inolvidable del pitipua (que solo faltó incluir en el refresco). La salvación bíblica proveniente de los médicos que saldrían de misión y se hospedaron en el “hotelito” de la escuela (los albergues I en aquel tiempo). A ellos que trajeron helado, pollo, buen picadillo, leche con chocolate, pan con mantequilla y hasta etcétera, magníficos tiempos de abundancia (parecía que estábamos de vuelta en los ´80), nuestras satisfechas gracias.
Sin embargo, la recuerdo con agrado así a pesar de los años, no como está ahora, con sus pinturas “inteligentemente” variadas, su derroche de aluminio y sus asmáticos aires acondicionados. Puede decirse que fue nuestro hogar por tres años, nos enseñó un mundo paralelo fuera del marco familiar, el perfecto ambiente donde se hicieron las primeras amistades y se hicieron los primeros amores.
Para mi, la Lenin fue un escape a la realidad itinerante y tediosa del barrio, un pasaporte con reservación en modo “todo incluido” a un entorno completamente heterogéneo, rico en matices, caracteres, experiencias por vivir y locuras por atar. Si algo tengo hoy de músico, poeta o loco (o de las tres), se lo agradezco a la Lenin y en especial a los que compartieron conmigo allí.
Los amigos que hice aún hoy están a mi lado en su mayoría. A donde quiera que voy veo caras conocidas de mi graduación y de otras. En incontables ocasiones he recibido ayuda “egresada” en catastróficas colas y matazones para entrar a conciertos o comprar entradas para espectáculos. El monograma que llevamos tatuado en el corazón, de un carmín intenso, al parecer nos hermana. Es un honor extraordinario decir estudié en la Lenin y podría creerse que lo llevamos grabado en la frente, no por el hecho banal de vanagloriarnos por los conocimientos adquiridos, sino por representar una masa gigante de amistad viva y hermosa, que sobrevive al tiempo y la distancia, que se agita y se une cuando menos se espera. Somos hermanos de pre, que se saludan con abrazos efusivos y evocan complicidades y oscuros pasajes a los desconocido en el Bosque de la Amistad, que preguntan por lo que fue de fulana o mengano del grupo tal de la unidad tal, o describen al que se encontraron en la guagua como el novio de menganita la del grupo aquel. Tenemos un lenguaje nuestro, nacido en noches de desvelo, en madrugadas de guitarrear en el techo de la Unidad 1 y que destaca en las canciones Corazón Azul (Abel Pino) y Te Acuerdas (Adrian Berazaín). Recordamos un techo azul-mágico y una guardia romántica. Vivimos una serenata en pleno día, en pleno siglo XXI y en pleno invierno. Comentamos aquel Te Amo hecho con flores y piedras, destinado a ser visto desde un cuarto piso, robar un corazón y luego un beso. Revivimos el secuestro-alquiler de una guagua pública para llegar a una guardia. Vemos frente al espejo la cicatriz de nuestra primera decepción, de nuestra primera desilusión y de la primera menstruación atrasada.
Somos, en fin, una enorme cantidad de vivencias especiales y maravillosas, de gente magnífica y alegre y por ende eso también es la Lenin, que deja por momentos de ser una enorme escuela, para ser el nítido y feliz recuerdo que nos acelera y eleva la existencia.
Años de estudio: 1996-1999
Graduación XXV Aniversario
Estudios realizados: Dr. en Medicina, Especialidad de Medicina general integral, Máster en Urgencias Médicas para la Atención Primaria de Salud, Diplomado en VIH-SIDA, Diplomado en Urgencias Médico Quirúrgicas, Diplomado en Medicina Tradicional China.Estudios en curso: Residencia de Bioquímica Clínica
Profesión actual: Médico residente de Bioquímica Clínica en el Instituto de Ciencias Básicas y Preclínicas “Victoria de Girón”
Escribir de la Lenin doce años después de haber salido de allá es un encuentro de vivencias agridulces. Hubo momentos de mucha alegría y de mucho dolor en esos años.
Allí nacieron mis mejores amistades, me formé como ser humano, aprendí valores, crecí ante las adversidades, maduré a fuerza de golpes, realicé muchas de mis primeras cosas. La Lenin que recuerdo ahora no tiene tristezas, fue una gran Escuela en todo sentido.
Recuerdo mi albergue, el k-9 adonde no llegaba el agua y había que salir a bañarse al k-7 o al I-6 y desfilar por los pasillos envueltos en una toalla, rumbo a, y desde el baño. Había que bañarse rápido, so pena de que se fuera el agua y te quedaras “encartonado”. Recuerdo cuando llovía y nos deslizábamos haciendo surf por el aéreo hasta que alguien tuvo la infortunada idea de poner los dientes antes que los brazos en una caída y bueno a partir de ahí prohibieron el surf-aéreo.
Otra cosa, también aprendí a bailar casino con el paso característico de la Lenin, de lado. En mi grupo bailábamos mucho y a veces se hacían ruedas grandes de 30 parejas o más que bailaban en todo el pasillo que nos tocaba del docente, eso fue hasta que la profesora de matemáticas nos puso un problema en una de las pruebas de una rueda de casino que nos dejó locos y bota´os. Luego del shock y los suspensos paramos un rato pero después seguimos bailando, sin música, al compás de nosotros mismos.
Recuerdo el monograma de la escuela, de un rojo tan intenso que hasta en la oscuridad se veía, mientras la moda era usar camisas gastadas, transparentes, monogramas naranjas y las botas brillantes como espejos. La comida, el elastipollo, los pedazos de jamón los jueves, las tías con Parkinson que servían el arroz, la constante Pi definió además del consabido número al arroz, chícharo y boniato cotidiano. Los días de poda de los árboles y matojos que rodeaban el comedor misteriosamente había yerbas en la sopa…
En la Escuela me relacioné con mucha gente, luego de tres años en una unidad conocías a casi todos al menos de vista, eso sin contar con los que conocías de otros años. Mucha de esa gente fula (desagradable) y maravillosa no la he vuelto a ver en años hasta hace muy poco gracias a la maravilla del internet. Muchos de ellos están fuera del país, sobre todo los de mi graduación… indiscutiblemente tenemos una fuerte vocación internacionalista.
En la Lenin aprendí cosas que me han acompañado y lo harán el resto de mi vida, creo que a casi todos nos pasó lo mismo. Es muy lindo re-encontrar compañeros de aquella época y aún los que no fueron nunca compañeros de estudios, sin importar las edades al decir “yo fui-soy-seré de la Lenin” es como si te abrieran las puertas al Universo de aventuras y complicidades que encierran los muros de la Escuela.Algo muy importante y que me ha sido muy útil en mi vida profesional es que aprendí a estudiar al duro, sin fraudes. Aprendí a tratar a los demás sin dobleces ni medias tintas, aprendí que lo que queda en el pasado no se puede cambiar y ahí se queda para siempre.
Me gustaría regresar un día, volver a pasar por sus pasillos, saludar a mis profesores de siempre, esos que me enseñaron cosas que se olvidan (matemáticas, física, “canta odiosa, la gloria del pélida de Aquiles” que hizo poner el grito en el cielo a la profe de Español) pero que también me enseñaron con su ejemplo y sensibilidad como ser mejor ser humano, los que despertaron vocaciones, los que me dieron ánimos cuando el universo parecía desplomarse.
Nadie puede ser el mismo después de haber pasado la Lenin. Si al salir de sus muros, o mejor, de la carretera de circunvalación, si no sales un poco loco, con una nueva forma de ver la vida y con huellas en el alma de tres años que no volverán entonces, no has aprendido nada, ni has pasado La Lenin.
Años de estudio: 2007-2010
Graduación XXXVI Aniversario
Carta de despedida de un alumno
Todavía late en mí el recuerdo de mi primer día aquí, fue el día en que me convertí parte de esta gran escuela y nunca pude imaginar que los mejores años de mi vida, aquí quedarían.
Han pasado ya tres años y es difícil de creer lo rápido que se los ha llevado el tiempo. Siempre anhelé un fin pero ahora que me voy solo quiero empezar de nuevo, solo quiero estar una tarde más, una noche más en la escuela que me cambió la vida y disfrutar de la compañía de todos aquellos que no quiero y no puedo olvidar, porque un pedacito mío ha quedo aquí y con su partida se va también parte de lo que soy y seré, y no importa el porvenir porque la Lenin será siempre parte de mi pasado, presente y futuro.
Hoy es el día en que me tengo que ir, ese día que nunca imaginé y sin embargo, tan rápido llegó, hoy es el día en que te digo adiós pero se que no será un adiós eterno y pronto volveremos a estar todos juntos y mientras tanto me aferraré a esos miles de recuerdos mirando atrás, para que solo queden aquello imposibles de olvidar:
Esas colas en el comedor, esas tardes en el trampolín, esos ratos junto a ti, de las cosa que aquí hicimos por primera vez y de esos sueños que solo aquí logramos, del día en que suspendí y del día en que me fugué, del tiempo que pasé en a Chmpion y en la Recee, y también de cuando estudié, y aquel sueño de ser de doce para ahora querer volver a diez.
A la Lenin, a mi escuela, a mi gente, la que me vio llegar, la que me vio crecer, la que me enseñó amar y también a perdonar, para que cuando llegue ese día, cuando nos vayamos todos de esta gran escuela no importe que ya no estemos porque las huellas de nuestros pasos no las podrá borrar ni el tiempo y solo quede en nuestros corazones el recuerdo de…
la Lenin, toda…
Profesor de Matemática entre los años 2007-2010
Director de Unidad Docente
Ya había estado allí antes. Responsabilidades y tareas me llevaron a conocerla; incluso, en la mayoría de ellas estuve de coche y hasta probé en más de una ocasión sus camas y literas. Me hizo recordar mi etapa del preuniversitario, para mí la época más añorada de lo vivido.
No recuerdo haber tropezado en esas ocasiones con el grueso de estudiantes que “cabían” en aquella impresionante escuela.
Todos (no solo los citadinos) tienen que ver con la “Lenin”, de una forma u otra y es que aún pese al tiempo que vivimos, y a las generaciones y sociedad actual sigue siendo emblemática, no creo que cambie nunca ese encargo de símbolo y esa majestuosidad que no pierde desde su fundación por Fidel.
Llegué en abril de 2007, se había terminado el Congreso de la FEU y la acertada idea de la vinculación me ubicaron allí (unidad 5). Aún me perdía a la semana, quien no la conoce bien tiende a decir que es un laberinto.
Pasaban los días y las responsabilidades llovían. Conocí a un grupo de jóvenes igual que todos los demás, pero se distinguían por tener la mayoría, la idea de obtener una carrera y hacerse universitarios, ya sea por el impulso de papá y mamá o la dedicación al estudio.
Los cuatro primeros meses fueron el inicio de una escuela para mí que hace que todos los días me acuerde de ella, de su estructura y de su gente (los que están y los que no, al menos físicamente).
En septiembre de este año conocí a un claustro y un colectivo estudiantil, que puedo considerar, pese a lejanías y graduaciónformamos parte (y creo que seremos siempre) de una gran familia.
En la “Lenin” se conoce la Capital, se aprende a convivir con las luchas de gente con vicios, del trabajo cotidiano, las 24 horas, se aprende a discernir a cada quien. Es que ella en sí misma tiene la oportunidad de agruparte a las personas, desde el que dirige hasta el alumno o profesor que pretende pasar desapercibido por entre los demás.
El sabor que deja ella, (no sé si por malo o bueno, solo sé que lo deja) es único aunque solo hayas estado por allí tres días, una semana o un mes.
Sus pasillos, por donde pasó Fidel, su tabloncillo donde jugó Fidel la hacen campear con respeto.
