Jorge Daniel Villa Hernández
Años de estudio: 1982-1988
Graduación Aniversario: XIV Aniversario, 1988
Estudios realizados:
Ingeniería en Telecomunicaciones / Máster en Telemática
Profesión actual:
Ingeniero en Telecomunicaciones. Supervisor de Telecomunicaciones de la Red Nacional de Universidades (REDUNIV) del Ministerio de Educación Superior (MES) de Cuba.
Los años que creo ninguno cambiamos
A la memoria de Juan Manuel Mozo Cañete (“el Cuco”)
y Javier “el Papa” Marrero, entrañables amigos, leninistas siempre…
La verdad es que la escuela Lenin ha sido fundamental y definitoria en mi vida. No puedo considerarla como algo del pasado, pues en este tiempo, he tenido más de un sueño que me ha llevado otra vez por aquellos pasillos largos y brillosos, por aquellas etapas de despertar, de conocer, de compartir. La Lenin ha estado ligada a mi vida de una u otra manera, y sinceramente no cambio por nada, aquellos años que viví allí. Puedo asegurar sin temor a equivocarme, que muchos de mi generación sienten lo mismo.
La escuela Lenin
Me matriculé en la escuela con 11 años (a fines de agosto de 1982), para cursar el séptimo grado. Solamente conocía a Fernando Belén (mi compatriota de la primaria), a David y Ángel Luis (de la primaria frente a la mía), a Cuco (mi vecino del barrio) y a dos o tres mas que había conocido en Tarará. Fui de los antepenúltimos suertudos en ingresar a la Escuela Vocacional Vladimir Ilich Lenin para cursar la secundaria y el pre. Pocos años después, en 1986, se convirtió en Pre-Vocacional de Ciencias Exactas (IPVCE).
En aquellos años en que éramos algo mas jóvenes que ahora, dentro de la escuela los únicos intereses que teníamos, además de tener más de 85 puntos de promedio para mantenernos en la escuela, era divertirnos, en su momento ser el que más rápido armaba el cubo de Rubik, armar “la burda” en la merienda, jugar 4 esquinas, estar en la «pepillá» con el Hit Parade, el FM, el rock, la música de moda, el bailecito, las jevitas y las fiestas (aquellas en que había un ponche con una botella de ron diluida en un cubo de refresco instantáneo y una buena grabadora era tremenda fiesta). Por entonces no había esas afinidades «por los que tienen» y «por los que saben», que suelen verse en la universidad y etapas posteriores; a pesar de que si había quienes tenían y quienes sabían. La Lenin fue mucho más que una secundaria y un pre-universitario: fue una escuela para la vida.
Pienso que la escuela tuvo varias virtudes fundamentales, que puedo intentar resumir en lo siguiente:
1- Reunir gente «sana» con intereses intelectuales. Aunque había gente genial, ser un «super cabezón» no era el objetivo principal de la escuela, para eso estaba la Humboldt; pero siempre llevar el monograma rojo en el brazo era una forma de distinción en la calle (la verdad es que para la mayoría de los otros estudiantes de la ciudad, “los genios” estaban en la Lenin). A pesar de la variedad de orígenes, razas, conocimientos y opciones de los alumnos, esa preselección para entrar a la escuela, implicaba crear una comunidad en que teníamos cosas en común, muchos temas de conversación, diversas formas de entretenerse, lo cual hizo que la gente se pudiera compenetrar muy rápido y facilitara la adaptación a la escuela. Es muy interesante ver como uno puede identificarse con gente que estudio en la Lenin años antes o después, pues hay muchos códigos que se repiten.
2- Obtener una independencia muy completa. Nos permitió desde edades muy tempranas, crear una gran familia: nosotros mismos. Prácticamente no parábamos en la casa, porque cuando salíamos de pase el viernes, íbamos a la playa el sábado (con los de la escuela), y a la fiesta el sábado por la noche (con los de la escuela) y el domingo de nuevo para la escuela. Claro, los padres y familiares también se incorporaban a la familia leninista, y algunos iban a supervisar de vez en cuando por la escuela, y un poco a “controlar” en las fiestecitas (sobre todo los de las hembras). También eran geniales los cumpleaños colectivos (donde las empanaditas de guayaba que hacía mi mamá, eran sumamente populares). A veces no tan buenas las reuniones de padres (aunque siempre servían para tener refuerzos alimenticios); pero en general, los padres entendían y aceptaban que uno no anduviera en la casa mucho tiempo.
