Omar González González
Años de estudio: 2005-2008
Graduación XXXIV Aniversario
Estudios actuales: 1er año de Lengua Francesa, Facultad de Lenguas Extranjeras de la Universidad de La Habana
Estar en la Lenin significa mucho para todos los que pasamos por esa etapa tan hermosa, a veces por el mero hecho de habernos hecho hombres y mujeres durante nuestra estancia en ella y por haber vivido allí nuestra adolescencia y temprana juventud, así como la formación de nuestra personalidad, momentos de la vida que son bellos en cualquier lugar.
También por todos los buenos momentos: los primeros amores, las escapadas y actos contrarios a lo establecido pero muy divertidos (al menos yo era un niño inocente cuando entré), las conversaciones interminables sobre cualquier tema, desde los más comunes como “jevitas” y chismes hasta problemas globales, metafísica, arte, filosofía existencialista, etc.; la cantidad enorme de muchachas bonitas, las buenas condiciones de vida, las recreaciones, los juegos y la “jodedera” en los albergues, las incursiones nocturnas a los albergues de las hembras, los encuentros amorosos en tantos lugares (la escuela tenía al menos en mi tiempo más de 20 lugares donde realizarlos) y por supuesto el excelente claustro de profesores y los recursos a nuestra disposición que permitían un mejor aprendizaje.
Pero para mí no solo implicó eso: El conocer tanta gente diversa de tantos lugares y medios familiares me enseñó mucho, ahí lo mismo encontrabas cristianos protestantes y adventistas del séptimo día, que practicaban sus cultos a las 5 de la tarde en el bosque de la Amistad, que hacían sus cánticos delante de todo el mundo, realizaban su labor proselitista, defendían a ultranza sus creencias, e incluso tenían problemas de pareja por su convicción de llegar vírgenes al matrimonio, también católicas famosas no precisamente por su castidad, pero que los domingos iban a misa; satánicos que realizaban rituales macabros y sexuales en el mismo bosquecito, pero de madrugada; gente con aspiraciones de grandeza; fieles fanáticos y detractores acérrimos de la Revolución (y otros que fingían ser lo primero por conveniencia); gente con todo tipo de orientaciones sexuales, algunos confesos, otros y otras reprimidos, pero que aún así podían ser excelentes personas; gente que se mataba estudiando para salir bien y otros que conseguían (filtraban) las pruebas; camajanes e hijos de papi, y pobres que querían hacer lo mismo que estos y no podían.
Al convivir con tanta gente diferente e intercambiar tantas ideas aprendí a tener una mente abierta y empática; a repartir mi tiempo; a respetar gustos y creencias ajenas; a que lo que yo creo o me gusta no tiene por qué ser lo correcto o lo mejor solo por eso, a reconocer cuando me equivoco, a que nadie es bueno bueno ni malo malo, a que generalmente los que tenemos por malos hacen lo “malo” pensando que es bueno porque están equivocados (y a veces porque los equivocados somos nosotros), y a que toda obra e idea humana (excepto esta, claro) está sujeta a errores. Allí aprendí a luchar por lo que creo, a ser rebelde cuando hay causa, a saber discutir y argumentar una posición sin ofender ni llegar a la violencia verbal, a que siempre entre los jefes hay un “pillo” que le da la vuelta a los asuntos para que todo lo malo sea culpa de otros, a que los jefes prefieren estudiantes disciplinados y obedientes antes que inteligentes y conscientes de las cosas, a reconocer y rechazar la hipocresía, la demagogia, la doble moral y la manipulación. A través de esos 3 años tuve múltiples experiencias en las que adquirí y ratifiqué esos conocimientos.
Puedo parecer pesimista, o que no disfruté la escuela, nada de eso, la disfruté muchísimo y viví muchas cosas bonitas, pero ya que la gente solo habla de lo rico y lo positivo, es útil que alguien hable de lo “fula” y lo negativo (que no lo es tanto si se mira por el lado de la experiencia adquirida), también hice amigos y amigas entre toda esa gente diversa que aún me duran, seres con los que conviví 3 años compartiendo comida, cubículo, problemas, retenciones de pase, aula, ideas, borracheras, salidas, fiestas, personas que son como mi familia, a quienes verdaderamente espero ver envejecer y progresar en la vida.
La Lenin fue para mí la mejor etapa de mi vida hasta ahora, pero lo que la hace tan excepcional, importante y entrañable para todos los que estuvimos allí no es la institución, ni el lugar, sino su gente, de ahí la utilidad que le veo a este proyecto tan bonito que nos permite reencontrarnos unos a otros, a nosotros mismos, y como dice la canción de Adrián Berazaín: al pedacito de nosotros que dejamos allí.