El frío del invierno o el calor del verano son temas que inspiran a una conversación o forman parte de la composición de una canción.
En tres años y unos meses la “Lenin” se quedó en mi corazón, recordarla me da fuerzas, pasar cerca de ella o simplemente conversar sobre esta me hace vivir momentos que creo solo se viven allí, que solo pasan allí, que creo son irrepetibles, ¿imagínense entonces a los que entran con 15 años, llegan sin bigote y salen afeitándose todos los días para que la barba no crezca y están además en la edad de formación? Solo los que allí están o estuvieron pueden describir lo que se siente, las huellas que quedan en uno y la preparación que como persona, como individuo te deja.
Conozco adultos que por su cotidianeidad prefieren no estar allí, pero estos también se van con huellas de ese centro y los conozco también que han preferido nacer, crecer y morir en ella, cuidando cada pedacito hasta el último aliento.
Conozco otros que orgullosos dicen que estudiaron y preferirían la oportunidad de volver a pasar por allí, fuesen de cualquier graduación. El caso es que está presente y ha tenido que ver con todos de alguna manera. Sin embargo conocí a quien estudió y se hizo maestro desde la “Lenin” y para la “Lenin” y con el ánimo de niño que pierde su juguete más querido, tuvo que salir por enfermedad u otros problemas de esos que van entrando en nuestras vidas cuando nos hacemos menos jóvenes, y se despidió de todos con una sonrisa en los labios, pero con ojos acompañados de su voz diciendo: “aquí dejo gran parte de mi vida”.
Sé que pertenezco también a esta FAMILIA que añora un momento en aquel coloso azul y dice junto a aquella canción que estremece a aquel lugar y a cualquiera de los que la conocen bien donde quiera que estén: “Mi Lenin sigue aquí”.
Profesor de Educación Física (Judo)
Desde 1978 a 2002
Todos los recuerdos que poseo son muy gratos y reconfortables, mi experiencia como profesor de educación física con 33 años de edad, impartiendo judo, con muy buenos resultados para la escuela a nivel de de las Unidades Docentes ‘’Inter. Unidades’’. A nivel Municipal con todos los atletas que el municipio poseía. Además de las competencias provinciales tuvimos el Honor de estar entre los Municipios destacados, pero no solo se puede hablar de deporte sin mencionar los Valores que se forjaron todo el tiempo los directivos con los profesores, trabajadores y a los estudiantes, por el verdadero camino de cuidar querer lo que tanto trabajo y sangre derramaron para tener todo lo que nuestros antecesores en sus luchas independentistas y revolucionara lograron.
La lenin hizo de mi un profesor verdadero a pesar de mi poca experiencia, pues comencé’ con 22 años de edad. Decir que la experiencia como profesor guía la inicie en la graduación V Aniversario del centro en Santiago de Cuba, y la escalada al ‘’Pico Turquino’’, los lugares Históricos desde los mambises, hasta de nuestra Revolución.
Estando trabajando en la Vocacional matricule la Licenciatura en Cultura Física en 1983 y culminando en 1988, fui durante varios años profesor guía de grupos y de Dormitorios. En el claustro de profesores y directivos siempre reino un ambiente de ayuda en todos los aspectos políticos, de fraternales y sobre todo no se violaron nunca los principios revolucionarios. Decir que me siento muy orgulloso y que siempre he defendido a malos conceptos y rumores de la población urbana con respecto a los estudiantes de nuestro centro; Gracias a la revolución y a los programas educativos la Orientación vocacional dio sus frutos, pues la mayoría de los ingenieros, Profesores, médicos, investigadores, fueron y son dirigentes de nuestra revolución y todo lo que ha tenido que ver con el desarrollo de nuestro país esta escrito y pertenece a la frase de nuestro comandante Fidel Castro Ruz, cuando dijo ‘’Cuba es un país de hombres de ciencia’’.
Actualmente estoy trabajando como profesor de Educación física.prof. Asistente en la Universidad de las Ciencias Informáticas además de seguir atendiendo el judo en dicho lugar con resultados a nivel de base {ínter facultades}, provinciales y Nacionales frutos que todos conservamos y guardamos por la experiencia guardadas desde nuestra juventud. En la actualidad estoy culminando la Maestría en ‘’Actividad física en la comunidad’’.
En la foto, publicada en el periódico Granma, el 31 de enero de 1979, aparece la Directora de la Unidad Pedagógica emplazada en la Escuela Vocacional Lenin, Máster en Ciencias y profesora auxiliar de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona.
García Fernández fue una de las panelistas en el encuentro con la historia sobre el protagonismo de Fidel en la creación del destacamento pedagógico Manuel Ascunce Domenech. El intercambio entre fundadores a raíz de la conmemoración del 50 aniversario de su fundación, fue realizado en el Centro Fidel Castro Ruz. Entre anécdotas Catalina dice con mucho orgullo «mis muchachos del destacamento pedagógico» y describe su pasión por el arte de enseñar:
«Yo soy maestra, creo que desde que nací, porque siempre me gustó mucho el magisterio y me sigue gustando. Yo soy maestra por vocación, por martiana, por revolucionaria y por fidelista»
Años de estudio: 2000-2003
Graduación Aniversario: XXIX
Estudios realizados: Medicina, Fotografía, Master de Reiki. Estudios en curso: Maestría en Medicina Natural y Tradicional. Profesión actual: Doctora en Medicina.
Mi entrada en la escuela fue muy difícil en un comienzo, ya que fue un Shock muy fuerte, era otra cultura, otro método educativo, todo me era ajeno. Hasta que con la ayuda de mis compañeros me fui adaptando, sobre todo, a respetar las diferencias y diversidad de los alumnos. Comencé a leer libros de todo tipo, comencé a sentir la necesidad de cultivarme, de cada vez saber más y disfrutar de esta experiencia.
Mi mente se abrió, desperté a un nuevo horizonte y forma de comprender la vida y sus fenómenos. Compartía con todo tipo de artistas aficionados dentro de la escuela. Allí fue donde comenzó mi pasión por la fotografía. Al llegar a la enseñanza universitaria comencé a hacer fotos y de ese modo obtuve numerosos premios entre ellos el diploma de Oro de la Universidad. Nunca olvidare que en la Lenin fue donde encontré esta vocación.
Lo mismo me paso con la medicina: En el pre fue donde descubrí que me gustaba ayudar y socorrer a los demás con sus problemas de salud, entonces pensé en estudiar esa carrera.
Aprendí a jugar voleibol: ganamos el primer lugar provincial los tres años consecutivos. Eso me creo las bases para que luego fuera campeona nacional de los juegos galenos.
Y este fenómeno de enriquecimiento que me aporto la escuela me ha perseguido todos estos años. Siempre me sorprendo del potencial que creó la Lenin dentro de mí y que en el momento de estar ahí dentro no valore lo importante que sería.
Años de estudio: 2003-2006
Graduación XXXII Aniversario
Estudios actuales: 4to año, Facultad de Psicología, Universidad de La Habana
La primera vez que vi la Lenin fue a través de los cristales de una guagua Girón, las famosas aspirinas. Estaba lloviendo a cántaros y solo se divisaba una leve silueta: sucia, sin ventanas, despintada y enorme. El camino hacia el albergue fue una tortura: yo pesaba cerca de 85 libras y el maletín me hacía la competencia. Los charcos a lo largo de todo el pasillo central, el fango y las interminables goteras no fueron lo que se puede llamar “una buena impresión”, pero ya estaba ahí y había que salir adelante.
Los primeros días en la escuela los sentí muy raros: dejé de ser la niña linda de casa, que nunca tuvo obligaciones, ni responsabilidades mas que salir bien en la escuela, para formar parte de un cubículo con otras siete personas, cada una diferente, con sus propias costumbres y ritmos. Las malacrianzas se quedaban en casa.
Al inicio la Lenin me pareció enorme y pensé que nunca podría aprender a caminar por ella. Me fijaba en los carteles y murales de los pasillos por los que doblaba, para poder guiarme al regresar. Entonces comenzaron a surgir los primeros amigos: los que te daban direcciones (a veces no muy certeras), los que te ayudaban a no caer en las maldades de los más grandes o listos que te decían que les buscaras la llave del aéreo o del pasillo central y también los que se perdían contigo.
Así se empieza y se termina en la Lenin: conociendo personas y precisamente la mejor enseñanza que te deja es que en cualquier lugar puedes encontrar un nuevo amigo. Las matemáticas y físicas se olvidan, pero la alegría que te deja el poder reconocer a alguien de la Lenin, después de mucho tiempo, resulta inolvidable.
Es increíble como con el tiempo las tragedias vividas se vuelven chistes y ese reporte por práctica de pareja que te puso a sudar; se convierte en una hazaña heroica y la proteína vegetal, el aporreado de pescado y el agua fría en invierno pasan desapercibidos.
También te das cuenta que aquellas peleas en el albergue, a veces porque algunas hablaban cuando el resto quería dormir o porque alguien encendió una luz fuera de hora o porque otra gritaba demasiado o porque era sumamente ordenadas y tú el reguero en persona, sirvieron sobretodo para conocerse mejor y aprender la importancia del respeto y la comprensión a los otros.
La Lenin te enseña muchas cosas, pero las más importantes generalmente están fuera del plan de estudios. Por ejemplo comprendes que los algoritmos y ecuaciones son valiosos, pero no suficientes cuando de relaciones sociales se trata. Es entonces cuando aprendes a solucionar tus problemas a través de las negociaciones: tú me repasas inglés y yo te ayudo con física, tú haces la guía de historia y me la prestas para copiarla en lo que yo me leo Papá Goriot y después te lo cuento.
También en la Lenin aprendes a lavar las camisas a mano y lo más impresionante: lograr, con unos movimientos únicos, que queden igual de estiradas que si las trajeras de casa. Además se aprende a ser maletero, porque subir una maleta a un albergue en un tercer piso no es muy fácil que digamos; se aprende a cuidar el agua, tanto que en ocasiones había que guardar el cubo lleno dentro de la taquilla si te querías bañar luego; se aprende a recoger basura en los sótanos; a limpiar todo el pasillo central con un solo cubo de agua, a bailar casino, sin importar cuan sucios quedaran los zapatos o si había música o no; se aprende también a despedir a los novios en las escaleras, a cantar canciones que van desde de Silvio y Varela hasta Daddy Yanqui; a jugar dominó, ping pong, cartas y hasta football en una piscina sin agua.
Será eterno el recuerdo de las mesas suecas los jueves en el cubículo, donde todas sacábamos lo último que nos quedaba en las taquillas, el comer “arroz con suerte” y “gallina en licra”, sin ensuciarte los dedos, haber pintado carteles con pinceles hechos de lápices y cabellos propios.
Los tres años en la escuela me enseñaron el secreto de mantener las medias en alto usando liguitas de preservativos, darle vuelta al lápiz de una forma única, dormir en las guardias sin que los profesores te descubrieran, sentarme en el piso sin recelos, doblarme la blusa cuando venía un profesor de forma tal que parecía que estaba dentro de la saya y hacer ese aplauso tan especial del ”pan con bistec”.
Además en sus lugares se viven experiencias únicas como el primer noviecito formal, el baño en el Peñasco y en el tanque del organopónico, el sabor único de las mandarinas robadas, el sonido de los aviones al pasar (y hasta estaban los que decían identificar el tipo de avión por el sonido), la esmerada preparación para ir a las “recres”, la inolvidable imagen de las tetas de Managua, la ausencia a los matutinos con tal de dormir un poquito más, el participar en los módulos culturales o sencillamente pararse delante de toda la unidad a hacer un encuentro de conocimientos improvisado con tal de ascender del último puesto en la emulación y poder entonces irnos 15 min. más temprano.
Que ironía del destino cuando hoy a cuatro años salir de sus aulas lo que más desearía es ser al menos por 5 minutos estudiante de la Lenin nuevamente. Es que (como me dijo una amiga en cierta ocasión) su monograma no solo sirvió para marcar de rojo mi camisa, también me marcó en lo que soy, en lo que pienso y en lo que quiero.
Es cierto que viví momentos difíciles, sobre todo porque cuando entré en la Lenin lo único que sabía hacer era bailar ballet, pero ahora todas esas vivencias nos son más que anécdotas que relatar en las fiestas que hacemos. Las broncas entre hembras y varones del grupo 3 de la unidad 1 quedaron atrás, así como el fin de semana sin pase y estudiando matemática que nos ganamos y que al final agradecimos porque todos pudimos aprobar. Ahora nos reímos de cosas que se dijeron como “el rincón martiano del Ché” y nos acordamos de las infinitas colas para ir al comedor, hablar por teléfono o bañarse.
Aún hoy me preocupo por enterarme de las cosas nuevas que pasan en la Lenin y me emociono cuando veo un estudiante actual y aunque algunos me miren con mala cara y digan que los de la vocacional somos unos engreídos con orgullo repito yo estudié en la Lenin porque esa etapa de mi vida ha sido el período de aprendizajes y retos que me trasformó para siempre.
Gracias a la Lenin y a todos los que hicieron posibles que esos años fueran increíblemente mágicos.
Años de estudio: 2001-2004
Graduación XXX Aniversario
Estudios realizados: Licenciatura en Periodismo, Universidad de La Habana
Mayo 20, 2004
A mi Happy 6:
Es verdaderamente difícil materializar ahora la idea de redactar un texto donde se resuman o se plasmen [as impresiones y las sensaciones de casi tres años de convivencia. Me he propuesto entonces, de cierto modo, volcar el alma en el papel, en el empeño de mostrar el agradecimiento y la dicha que siento por haber compartido con ustedes.
A ese lugar del que tanto nos quejamos, a veces con razón, y otras por costumbre, le debemos francamente el habernos mezclado en una masa nada uniforme, pero compacta en su esencia misma, el habernos tallado cual pieza de madera, no totalmente pulida, pero sí lo suficientemente sólida para resistir al paso de los años. A «La Lenin», le debemos el grandísimo honor de nuestro encuentro, de nuestra unión, del inicio de la formación de nuestra personalidad y nuestro verdadero carácter. Gracias a «La Lenin», hemos aprendido a enfrentar solos las consecuencias de nuestros actos, conocido muchos el verdadero sentido del amor, juntado nuestros cuerpos en un abrazo con alguien que supo convertirse en un amigo y forjado de modo consecuente nuestra vocación. Por «La Lenin» seremos lo que de nosotros se espera: mejores amigos, hombres y mujeres con el intelecto fortalecido y las manos seguras para luchar por la vida, gente de pensamientos claros y profundos, amantes de la humanidad y del mundo. En «La Lenin» quedarán grabados para siempre nuestros mejores recuerdos de una adolescencia que ya se nos quiere ir, nuestras primeras locuras, las primeras responsabilidades con algo, alguien y con nosotros mismos; en «La Lenin» se marcarán cual huellas firmes e imborrables nuestra esencia, nuestro olor, nuestros sentidos.
De ese lugar que tanto deseamos formar parte hace buen rato, ya nos estamos yendo físicamente, para volver todos los días con el espíritu, con el corazón. Mientras nos ocupemos de pensar en lo que pasamos en compañía unos de otros, que será como volver a vivido, nuevos cuerpos estarán experimentando esa riquísima sensación de caminar por los pasillos inundados de azul, de sentarse en las aulas y mirar los flamboyanes, de acostarse a las diez y dormirse a las doce gozando del murmullo o detestándolo. Ahora una cola de la ciudad, nos recordará las interminables del comedor, a los baños en lugares públicos estaremos comparándolos con los del docente o del albergue, en cualquier gala, concierto o acto de otra clase, recordaremos que nuestros compañeros eran los artistas que tanto aclamábamos y defendíamos en las actividades culturales del centro. Indirectamente, a kilómetros de distancia y de algún modo, nuestra cotidianidad estará tocada con detalles de estos años, que pasaron implacables sin considerar que los estábamos disfrutando a manos llenas.
Hoy, solo me queda el deseo de que nunca queden relegados a un rincón estos tiempos duros y magníficos, el ansia de que no se olvide que detrás de un teléfono o una dirección escrita en un papel, estamos todos dispuestos a seguir queriéndonos, a ayudarnos y a compartir nuestros futuros. Solo me queda pedirles, que hagamos realidad el sueño de volverá vernos cada cierto tiempo y que pongamos en ello ella voluntad y el empeño.
Con el pecho abierto a la franqueza, les digo que de su felicidad depende la mía, y por eso sueño con que podamos decir algún día que hemos cumplido nuestras metas inmediatas y que trazamos otras, que estamos satisfechos pues labramos los senderos para andar con seguridad y a nuestras anchas en este universo lleno de contrariedades. Aspiro a poder oír de sus bocas impregnadas en sonrisas, que han encontrado el amor y el equilibrio, y que andan eternamente en busca de nuevos sueños.
Los quiere quien es suya de por vida: Mabel Machado López.
Años de estudio: 1998-2001
Graduación Aniversario: XXVII Aniversario.
Estudios realizados: Ciencias de la Computación Universidad de la Habana
Si para desvirtuarme he de escoger de qué prescindir, jamás de la Lenin. Cómo me iba a separar de tantas historias? Qué iba a hacer sin los amigos de allí, que son los de ahora?.
Después de la Lenin me percaté que había cambiado algunos conceptos: ya no era mas una escuela común, sino una etapa de la vida. Una etapa donde descubrí que hay amigos mas allá de los marcos establecidos por un aula repleta, y «amigas» que también te hacen marcas en un aula ya no tan repleta. Si prescindo de la Lenin, he de prescindir de todo eso, incluso de lo que me acompaña aún hoy y que me sedujo por primera vez en aquellos tiempos.
Todavía, y creo que será así toda la vida, me emociona ver el uniforme de la escuela, y ello me hace partícipe de un viaje a mi albergue, a mi aula, a todos los pasillos y aéreos donde fuí dejando mis minutos, a la cola del doble del comedor, en fin …
Digo mi aula, mi albergue, pues entre otras muchas cosas La Lenin me regaló el sentido de pertenencia por ella misma, de cerca venía la recomendación, pero no me arrepiento de haberla tomado. En muchos de los días del mes aparace la escuela como tema de conversación, siempre a manera de momento grato, aún si el mundo se está haciendo añicos esa es una de las ideas que no admite moviemiento de pilares.
Del albergue al aula ví mucho más que pasillos y escaleras, me encontré con gente de mi misma edad que lejos de parecerse a mí eran casi el opuesto, y aprendí de ellos un montón de cosas que te nseñan la gente de 15 años cuando van a la par contigo. Y a la vez me topüé con los que compartían bastantes gustos conmigo, y descubrí que era unapersona común. Caminando del albergue al aula me percaté un día, o una noche, que tomaba otro cariz decirle a una muchacha que estaba enamorado, y aún hoy.
De lo malo no me acuerdo, o será que ahora entiendo que no era tan malo? Si sé que extraño a la gente de la escuela demasiado, y que es estupendo el momento en que me encuentro con alguien de allá.
Si he de prescindir pues, jamás de la Lenin.
Años de estudio: 2003-2006
Graduación 32 Aniversario
Me llamo Aymee Castillo y soy de la Graduación 32. Para mí la Lenin significó responsabilidad, diversión, amistad, lucha y sobretodo me hizo entender que todo lo que me proponga lo logro.
Responsabilidad porque aprendí a valerme por mi misma, a resolver mis problemas a enfrentarlos con inocencia y sabiduría a la vez y porque no con madurez.
Diversión porque hice muchísimas cosas de las cuales hoy en día todavía me río, porque fui y soy muy maldita jajajaja.
Amistad porque aun mantengo muy buenas relaciones con compañeros que aunque no fueron muy cercanos en ese entonces el haber estudiado en el mismo centro y compartir experiencias nos ha unido en el presente.
Lucha porque algunas asignaturas hicieron de las suyas pero bueno ahora me río de todo eso y a esto se une la perseverancia.
Años de estudio: 2005-2008
Graduación XXXIV Aniversario
Estudios cursados: Lengua Francesa, Facultad de Lenguas Extranjeras de la Universidad de La Habana
Estar en la Lenin significa mucho para todos los que pasamos por esa etapa tan hermosa, a veces por el mero hecho de habernos hecho hombres y mujeres durante nuestra estancia en ella y por haber vivido allí nuestra adolescencia y temprana juventud, así como la formación de nuestra personalidad, momentos de la vida que son bellos en cualquier lugar.
También por todos los buenos momentos: los primeros amores, las escapadas y actos contrarios a lo establecido pero muy divertidos (al menos yo era un niño inocente cuando entré), las conversaciones interminables sobre cualquier tema, desde los más comunes como “jevitas” y chismes hasta problemas globales, metafísica, arte, filosofía existencialista, etc.; la cantidad enorme de muchachas bonitas, las buenas condiciones de vida, las recreaciones, los juegos y la “jodedera” en los albergues, las incursiones nocturnas a los albergues de las hembras, los encuentros amorosos en tantos lugares (la escuela tenía al menos en mi tiempo más de 20 lugares donde realizarlos) y por supuesto el excelente claustro de profesores y los recursos a nuestra disposición que permitían un mejor aprendizaje.
Pero para mí no solo implicó eso: El conocer tanta gente diversa de tantos lugares y medios familiares me enseñó mucho, ahí lo mismo encontrabas cristianos protestantes y adventistas del séptimo día, que practicaban sus cultos a las 5 de la tarde en el bosque de la Amistad, que hacían sus cánticos delante de todo el mundo, realizaban su labor proselitista, defendían a ultranza sus creencias, e incluso tenían problemas de pareja por su convicción de llegar vírgenes al matrimonio, también católicas famosas no precisamente por su castidad, pero que los domingos iban a misa; satánicos que realizaban rituales macabros y sexuales en el mismo bosquecito, pero de madrugada; gente con aspiraciones de grandeza; fieles fanáticos y detractores acérrimos de la Revolución (y otros que fingían ser lo primero por conveniencia); gente con todo tipo de orientaciones sexuales, algunos confesos, otros y otras reprimidos, pero que aún así podían ser excelentes personas; gente que se mataba estudiando para salir bien y otros que conseguían (filtraban) las pruebas; camajanes e hijos de papi, y pobres que querían hacer lo mismo que estos y no podían.
Al convivir con tanta gente diferente e intercambiar tantas ideas aprendí a tener una mente abierta y empática; a repartir mi tiempo; a respetar gustos y creencias ajenas; a que lo que yo creo o me gusta no tiene por qué ser lo correcto o lo mejor solo por eso, a reconocer cuando me equivoco, a que nadie es bueno bueno ni malo malo, a que generalmente los que tenemos por malos hacen lo “malo” pensando que es bueno porque están equivocados (y a veces porque los equivocados somos nosotros), y a que toda obra e idea humana (excepto esta, claro) está sujeta a errores. Allí aprendí a luchar por lo que creo, a ser rebelde cuando hay causa, a saber discutir y argumentar una posición sin ofender ni llegar a la violencia verbal, a que siempre entre los jefes hay un “pillo” que le da la vuelta a los asuntos para que todo lo malo sea culpa de otros, a que los jefes prefieren estudiantes disciplinados y obedientes antes que inteligentes y conscientes de las cosas, a reconocer y rechazar la hipocresía, la demagogia, la doble moral y la manipulación. A través de esos 3 años tuve múltiples experiencias en las que adquirí y ratifiqué esos conocimientos.
Puedo parecer pesimista, o que no disfruté la escuela, nada de eso, la disfruté muchísimo y viví muchas cosas bonitas, pero ya que la gente solo habla de lo rico y lo positivo, es útil que alguien hable de lo “fula” y lo negativo (que no lo es tanto si se mira por el lado de la experiencia adquirida), también hice amigos y amigas entre toda esa gente diversa que aún me duran, seres con los que conviví 3 años compartiendo comida, cubículo, problemas, retenciones de pase, aula, ideas, borracheras, salidas, fiestas, personas que son como mi familia, a quienes verdaderamente espero ver envejecer y progresar en la vida.
La Lenin fue para mí la mejor etapa de mi vida hasta ahora, pero lo que la hace tan excepcional, importante y entrañable para todos los que estuvimos allí no es la institución, ni el lugar, sino su gente, de ahí la utilidad que le veo a este proyecto tan bonito que nos permite reencontrarnos unos a otros, a nosotros mismos, y como dice la canción de Adrián Berazaín: al pedacito de nosotros que dejamos allí.
Años de estudio: 1992-1995
Graduación XXI Aniversario
Estudios realizados: Doctor en Medicina. Especialista en Medicina Natural y Tradicional. Master en Medicina Bioenergética y Natural Estudios en curso: Ciencias médicas Profesión actual: Médico
Bueno…Hola por ahí, Yo soy Yainol blanco Corp, graduado de la Lenin, y con mucho orgullo de haber estado en esta maravillosa escuela y no solo por ser una escuela con un carácter tan especial, sino también por las innumerables experiencias que tuvimos todos en aquellos tres años de pre. Son tantas las vivencias que estoy seguro se me han olvidado muchas de ellas, pero me ha quedado las enseñanzas de la vida que es eso lo que puedo expresarles en este testimonio. Primero que todo La Lenin tuvo un gran impacto en mí, en la formación personal y como estudiante, desarrolló mi voluntad y perseverancia en el estudio, me mostró que con fe, fuerza y deseo podemos lograr todo que deseamos en la vida, y así fue todo el tiempo. Nada más que les digo que la Matemática que sé de mi vida entera la aprendí allí, en esos tres años y no antes, jamás hubiera concientizado que la matemática se llamaba «matemática», y eso se lo agradezco a mi profesor «Ramón» que creo en estos momentos es parte de la dirección de la escuela (vicedirector de algo que no recuerdo). Tuve unos compañeros de aula maravillosos, muy sinceros en general, y solo ahora me doy cuenta de ello después de tantos años. Pues cada uno se expresaba como le daba la gana sin sentirse comprometido con nadie. Y esto no quiere decir que nos lleváramos de las mil maravillas, pero cada uno sabía hasta donde llegaba cada cual y sin misterios, así que al final nos llevábamos bien porque cada cual se respetaba a sí mismo y a los demás.
De los profesores les cuento que tuvimos la suerte del mundo, y digo que yo también tuve la Suerte del Mundo; porque justamente en mi entrada a la escuela Lenin estaba de director de mi unidad, el director Arencibia, que pienso no estuvo ni 5 años en la escuela, porque era muy revolucionario para su tiempo y pienso no estuvo acorde con el pensamiento generacional de aquellos tiempos. Pero ocurrió algo maravilloso. Este director se dedicó en aquel tiempo a vivir para nosotros, sus alumnos, y dedicó toda su astucia y accionar revolucionario para que nosotros nos sintiéramos lo mejor posible. Realizó cambios insuperables, y si mal no recuerdo él instituyó que los propios alumnos fueran los propios dirigentes y organizadores de la actividad diaria del estudiante (en el comedor, en el autoestudio, las actividades del campo, etc.) Se hacían muchas actividades culturales, deportivas, estudiantiles, concursos, etc.
Otra cosa muy interesante de escuela, y se lo sugiriera a todo aquel ingresara en ella, es que conocí cerca de mil personas en ella, es eso lo que más me gustó. ¡Yo caminaba mucho y me relacionaba con «malanga» y bailaba con «malanga» también!. He conocido posteriormente a varias personas y sé que hubieran disfrutado más su estancia en el escuela si se hubieran abierto más al conocer las insospechadas personalidades que se encontraban allí, a la par de uno, al mismo nivel que uno, con el mismo uniforme, y con los mismos derechos y limitantes que uno, pero eran tremendísimas personas y de gran valor; con los cuales un día jugabas basket, pelota, fútbol rugby, fútbol, pelota, bailabas casino, en parejas o en ruedas, personas de las cuales te enamorabas, personas con la que estudiabas juntos, con las que disfrutabas del paisaje, o simplemente hablabas y conversabas. Sin embargo había otras personas que no salían de su círculo aula-albergue-comedor y no vivieron con tanta intensidad, como lo pudieran estar viviendo ahora después de tantos años. O sea que viví muy intensamente mi estancia en La Lenin.
Hoy después de más de catorce años, he visto a muchos colegas y nos saludamos como si no hubiera pasado tanto tiempo, como si nos conociéramos bien; y cuidado no estoy hablando de los de mi aula o los de mi unidad, NO. Me refiero a otras personas de otras unidades que solo nos veíamos de tantas veces cruzarnos en los pasillos. Y así, estamos luchando en la vida y recordando de forma inconsciente y aplicando todo aquello que aprendimos en la Lenin, nuestra Vida.
¡Buena Suerte para todo aquel leninista y para el que lo será!
Años de estudio: 1974-1980
Graduación VI Aniversario (Unidad 6)
Estudios realizados: Máster en Derecho Público
Un lugar con magia.
Volví a la Lenin cuando cumplió 30 años y bajo un torrencial aguacero, con Dinorah, Iliana, Sarah y Maritza. Ese sábado, 31 de enero del 2004, después de más de 20 años subí al K-8, mi albergue durante onceno y doce grados y me espanté. Fue duro chocar con el deterioro, pero aun así, encontré el pedacito de ventana que me tocó por dos años. De golpe, muchas imágenes pasaron y algunas lágrimas salieron, para la vergüenza de mis 41 años. Sin embargo, mi reacción nada tenía que ver con los alumnos que vi, porque no parecían tan afectados. Quizás, porque por ahí andaba todavía la magia de ese lugar, que marca a todos los que viven en él y porque al final, somos parte de una historia que ya pasa de 35 años y que para algunos como yo, no me apena decirlo, es como una enfermedad incurable.
De no ser así, cómo se explica que Maritza haya empleado todo un día, con madrugada incluida, para desplegar su imaginación y pintar un cuadro que nos acompañó como un leninero más durante el viaje, donde reprodujo el rojo monograma que nos distinguió del resto de los becados y que con total desinterés donó a la que fue nuestra casa por seis años, los mejores de nuestra vida juvenil.
En septiembre de 1974, cuando la Lenin sólo contaba con casi nueve meses de inauguración oficial, me hallé ante la consumación una idea fija en la mente de una niña, que sin haber cumplido doce años quería INDEPENDIZARSE. Al llegar, el lugar me pareció hermoso, enorme y mucho después descubrí que podía atravesarlo sola, de punta a punta, en línea recta y sin perderme. El arquitecto Garrudo no sabe que la genial idea de comunicar pasillos, aéreos y escaleras, nos permitió salir ilesos de más de una “travesura”.
Fui a parar al B-4 desde séptimo hasta noveno grado y a partir de ahí, mis recuerdos llegan hasta el último día, aunque algunas memorias son inconfesables. Recuerdo el cubículo de ese y de cada albergue por donde anduve, la ubicación de mi litera, el ¡De pie! con Amanecer Cubano o música de Joan Manuel Serrat (“Para la libertad, sangro, lucho pervivo, para la libertad…”); el tema que identificaba la señal del audio, los ensayos de la “danza rusa” en la que nunca pude bailar, la primera vez dentro de la piscina y cualquiera de las oooootras tantas; ir al campo a recoger café, pepino, lechuga, siempre con las manos pegajosas y llenas de tierra; las tías, como Longina; la industria deportiva, cosiendo pelotas de béisbol con hilo de cera; la industria de radios y pilas, ver actuar a Los Latinos, a Silvio, a Virulo, aprenderme “El Guararey de Pastora” en Ruso, bailar con Barrabás, Boney M., Bee Gees, Santa Esmeralda, Hotel California y ni hablar de bailar Casino porque era cosa de “cheos”. Es imposible olvidar el frío, ¡qué frío!, que nos ponía las piernas cenizas y nos obligaba a llevar el abrigo, que ya no se usa; la aparición de las unidades en el curso 78-79 y por supuesto, buscar el amor, una y otra vez.
En la Lenin, comenzó mi amistad con Iliana Lazo, quizás porque discutíamos por cualquier bobería. Desde ese tiempo conservo a Marla Oiz, cerca de mi desde primaria; Flora Pérez, Dinorah González, las dos con tan “buena memoria”; Sarah Urra, con los cachetes siempre colorados; Alicia Pérez, “nuestra estrella del carnaval”; mi amiguita Bertha Lourdes, compañera de trapeología. Es imposible olvidar a Muiños, Bello, Adán Poll, Alemán, el Bosco, Juan Carlos, Payasá, Eddy, Guillermo Ramos, Sergio, Jorgito, Mirabal, Bico, Hache, el Fríjoli, Valdivia, Michel, Lázaro Reigosa y otros que voy redescubriendo a cada rato. Siempre recordaré a Corea Vigoa, con quien subí la Escalinata de la Universidad para ir a matricular nuestras carreras. No tuvimos tiempo de decirle adiós, pero bastó con verla recibirse como Doctora en Filosofía y con que nos dedicara una parte de ese momento, al que llegó para demostrar que el empeño todo lo puede.
La Lenin también tiene sus mitos y personajes distintivos, que van desde “el sombra”, el legendario piscinero “olivito”, los directores más famosos como Chávez, Reina Mestre, Elsa Gómez, la “teacher“, hasta los todavía presentes “Picolino” y Aracelys. Por si no lo saben, hubo una rivalidad interminable entre las unidades cinco y seis, que no se si llega a nuestros días.
¿Qué puedo decir de mis maestros? Pienso en Martha Veitía y Teresa Febles, excelentes profesoras de Matemática, a quienes estaré eternamente agradecida por haberme enseñado a lidiar con una asignatura que no me gusta; Pérez Cuesta, de Geografía; la pequeña Mayrita y el profe Sautié, ambos de Química; Isis, de Física, mi profesora guía en onceno y doce grados; Ramona Saura, de Historia y Fresneda, de BPC; el profe Tony, de Matemática, que siempre encuentra un momento para volver a ver sus alumnos.
Gracias especiales a todas las profesoras de Español y Literatura que tuve. Si estas palabras pueden entenderse en su justa medida es porque, entre otras cosas, se empeñaron en enseñarme a escribir.
Voy a estar siempre unida a la Lenin y me siento dichosa por todo lo que viví y aprendí en ese lugar y por toda la gente que conocí. Muchos ocupan un lugar importante entre mis amigos y hemos visto nacer y crecer a nuestros hijos. Juntos nos alegramos de verlos entrar también a “la escuela” y compartir la misma aula o el mismo albergue de sus padres. Si de sueños realizados se trata, el mío se cumplió porque todavía formo parte de esa historia y la vi repetirse en mi hijo, menos “leninero” que yo, pero sólo hasta que los años empiecen a caer.
Conocí la escuela nueva, la reencontré en muy mal estado pero la vi renacer en el verano del 2005. No tengo remedio, SOY “LENINERA” y lo digo con mucho orgullo, pero del bueno, del sano, del que no se usa para anclar en él la causa de alguna infeliz existencia. Y es realmente así para todos. Ese lugar recogió lo mejor de muchas generaciones, con período especial o sin él.
Eso es lo que vale para que cada año tantas generaciones se reúnan donde sea posible y si no lo entienden, pregúntenle a los egresados del año 1980 ¿por qué decidieron celebrar su 25 aniversario bajo un apagón interminable y a la luz de la luna?
Algunos dirán que estamos marcados por una enfermedad incurable, otros dirán que somos unos tembas nostálgicos y yo diré que todos tienen razón y volveré a organizar otro encuentro para celebrar el 30 aniversario.
Años de estudio: 1982-1988
Graduación Aniversario: XIV Aniversario, 1988
Estudios realizados: Ingeniería en Telecomunicaciones / Máster en Telemática
Profesión actual: Ingeniero en Telecomunicaciones. Supervisor de Telecomunicaciones de la Red Nacional de Universidades (REDUNIV) del Ministerio de Educación Superior (MES) de Cuba.
Los años que creo ninguno cambiamos
A la memoria de Juan Manuel Mozo Cañete (“el Cuco”) y Javier “el Papa” Marrero, entrañables amigos, leninistas siempre…
La verdad es que la escuela Lenin ha sido fundamental y definitoria en mi vida. No puedo considerarla como algo del pasado, pues en este tiempo, he tenido más de un sueño que me ha llevado otra vez por aquellos pasillos largos y brillosos, por aquellas etapas de despertar, de conocer, de compartir. La Lenin ha estado ligada a mi vida de una u otra manera, y sinceramente no cambio por nada, aquellos años que viví allí. Puedo asegurar sin temor a equivocarme, que muchos de mi generación sienten lo mismo.
La escuela Lenin
Me matriculé en la escuela con 11 años (a fines de agosto de 1982), para cursar el séptimo grado. Solamente conocía a Fernando Belén (mi compatriota de la primaria), a David y Ángel Luis (de la primaria frente a la mía), a Cuco (mi vecino del barrio) y a dos o tres mas que había conocido en Tarará. Fui de los antepenúltimos suertudos en ingresar a la Escuela Vocacional Vladimir Ilich Lenin para cursar la secundaria y el pre. Pocos años después, en 1986, se convirtió en Pre-Vocacional de Ciencias Exactas (IPVCE).
En aquellos años en que éramos algo mas jóvenes que ahora, dentro de la escuela los únicos intereses que teníamos, además de tener más de 85 puntos de promedio para mantenernos en la escuela, era divertirnos, en su momento ser el que más rápido armaba el cubo de Rubik, armar “la burda” en la merienda, jugar 4 esquinas, estar en la «pepillá» con el Hit Parade, el FM, el rock, la música de moda, el bailecito, las jevitas y las fiestas (aquellas en que había un ponche con una botella de ron diluida en un cubo de refresco instantáneo y una buena grabadora era tremenda fiesta). Por entonces no había esas afinidades «por los que tienen» y «por los que saben», que suelen verse en la universidad y etapas posteriores; a pesar de que si había quienes tenían y quienes sabían. La Lenin fue mucho más que una secundaria y un pre-universitario: fue una escuela para la vida.
Pienso que la escuela tuvo varias virtudes fundamentales, que puedo intentar resumir en lo siguiente:
1- Reunir gente «sana» con intereses intelectuales. Aunque había gente genial, ser un «super cabezón» no era el objetivo principal de la escuela, para eso estaba la Humboldt; pero siempre llevar el monograma rojo en el brazo era una forma de distinción en la calle (la verdad es que para la mayoría de los otros estudiantes de la ciudad, “los genios” estaban en la Lenin). A pesar de la variedad de orígenes, razas, conocimientos y opciones de los alumnos, esa preselección para entrar a la escuela, implicaba crear una comunidad en que teníamos cosas en común, muchos temas de conversación, diversas formas de entretenerse, lo cual hizo que la gente se pudiera compenetrar muy rápido y facilitara la adaptación a la escuela. Es muy interesante ver como uno puede identificarse con gente que estudio en la Lenin años antes o después, pues hay muchos códigos que se repiten.
2- Obtener una independencia muy completa. Nos permitió desde edades muy tempranas, crear una gran familia: nosotros mismos. Prácticamente no parábamos en la casa, porque cuando salíamos de pase el viernes, íbamos a la playa el sábado (con los de la escuela), y a la fiesta el sábado por la noche (con los de la escuela) y el domingo de nuevo para la escuela. Claro, los padres y familiares también se incorporaban a la familia leninista, y algunos iban a supervisar de vez en cuando por la escuela, y un poco a “controlar” en las fiestecitas (sobre todo los de las hembras). También eran geniales los cumpleaños colectivos (donde las empanaditas de guayaba que hacía mi mamá, eran sumamente populares). A veces no tan buenas las reuniones de padres (aunque siempre servían para tener refuerzos alimenticios); pero en general, los padres entendían y aceptaban que uno no anduviera en la casa mucho tiempo.
3- Una formación vocacional muy completa. El diseño curricular original me parece fabuloso. No solo estaban las asignaturas que cursábamos, sino que había círculos de interés, actividades extraescolares (cultura, deporte), concursos, superación política, así como tareas productivas. Nos tocaba mantener la escuela limpia (con lo que uno va desarrollando habilidades en ese tipo de tareas), y nuestro huerto y nuestros cítricos aportaban a la alimentación de la escuela. También existió una industria deportiva que abastecía de ropa a parte del movimiento deportivo de base en la capital; y una fábrica de radios, que ensamblaba los Juvenil 80 y Siboney, que luego se vendían a la población en la red comercial (y que por suerte funcionaban).
4- Elevado nivel de disciplina. Ciertamente estrictas normas disciplinarias (horarios, aspecto físico, comportamiento, uniforme, etc.).Fundamental la organización de la escuela, el cumplimiento de actividades. Había sanciones más simples (reportes en la tarjeta de conducta), sanciones intermedias (consejos educativos) y sanciones graves (consejos de disciplina, que podía implicar la expulsión del centro).
5- Excelente claustro de profesores. Aunque siempre hay alguna que otra excepción, pero como promedio, todos los profesores estaban muy bien preparados (eran licenciados o estaban cursando la licenciatura), y el nivel de exigencia era grande, tanto por la cantidad y calidad de trabajos a desarrollar, como por el rigor en las evaluaciones. Claro, el balance de fuerzas siempre era complicado, porque entre la genialidad de algunos alumnos, los disparates de otros, y las ocurrencias, sobre todo para inventar sobrenombres a los profes, hacían más divertido todo. De ahí “nombres” tan divertidos (para nosotros, claro está) como “el cochinanga”, “el hornilla”, “la vehicle”, “el topo”, “el sonrosado”, “el ducha”… entre otros que por obvias razones no pueden ser incluidos, pero que con seguridad acudirán a la mente de todos, entre anécdotas y risas. La excelencia de los profes, no solo era dentro del aula. Muchos lograron tener una amistad con los alumnos, y muchas veces eran “los padres” a quien pedir un consejo. Recuerdo con mucho cariño a Luis Lorenzo, el profe de Dibujo Técnico en 7mo grado, que no logró que yo dibujara (eso hubiera sido un milagro), pero evitó que varios alumnos (sobre todo muchachas) abandonaran la escuela tempranamente al verse lejos de su casa.
La escuela Lenin y yo
La formación integral que allí obtuve, me permitió ante todo, ganar una preparación excelente para la vida; con los exámenes de ingreso a la Universidad (que comenzaron en mi año) como primer gran reto, y sin problemas pude estudiar lo que deseaba (Ingeniería en Telecomunicaciones). Mediante los conocimientos que había obtenido al ser de la especialidad de Matemática cuando se hizo la conversión a IPVCE, y en general toda la preparación, pude pasar sin problemas todo el ciclo básico de la carrera, y tener muy buen rendimiento en las demás asignaturas. Por supuesto, el rigor disciplinario que traía de la Lenin (en cuanto a asistencia y atención a clases, así como en el cumplimiento del horario), unido al hábito de estudiar diariamente, la familiaridad con la biblioteca escolar, y la independencia para organizar y ejecutar mis actividades tuvieron un peso fundamental en este resultado.
En la Lenin empecé en el atletismo (en 8vo grado), con Rogelio Guerra, el entrenador del equipo de la escuela. Era velocista, de 100 y 200 metros planos (aunque lo que más me gustaba era correr el relevo 4×100 junto a Mauricio, Otman y Ojedita; en el que no había manera que nos ganaran en “Los días de la emulación”, primero en la unidad 1 y luego en la 6). Pude participar en diversas competencias de categorías escolares y juveniles, muchas de ellas en el estadio Pedro Marrero (el único con pista sintética en la capital por aquel entonces). En la CUJAE seguí en el atletismo, aunque con menos intensidad por el fuerte ritmo docente, pero tengo 4 medallas de oro y una de bronce en el relevo 4×100 en los juegos deportivos de la CUJAE, en unión de Mauricio y Céspedes (ambos ex-leninistas). De cualquier forma, la Lenin estimulaba mucho la realización de ejercicios físicos (teníamos terrenos para todos los deportes). Ese gusto (que aun me dura) por el deporte y la estadística deportiva (y en particular por el atletismo) se lo debo a esa escuela.
Discrepo en la proyección (incluso promovida en televisión) que presupone que las ciencias exactas son el pilar único para “crear científicos”, pero por suerte, la Lenin de mi época se encargo de ser rigurosa con todos, aun en las asignaturas de letras. Gracias a ello, pude leer muchas obras de la literatura universal, y aunque ya llegue a la Lenin con él, se exacerbo en mí, el gusto por la lectura. Recuerdo que muchos llevábamos libros y nos los prestábamos, y se armaba la cola para leerlos y había que leer rápido. Inolvidables aquellos libros de Agatha Christie que llevaba “el Papa” en la secundaria, y que todos devoramos, y luego cuando nos dio a Ángel Luis y mi, por la Segunda Guerra Mundial en el pre. Por supuesto que todo esto contribuyo a una buena ortografía, redacción y amplio vocabulario y conocimientos, que tanto en la carrera, como en mi vida laboral, me han ayudado, pues parte de mi trabajo lo realizo en actividades docentes (de pre y postgrado. Tampoco puedo olvidar las excelentes clases de idioma, que además de servir para aprender (sin “forros”) algunas de las canciones de moda, inculcó conocimientos sin los cuales no hubiera podido aprobar satisfactoriamente asignaturas de la carrera, pues desde primer año teníamos textos en ingles. En mi profesión, casi todo lo nuevo está en ingles, y por ello lo utilizo muchísimo en el trabajo diario, así como en la comunicación con otros especialistas, ya sea por medios electrónicos o en eventos científicos dentro y fuera del país; momentos en que Historia y Geografía, resultan asignaturas imprescindibles.
También el aspecto cultural desarrollado en la Lenin me ha marcado en determinada medida; primero que todo porque el propio diseño de la escuela facilitaba el acceso al mundo cultural en todas sus manifestaciones. Estando allí me vinculo a talleres literarios que existían en la ciudad (a veces a uno le da por escribir o por lo menos intentarlo) y también me atrapó el mundo de los trovadores (conociendo cada vez mas ese género, e intentando poner un poco de acordes de manera autodidacta, pues en casa tenía una vieja guitarrita que tocaba con destreza mi hermano mayor; porque era bien difícil aprender con la profesora Tres Palacios en el bloque de cultura (no por ella, sino por los alumnos jodedores que siempre iban y llevaban un inagotable repertorio de bromas y chistes). Alguna vez en el pre, armamos el grupo “Los Pergollas” entre los varones del aula con Uriarte en la guitarra, e inventamos un par de temas conjugando frases, aprovechando el espíritu de canciones como “Hay que desmayar al que se pase de rosca” de la Banda Meteoro (muy popular en las transmisiones de la pelota por entonces). Era divertido También aprendí un poco del mundo del cine y el teatro (más bien a apreciarlos). Por supuesto que en la escuela era fundamental el baile (lo mismo el rock, el disco, el new wave, “el juanito”, las ruedas de casino o lo que fuera), y eso siempre garantizaba que te invitaran a las fiestas, y por supuesto, tener acceso a muchas de las muchachas más codiciadas. Imprescindibles para mi, los conocimientos en cuanto a raíces musicales, ritmos, conceptos y estética de todas las manifestaciones del arte, que obtuvimos en Educación Artística durante los 3 años de secundaria. Esto también me ha ayudado un poco a insertarme en el panorama cultural nacional como creador, a partir del hobby” de la fotografía.
Haciendo un balance, creo que lo más importante que obtuve en la Lenin fue la gente… esa otra familia. Por cuestiones diversas siempre fui popular (o “guaroso” según el argot de aquella época), y pude conocer mucha gente, de todos los grados, de todas las unidades, y en verdad me da gusto que la gente que he reencontrado luego de tanto tiempo, me recuerde con cariño. Hoy, la mayoría de mi familia, siguen siendo aquellos amigos de la escuela, aquella gente con la que sigo contando y que sigue contando conmigo. La Lenin tiene su magia, los lazos que se crearon allí no hay forma de romperlos. No lo han logrado ni el tiempo, ni la distancia (porque muchos no están residiendo en Cuba), ni las responsabilidades, ni las profesiones, ni los hijos. En fin, que me encanta que los años no hayan cambiado a casi ninguno (excepto un poco en el físico); pero cuando nos reunimos un grupo de «la vieja guardia» (da igual si en persona o por Internet), es como si volviéramos a los pasillos de la escuela, y en ese momento, no hay nada más importante, es un sentimiento que no se explicar, solo se siente bien dentro, muy intenso. En general todos sentimos la necesidad de buscar a los demás, de saber de todos, de enviar un abrazo. Por lo menos a mí, lo mejor que me pudo suceder, fue haber estado allí esos 6 años y haberlos conocido, y lo mejor que me sigue sucediendo, es no haberlos perdido.
Un abrazo grande, Villa
Años de estudio: 1974-1980
Graduación VI Aniversario 1979-1980
Graduada de la Facultad de Lenguas Extranjeras de la UH Profesión actual: Traductora
Comencé en la Lenin en 7mo grado, fue una de las mejores cosas que me sucedió en la vida. Ante todo un cambio tremendo, que significó mi independencia, actuar por mis propias decisiones, a veces erradas, a veces certeras, mis primeras veces en casi todo, descubrir que existía otro mundo y otro tipo de personas muy diferentes a las que conocía. Tuve sufrimientos, emociones fuertes y sobre todo me dejó recuerdos muy agradables y experiencias que me enseñaron y marcaron para mi conducta futura por el resto de mi vida.
Disfruté mucho los laboratorios de Biología, (era monitora) equipados con todos los recursos que deben llevar, un microscopio en cada mesa, estantes llenos de frascos con todo tipo de animales y hasta feticos en formol, igual el de Física y el de Química, todo donado por los soviéticos que apadrinaban la escuela y hasta conservo aún en mi memoria olfativa aquel olor de las mesas nuevas, las pizarras, es un olor dulzón, que ya no existe en la Lenin, pues la he visitado, ya que tuve la dicha y el orgullo de que mi hijo mayor, Omar González, estudiara allí (2005-2008) y se graduara con excelentes notas y magníficos amigos*.
Él siente el mismo amor que todos los egresados, a pesar que no disfrutó a plenitud como yo de las bondades de la época como las piscinas, la recreación, los recibimientos a presidentes y delegaciones de diferentes países, casi siempre acompañados por Fidel, el tiempo vivido de nuestras vacaciones donadas con gusto durante el Festival Mundial de la Juventud del 78, en que nuestra escuela sirvió como Villa a los delegados, todo lo que vendimos para recaudar fondos para el Festival, luego dejamos la escuela a los delegados y nos hospedamos en un pre en el campo, en Güira de Melena durante el mes de julio para los ensayos de la tabla gimnástica que nos representaba, (formábamos el símbolo de comandante que se distingue en la charretera del uniforme de Fidel), en el Estadio Latinoamericano hasta altas horas de la noche, un día amanecimos en el parque que quedaba frente al estadio, pues las guaguas no nos fueron a buscar. También funcionaba todo como el gimnasio, el cine, las diferentes áreas de manifestaciones artísticas como plástica, teatro, danza, guitarra, la banda de la escuela, las salidas los días de recreación a los teatros, a la Ciudad deportiva a ver el Circo Ruso, al Capitolio para ver la exposición montada por los soviéticos cuando Tamayo fue al Cosmos y el módulo de descenso y al Parque Lenin, donde comíamos de todo y disfrutábamos mucho.
Cuando me hicieron militante de la UJC, en el año 76, después de un proceso de selección, el día que nos entregaron el carnet, nos ofrecieron una comida en el comedor con servicio gastronómico y hasta con mojitos y un grupo musical nos deleitó con su música (lástima que no recuerdo el nombre). En aquella época, en que aún creía de forma apasionada, o creíamos todos, fue muy emocionante y de mucho orgullo para mí y para toda mi familia, entonces no había que convencer a nadie para que integrara las filas de la UJC, todos querían serlo de corazón, era un mérito y cualquiera no era elegido militante.
Recuerdo el día triste en llegamos del pase y nos encontramos con que algunos amigos no entraron porque se asilaron en la Embajada del Perú y todo lo que esto implicó, y cuando el Mariel, otros tomaron la valiente decisión de quedase aquí solos, a pesar de su edad adolescente y de que toda su familia partió y algunos que eran nuestros dirigentes y ejemplos, decidieron unirse a su familia y marchar. En fin fue todo muy SORPRENDENTE para nuestra generación.
A pesar de la disciplina militar implantada, las formaciones y marchas para todo, los reportes, la inflexibilidad de algunos directores de la época como Eduardo Pérez, el vicedirector Rómulo y al final la directora general Sonia (conocida por la chilena, no precisamente por su parecido físico con los hermanos de esa franja de América Latina) y otros que ahora no recuerdo; fui muy feliz allí, y sentía mucha nostalgia cada vez que visitaba la escuela por las reuniones de padres de mi hijo. Debo agregar que a pesar de los años, no se me ha olvidado el aplauso de Hoja de Té, que distingue la escuela y que volví a escuchar y hacer con lágrimas de emoción, después de 28 años, en el Carlos Marx, el día de la graduación de mi hijo, también recuerdo con cariño al primer director general: Chávez y su esposa profesora de español, y a todos los otros buenos amigos y profesores, rectos unos, flexibles otros. Sobre todo, lo más importante es que aprendí a convivir con todo tipo de personas, a colegiar ideas y a sentir un gran orgullo por ser egresada de esa escuela, que se inauguró con el nombre de Escuela Vocacional V.I. Lenin (incluso así está estampado en mi pañoleta de graduación) y así perduró por muchos años y no como IPVCE.
Agradezco al creador de este proyecto por darme la oportunidad de volver a vivir aquellos momentos y hacerme escribir mis recuerdos de aquella época feliz.
*Nota de ampliación: Existió la coincidencia de que a mi hijo lo situaran en la misma unidad 6 y en el mismo albergue K-8 y K-9 (último cubículo, incluso con aire acondicionado, pues entró en la escuela después que la restauraron para la Operación Milagro), o sea que hasta durmió en el mismo lugar en que estuvo su madre en 10mo y 11no grados. Mi hijo estuvo solo 3 años del preuniversitario, pero le resultó muy intenso e incluso vivió otras experiencias que yo no viví, como la oportunidad de participar en el Levantamiento en contra de que suspendieran la recreación en su escuela para evitar los problemas con los del PGI.
Aclaración sobre el incidente con los PGI: La sigla significa Profesiones Generales Integrales, en este caso, fueron alumnos de los preuniversitarios en el campo, que por la crisis de maestros que existía y existe en el país, se les convenció de que se formaran como PGI (otro de los muchos experimentos o aventurerismos fallidos), con el gancho de que estudiarían en la Lenin, es decir que a ellos la Lenin les cayó del cielo, sin ningún esfuerzo, gasto financiero de sus padres, ni mérito y por supuesto que salieron a flote las diferencias y surgieron los problemas y una de las soluciones salomónicas fue suspender la recreación a los de la Lenin.
Años de estudio: 1972-1978
Graduación IV Aniversario
Estudios realizados: Lengua Rusa y Literatura. URSS Profesión actual: Profesor auxiliar de idioma japonés, Facultad de Lenguas Extranjeras, Universidad de la Habana
Es increíble la cantidad de cosas que me pasan por la mente antes de sentarme a escribir. Las ordeno, les doy forma, las pongo a punto y… a la hora de llevarlas al papel no recuerdo ni “ostias” de lo que pasó por mi mente. ¿Serán los años?
Por supuesto que no. La ventaja de tener una familia de “Leninistas” (entiéndase graduados de la Lenin) es que muchas veces las conversaciones giran sobre los años de escuela y el conocimiento de fondo común es muy amplio. En esta casa tenemos 3 graduados de la Lenin. Mi hija Mara Rocamora García, mi esposo Ernesto Rocamora Alvarez y yo, Susana María García Rivero. Además, mi hermana Mara Idelse García Rivero, quien desde el año 1989 vive en Managua, Nicaragua, entró en 10mo grado e inmediatamente se incorporó al Destacamento Pedagógico “Manuel Ascunce Domenech” como profesora de Matemáticas, profesión que hasta el día de hoy mantiene y le garantiza el pan de cada día. Para completar el cuadro, mi hija más pequeña, Susana, estudió la especialidad de instructor de arte 1ra graduación y pasó su primer curso en la Lenin, mientras ponían a punto la Escuela de Instructores de Arte de Boyeros.
Cuando Ernesto y yo hablamos de la piscina de secundaria, o del comedor de Pre, hay algo de confusión. Cuando Mara habla de la unidad 1 ó 2 ó 3, entonces no nos entendemos mucho. Pero es solo cuestión de nomenclatura.
Cuando pienso en ¿de qué manera pudo influir la Lenin en mi formación?, ¿qué huellas ha dejado en mí? realmente la respuesta no llega muy rápido. Y el asunto está en que no es algo que puedas enmarcar dentro de un “Programa para la formación…”, “Sistema de….”, es algo que estaba en el día a día, en el magnífico claustro de profesores, en su influencia, en su ejemplo, en las condiciones de la escuela que nos hacía sentir niños felices. Quizás muchas de ellos no tenían ni remotamente las mínimas condiciones en su casa, pero en la escuela, sobre todo en aquella época, todos éramos estudiantes, unos con mayor coeficiente de inteligencia que otros y claro, algunos más “iguales” que otros, pero el ser la mejor escuela de aquella época, hacia que “todos” quisieran que sus hijos estudiaran ahí.
Un profesor que no pocos estudiantes de nuestra época recuerdan es Guerrero. Cuando estaba en 7mo grado en la Escuela Vocacional de Vento, en la Coronela, el área formación era la inmensa área deportiva que estaba en el patio trasero de la escuela. Cuando alguien divisaba que Guerrero se acercaba al montículo del área de formación, corría la voz e inmediatamente todos los estudiantes dejábamos lo estábamos haciendo y rápidamente nos dirigíamos a nuestro lugar. Con el corretaje de todos se alzaba una nube de polvo tremenda, pero lo más impresionante de todo es que cuando esa nube de polvo desaparecía, había una formación perfecta y Guerrero aún no había dado la orden de “¡A FORMAR!”. Pero eso no es lo que quiero hablar de él. Guerrero era además, profesor de Educación Laboral, mi profesor de Educación Laboral. Recuerdo que las aulas de Educación Laboral estaban en la planta baja de los albergues F y G, si mal no recuerdo. Ahí hice mi primer remache, corté metal, fundí plomo, hice espumaderas, bases para máquinas de afeitar torneadas, armé mis primeros circuitos eléctricos, y todo eso por mi misma, en las clases de Educación Laboral. Recuerdo a Guerrero regañándonos por acercarnos al torno sin tomar precauciones, elogiándonos por lo bien que nos quedó el molde para la fundición, socorriendo al que se remachó el dedo y todo con aquella voz tan potente, que no dejaba de impresionar, pero de otra forma diferente.
Saber que puedes hacer muchas cosas por ti misma, aunque más nunca en tu vida montes un circuito eléctrico o utilices un torno, te ayuda mucho a ser independiente. Aquella espumadera que hice en las clases la traje de trofeo para mi casa y mi mamá, condescendientemente, la estuvo usando mientras tuvo vida útil. Rocamora, mi esposo, llegó a pintar el torno en la primera hoja de la libreta de E. Laboral. Es increíble como puede impresionar a un adolescente tener tan cerca la realidad.
Otro profesor que dejó una gran huella en mi vida, fue mi profesor de Español de 8vo grado (1973-1974). No recuerdo su nombre. Era robusto, pelirrojo y de piel muy blanca, tan blanca que las palmas de las manos se ponían más rojas que su pelo. Pienso que fui privilegiada al aprender la literatura de la antigua Grecia con él. Aún recuerdo su gesto al hablar de cómo Paris disparó una flecha. Lo recuerdo llevando su mano a la espalda como si estuviera tomando una flecha del carcaj (aljaba), colocándola en un arco imaginario que para mí era muy real, tensando la cuerda y soltando la flecha que sin duda fue a para al talón de Aquiles. Hace algunos meses, en un seminario de Metodología de la Enseñanza de la Lengua Japonesa, hicimos un ejercicio donde cada participante debía hablar sobre el profesor que más recordaba y la razón de ello. Yo escribí sobre él. Mi primera carrera fue Idioma Ruso y Literatura. Mi especialidad, Literatura Rusa del siglo XIX. Hasta el día de hoy es la Literatura una de mis más fuertes pasiones.
Ernesto Rocamora es ingeniero hidrogeólogo. Como parte de los círculos de interés a los que asistíamos (él por interés hacia el tema y yo por estar junto con él) el Círculo de Interés de Geología sentó las bases para su elección de futuro. Las profesionales clases teóricas del profesor Montejo muy bien calzadas con las clases prácticas, definieron la orientación profesional de la vida de mi esposo. La visita a la cueva de García Robiu en Catalina de Guines donde por primera vez pude admirar una de las maravillas de la naturaleza. Una gran columna formada por la unión de una estalagmita y una estalactita (nunca he sabido cual es la que se forma desde el techo de la cueva y cual la del piso) en el medio de un inmenso salón de la cueva que brillaba al choque de los haces de luz de las linternas. Nunca había visto belleza semejante. Aún recuerdo la sensación al colocar la palma de mi mano sobre aquella superficie lisa, húmeda y fría. La cueva de los pájaros de Tarará donde un cangrejo ciego me dejó un recuerdo en la pantorrilla. Para mí fueron experiencias y vivencias que nunca he olvidado, pero para Rocamora era el inicio de su carrera profesional. Luego de concluir su carrera en la URSS y regresar a Cuba, se incorporó al Grupo de Espeleología “Martel” y durante muchos, muchos años, mientras cupo por los estrechos corredores de las cuevas, fue miembro activo de las expediciones. La cartografía de la Gran Caverna de Santo Tomás, la preparación en la Escuela de Espeleología donde en más de una ocasión trabajó como profesor, la participación en los “Bastiones” donde lo mismo hacían el papel de enemigos que recorrían todo Playa a través de los alcantarillados y …todo este espíritu comenzó en los años de la Lenin.
Quizás se puede escribir muchísimo más de los que hay en nosotros de la Lenin, pero bueno, yo termino aquí.
Licenciatura en Derecho, operadora de micro e idiomas (inglés, italiano y francés)
Profesión actual:
Técnica en Computación y Profesora SUM Playa La Lenin para mí fue una de las canteras de amistad y estudio más fuertes que he conocido. Allí aprendí el sentido de la verdadera modestia, a quitarme el sombrero ante personas que lograban no perderse nada entre matutinos, la pareja, festivales, conciertos, y luego sacaban 105 en los exámenes cuando yo tenía que sudar duro y sacrificar mi tiempo libre, para obtener una nota mediocre comparada con el nivel que se imponía.
Quien saliera de nuestro instituto creyéndose cosas luego de haber visto tanto ingenio (y no solo forjado por la necesidad), puede comenzar a considerarse tonto. Los superficiales poco importaban, eran aplastados por la moda que barría cualquier intento de sobresalir: el lema era “cuanto más desbaratado mejor”, las blusas y camisas superusadas y anchas tipo bataola, el monograma desteñido en cloro para envejecerlo, pantalones y sayas a la cadera, botas… si algo lograba brillar era empañado por las miradas acusadoras de la plebe. Eso sí, los buenos libros y CD’s de música eran muy apreciados, y el dinero se gastaba en ellos sin condiciones, y alguno que otro suspiró por las ediciones de tapa dura o los discos profesionales que ciertos “posis” (bichos con dinero) mostraban orgullosos.
Los amigos fueron el oasis perfecto, verdaderamente entrañables, algunos de ellos los conocía de niña, y a ellos se sumaron otros entre alumnos y profesores. Recuerdo con especial cariño a Marta Cambet, nuestra profesora de inglés, por lo mucho que nos enseñó desde el punto de vista intelectual y emocional, algo en lo que ella era y es especialista por el cariño y la pasión que le ponía y aún le impregna a todo lo que toca.
Yo detesté la beca, siempre lo hice. A pesar de lo mucho que aprecio el cambio nunca me acostumbré al agua fría, las bajas temperaturas y los descuidos propios de la adolescencia. No era como otros que no querían ni oír hablar del pase, y en 12mo se morían de nostalgia sin haber finalizado el año, quizás alguien más quisiera referirse al tema, pero yo siempre vi la beca desde fuera, como un proyecto para ser consolidado en la madurez, y cuanto antes terminara mejor.
Las condiciones de vida no fueron las mejores, pero tampoco vivimos los primeros y más duros años del período especial, y apartando todo eso, fue la época en que comimos pavo más sistemáticamente producto de una donación del Consejo de Estado. Por favor, disculpen el trauma y recuerden el precio de una pechuga en divisas (oración solo para curiosos o masoquistas que no hayan pasado de largo por la nevera de una tienda riendo, descontando los perritos). Los viejos problemas hidráulicos de los edificios hicieron mella sobre todo en las chicas. Estuvimos 2 años en un albergue al que no llegaba agua, por lo que imagínense los malabares para conseguirla, pasando por las zalamerías con los varones a la hora de limpiar. Considerando el agua hervida una broma, las oleadas de desarreglos estomacales se sucedían con frecuencia, y en una ocasión tuvimos un pase adelantado por esta causa, aleluya, con todo y la farmacia del último bloque, que no pudo dar abasto.
No hay duda de que las vocaciones formadas o consolidadas en nuestra escuela fueron muy fuertes. Existieron los indecisos, aún aquellos que abandonaron sus carreras para buscar opciones más lucrativas, pero al llegar a la Universidad , era como estar en casa de nuevo, estábamos casi todos ahí llenando las aulas, bailando casino, haciendo deporte, participando en los Festivales de aficionados o en los Juegos Caribe. Que estudiábamos estaba claro, pero bueno, eso era ya otra diversión, luego de haber pasado por un pre con tan buenos profesores y terminar en una carrera de letras, que además se considera Deporte del Pueblo, no era de extrañar que fuera una de las más entusiastas de la Plaza Cadenas o Agramonte, amén de otros lugares.
¿Qué más decir que no sea muestra de loa y orgullo? Mi relación de amor – odio con la Lenin perdura hasta hoy, si no pregúntenselo a los pocos que quedamos en Cuba y nos reunimos (cuando logramos ponernos de acuerdo) los 6 de marzo en el Cañonazo, conmemorando nuestro encuentro con ella.
Licenciatura en Lengua y Literatura Rusa e Inglesa, graduada de la 1ª edición del Curso Emergente de Trabajadores Sociales.
Estudios en curso:
Maestría en Lingüística Aplicada, mención en Traductología.
Profesión actual:
Traductora e intérprete en el ESTI. “Yo estuve en la Lenin”
Mi frase favorita de todos los tiempos es: “yo estuve en la Lenin”. Me lleno de aire los pulmones cada vez que voy a decirla y aunque no siempre parezca ser apropiado decirla, aunque en ocasiones te miren de soslayo o te tilden de autosuficiente y te acusen de tener complejo de superioridad, seguirá siendo un privilegio haber estado en la Lenin.
Hace trece años anhelaba entrar en el IPVCE Vladímir Ilich Lenin, sabía que era la mejor escuela del país y que me llevaría directo a la Universidad, mi más preciado sueño. Al principio estaba un poco asustada porque creía que me enfrentaría a una “escuela al campo” de tres años. No me gustaba la idea de pasarme toda una semana encerrada en una beca estudiando y trabajando en el campo, alejada de mi familia y de las amistades que solo podría ver el fin de semana. Después de las primeras BET estuve segura de que aquello sería un tormento para mi y de que no pasaría del primer corte evaluativo. Las condiciones de los albergues eran pésimas: casi nunca había agua, era preciso bajar un montón de escalones para llenar los cubos en el tanque (el que estaba frente a la piscina de la unidad 1). El trabajo en el campo era muy duro y la calidad de la comida no podía ser peor. Para colmo de males, el primer día del curso llegué tarde a la distribución por albergues y no pude compartir cubículo con mis compañeras de la secundaria, me ubicaron en un albergue diferente, en una torre mixta (siempre se dijo que en mi año hubo explosión de matrícula, casi ningún albergue quedó vacío, era necesario emplear todo el espacio posible, por eso todas las hembras que no cupimos en otros albergues, fuimos ubicadas en el D1, el D2 y D3 eran albergues de varones). El cubículo 1 del D1 era para mi como un pequeño infierno al cual solo iba a bañarme y a dormir, trataba de mantenerme lo más alejada posible de esas cinco muchachas de Alamar que venían juntas desde la primaria y las otras dos de la Lisa, Dalila e Ilenis del grupo 14, que también eran amigas. Yo era la única que no encajaba, me pasaba el tiempo libre en el C6 con mi gente de la Habana Vieja buscando el modo de cambiarme, pero nadie estaba dispuesto a entrar al “antro” del D1.
Gradualmente mi situación comenzó a cambiar y empecé a ver la Lenin con los ojos del corazón. Desde la primera clase comprendí que todo sacrificio de mi parte valdría la pena, la excelencia de los profesores era innegable, directamente proporcional a la exigencia en el plano académico. A veces creía que me iba a desmayar de tanto estudiar física y matemática. Algo que nunca he podido ni podré olvidar son los números complejos en matemática y la teoría del cálculo de errores en física. Pepe fue mi segundo profesor de física, una mente brillante, cada clase con él era un desafío, todos entraban al laboratorio muertos de miedo. Una vez sorprendió a una muchacha de mi grupo leyendo la Biblia durante la clase y amenazó con ponerle un examen de física basado en los pasajes de la Biblia. Los profesores de la Lenin suelen establecer con sus alumnos una relación de amistad y camaradería, sin perder de vista sus funciones como educadores, y eso facilita grandemente la estancia en la beca. Yo había escogido un grupo de letras, pues odiaba la química, la física y la matemática (algo contradictorio, teniendo en cuenta que me encontraba en un preuniversitario de ciencias exactas). Durante décimo grado fuimos el grupo 41 que reunía a los municipios de Habana del Este y Habana Vieja, con más de veinte hembras y solo dos varones, luego, con la reducción de matrícula, pasamos a ser el grupo 38. Estábamos frente a la plaza de formación, en el área de los albergues porque no cabíamos en el Docente. Creo que el hecho de que no pudiésemos socializar durante el receso o los cinco minutos con el resto de los grupos de los bloques A, B y C, posibilitó que el grupo fuera más unido. No sé cómo nos conocían en la unidad ni si teníamos algún mote específico, pero de lo que sí estoy convencida es de que no pasábamos desapercibidos. Teníamos un cuadrito en la puerta que decía “Letras Fieras”. Mi grupo era muy creativo y bromista. Siempre estábamos ideando algo para divertirnos, muchas veces, al filo de las diez de la noche, casi a punto de terminar el autoestudio, comenzaba la discoteca que consistía en apagar y encender las luces continuamente y bailar y brincar como locos por toda el aula tirando papeles y tizas y hasta el cesto de la basura volaba por los aires…(Una noche se desató la memorable guerra de la tizas que por poco le cuesta el pase al grupo en pleno y que generó discordia e hizo circular alguna que otra lista de culpables…) En cierta ocasión se nos ocurrió escenificar una pelea en la puerta del aula, justo a la hora en que todos regresaban a sus albergues para el parte físico, y chocar “accidentalmente” con los que pasaban que luego del impacto caían de bruces o sentados en las jardineras. Teníamos una libreta de disparates, la llevaba Yarelis y no le dejaba pasar una a nadie. También teníamos nuestra propia canción, la cantábamos por los pasillos cuando regresábamos del campo o del autoservicio, era “La Conga del Pollito” ideada por nosotros, que siempre iba acompañada de una coreografía y que alternábamos con la canción de Maná “Se me olvidó otra vez”. Otras veces hacíamos el rincón del Filin con mis libretas de canciones y poemas y muchas veces se sumaba gente de otros grupos a cantar hasta que el profesor de guardia nos regañaba y amenazaba con quitarnos el pase ese fin de semana. O cuando el día del pase, al terminar el último turno de clases, Yosvany se paraba con su maletín bloqueando la salida y todas nos lanzábamos sobre él locas por llegar al punto y montarnos en una guagua Girón o en la prehistórica Dina. Pero lo más significativo eran los noticieros, con Tuta como conductora y guionista que comenzaron en 12º grado, cuando el grupo ya había logrado la unidad y madurez suficientes. Al menos dos veces por semana, todo el grupo se reunía al final del autoestudio para escuchar el noticiero que consistía en narrar los sucesos relacionados con personas del grupo de un modo divertido, hablando a lo cubano, para dar cuero. Siempre teníamos invitados de otros grupos y unidades, nada fuera de lo común, tratándose de un grupo de letras donde predominábamos las féminas.
Luego de varios reportes de Carlos y de Medardo (el vida interna más popular de la Lenin) y un consejo educativo por mi afición a usar argollas, pulsos de colores y toda clase de gangarrias extravagantes, aprendí a expresar mi feminidad a través de mis ideas. Me gustaba escribir cuentos y poesías y creo que siempre participé en las jornadas científicas en la asignatura de Lengua Española. No era de las “chicas populares” de mi unidad ni me destacada en nada, solo tenía cierto protagonismo en el deporte, en décimo grado decidí apuntarme en atletismo con la profesora Gliceria y desde el principio me seleccionaron para integrar el equipo de alto rendimiento de la escuela para carreras de fondo y medio fondo. Muchas veces, al terminar la sección de la tarde, le daba la vuelta a la escuela o corría en la pista mientras los futbolistas entrenaban o me iba a correr por el Jardín Botánico. Cada vez que llegaba el chequeo de emulación entre años, todo mi grupo iba a apoyarnos a Mela y a mí a la pista.
En la Lenin se le conceden más horas al estudio que al trabajo, pero en semana larga siempre tocaban tres o cuatro sesiones en el campo. Yo hice de todo menos ser cuartelera (aunque en tiempos de conjunta todo el mundo tenía que sacarle brillo al albergue): desyerbé, me llené de callos las manos con la guataca, saqué bejuco de boniato, cuidé ocas y carneros, limpié el tercer piso del docente y trabajé en el comedor. Lo mejor del campo para mi eran las mandarinas, toronjas y tamarindos, aunque muchas veces comí boniato crudo con azúcar para matar el hambre y ciruelas verdes con sal de la mata que estaba en el Bosque de la Amistad. Escondíamos las frutas entre las ropas para que Pedro, el profesor encargado de las labores del campo, no nos sorprendiera (los populares y extremadamente anchos pantalones verdes de cirujano eran muy útiles para ese propósito). En una de nuestras sesiones de trabajo en el campo fue que encontramos a nuestro bicho de la suerte, un chipojo patitieso que estaba tirado en medio del monte, pero como tenía una forma muy graciosa, decidimos recogerlo y colgarlo en la pizarra para que nos trajera suerte en las pruebas.
Lo que cambió definitivamente mi punto de vista sobre la escuela fueron mis compañeras de cubículo, las mismas de las que me mantuve alejada los primeros dos meses. Un buen día me descosieron el tachón de la saya para ir juntas a la recreación y a partir de ahí surgió entre nosotras un vínculo especial, comencé a unirme a ellas para ir al comedor y al campo, empecé a insertarme en sus charlas y a aprenderme los apodos que les ponían a los varones de la unidad para poder hablar de ellos sin que lo supieran. En uno de los tantos días de apagón, hicimos nuestra primera “reunión cubicular” en el D1 (reuniones que dejaban pasmadas a las de los cubículos contiguos que escuchaban a través de los tabiques), ese día todas lloramos, cada una habló con el corazón en la mano y desde entonces fuimos inseparables, una familia unida que compartía todo lo que tenía a partes iguales. Dudo que en toda la unidad 1 hubiese un cubículo más unido que el nuestro. Cada día consumíamos entre todas la jaba de tostadas de una de las integrantes del cubículo, y todas las boronillas (o “churrupio”) lo guardábamos para el día antes del pase que era el día de mayor hambruna, lo mismo hacíamos con los paqueticos de refresco Toki y las latas de jurel. Con la reducción de matrícula nos sacaron del D1 y nos pusieron en el C5 con muchachas del bloque A y B, entonces se nos unieron en el cubículo 2, las jimaguas del grupo 7 con las que yo había estudiado en la primaria antes de que se mudaran a Párraga. Entre esas siete muchachas encontré a mis mejores amigas de toda la vida. Y aunque ya cada una ha seguido caminos diferentes y algunas ni viven en Cuba, sé que están ahí, que puedo contar con ellas en cualquier momento y ellas conmigo y que ese lazo de amistad no se podrá romper nunca.
De la Lenin tengo tantos recuerdos lindos que no alcanzarían unas pocas cuartillas para narrarlos, me acuerdo del día en que cumplí mis 15 años y mi mamá se apareció con un cake para celebrarlo en el grupo; también de la noche en que esperábamos la llegada de Fidel, la madrugada más fría de mi vida, terminé por ponerme aquel horrible abrigo, “el bolchevique”; recuerdo el día que Paulo F.G. fue a tocar en la recreación; las guardias en los aéreos y en la cochiquera de mi unidad; las clases de PMI, mi complementario en el teatro, el “din don” del bloque central que daba el de pie a las seis de la mañana y la gimnasia matutina obligatoria; nuestra guerra incansable con la gente de 10º grado y la fraternidad con los de 12º cuando cursábamos nosotros el 10º grado; los emocionantes juegos de voleibol en el tabloncillo; las agotadoras marchas para reclamar el regreso del niño Elián; las leyendas que se contaban sobre los espíritus que vagaban por la Lenin de estudiantes que habían muerto ahogados en las piscinas o de tanto estudiar o por saltar los aleros, como el famoso Peter Pan; recuerdo los cubos de fango, pasta de dientes y agua sucia que preparábamos para festejar los cumpleaños y claro, nuestra noche interminable. Son experiencias que no se olvidan aunque pasen los años, en la Lenin aprendí a bailar casino, con nuestro pasito típico a contratiempo, conocí personas maravillosas y adquirí conocimientos que me acompañarán para toda la vida. Nadie imagina que todos estos recuerdos me pasan de golpe por la mente cuando alguien me pregunta por mis años de preuniversitario. Para mi es un orgullo decir que pertenezco a esa familia gigante, que durante tres años fui parte de una historia que no termina y que en todo lo que hago siempre está presente la huella de la Escuela Lenin
1ª edición del Curso Emergente de Trabajadores Sociales (solo un mes).
Licenciatura en Contabilidad y Finanzas
Profesión actual:
Dealer de la Sala de Cambio del BICSA Mi experiencia en la Lenin, no fue tan placentera como la de otros; no me gustaba estar becada y siempre estaba buscando la forma de irme, de no entrar, de enfermarme, en fin de no estar; de lo que me arrepiento, porque no disfruté más de las personas que conocí, a pesar que me enseño mucho mas de lo que esperaba, me quedaron muchísimas cosas por aprender en ese tiempo, que por supuesto, no eran solo académicas… y aunque de los que me conocieron, pensaron, igual que yo, que nunca más querría saber de la escuela; aun después de 9 años la recuerdo con nostalgia. No voy a decir que ahí encontré a mi mejores amigos de por vida, pero tuve la oportunidad de conocer personas de una calidad humana e inteligencia increíbles.
Mi grupo fue en 10mo grado el 41 y después en 11no y 12mo, el 38… éramos, imagínense como 28 hembras y 2 varones, al principio, al que luego en 11no, se nos fue uno y se nos unieron 2 más, y a pesar de eso éramos muy unidos.
Algo que siempre comentamos cuando nos encontramos, fue un día que entre la broma y la jarana en pleno auto estudio, comenzó una guerra de tizas, y nos querían dejar sin pase, y una muchacha que no quería cuento con el pase, que les juro, no fui yo, llenó una lista con todos los que habían empezado, pero al final era como el cuento de Fuenteovejuna, que el grupo entero estaba metido hasta el cuello; y nuestro bicho de la suerte, era una lagartija que estaba ya consumida por el tiempo; nuestro noticiero, en donde cada personaje del aula tenía su historia, con nuestra locutora de siempre, Tuta.
O ese día en que nos agregaron adjetivos obscenos a nuestro cartel de Letras Fieras y el Yosvi se empeñaba en quitarlo con furia; las libretas de frases de Papito Botellón que tenían algunas; las conjuntas, los chequeos de emulación, el famoso concurso de belleza, en donde una de las nuestra llegó hasta la competencia del bloque central, los enfangados cumpleaños, sino pregúntenle a Amnet, ese fue uno de los peores que vi; nuestras charlas a las 10:30 pm, que a veces se extendían unas horitas nada más, bueno… el: Yo no lo conejo de Raisa, los ronquidos estrepitosos de Mirelys, los amores de cada una de nosotras.
Las conferencias entre cubículos, en donde abordábamos todos los temas; la apatía de Alberto, nuestro “querido” director; el temible Medardo; la sonrisa de Pedro el de trabajo.
En fin puede ser que no fuimos la más grandiosa graduación, la que mas premio logró, la que ganó todos los chequeos de emulación, pero no la cambio por ninguna; y si existiera una máquina del tiempo y me diera la oportunidad de empezar desde esa fecha, sin pensarlo 2 veces, estudiaría de nuevo allí..