3- Una formación vocacional muy completa. El diseño curricular original me parece fabuloso. No solo estaban las asignaturas que cursábamos, sino que había círculos de interés, actividades extraescolares (cultura, deporte), concursos, superación política, así como tareas productivas. Nos tocaba mantener la escuela limpia (con lo que uno va desarrollando habilidades en ese tipo de tareas), y nuestro huerto y nuestros cítricos aportaban a la alimentación de la escuela. También existió una industria deportiva que abastecía de ropa a parte del movimiento deportivo de base en la capital; y una fábrica de radios, que ensamblaba los Juvenil 80 y Siboney, que luego se vendían a la población en la red comercial (y que por suerte funcionaban).
4- Elevado nivel de disciplina. Ciertamente estrictas normas disciplinarias (horarios, aspecto físico, comportamiento, uniforme, etc.).Fundamental la organización de la escuela, el cumplimiento de actividades. Había sanciones más simples (reportes en la tarjeta de conducta), sanciones intermedias (consejos educativos) y sanciones graves (consejos de disciplina, que podía implicar la expulsión del centro).
5- Excelente claustro de profesores. Aunque siempre hay alguna que otra excepción, pero como promedio, todos los profesores estaban muy bien preparados (eran licenciados o estaban cursando la licenciatura), y el nivel de exigencia era grande, tanto por la cantidad y calidad de trabajos a desarrollar, como por el rigor en las evaluaciones. Claro, el balance de fuerzas siempre era complicado, porque entre la genialidad de algunos alumnos, los disparates de otros, y las ocurrencias, sobre todo para inventar sobrenombres a los profes, hacían más divertido todo. De ahí “nombres” tan divertidos (para nosotros, claro está) como “el cochinanga”, “el hornilla”, “la vehicle”, “el topo”, “el sonrosado”, “el ducha”… entre otros que por obvias razones no pueden ser incluidos, pero que con seguridad acudirán a la mente de todos, entre anécdotas y risas. La excelencia de los profes, no solo era dentro del aula. Muchos lograron tener una amistad con los alumnos, y muchas veces eran “los padres” a quien pedir un consejo. Recuerdo con mucho cariño a Luis Lorenzo, el profe de Dibujo Técnico en 7mo grado, que no logró que yo dibujara (eso hubiera sido un milagro), pero evitó que varios alumnos (sobre todo muchachas) abandonaran la escuela tempranamente al verse lejos de su casa.
La escuela Lenin y yo
La formación integral que allí obtuve, me permitió ante todo, ganar una preparación excelente para la vida; con los exámenes de ingreso a la Universidad (que comenzaron en mi año) como primer gran reto, y sin problemas pude estudiar lo que deseaba (Ingeniería en Telecomunicaciones). Mediante los conocimientos que había obtenido al ser de la especialidad de Matemática cuando se hizo la conversión a IPVCE, y en general toda la preparación, pude pasar sin problemas todo el ciclo básico de la carrera, y tener muy buen rendimiento en las demás asignaturas. Por supuesto, el rigor disciplinario que traía de la Lenin (en cuanto a asistencia y atención a clases, así como en el cumplimiento del horario), unido al hábito de estudiar diariamente, la familiaridad con la biblioteca escolar, y la independencia para organizar y ejecutar mis actividades tuvieron un peso fundamental en este resultado.
En la Lenin empecé en el atletismo (en 8vo grado), con Rogelio Guerra, el entrenador del equipo de la escuela. Era velocista, de 100 y 200 metros planos (aunque lo que más me gustaba era correr el relevo 4×100 junto a Mauricio, Otman y Ojedita; en el que no había manera que nos ganaran en “Los días de la emulación”, primero en la unidad 1 y luego en la 6). Pude participar en diversas competencias de categorías escolares y juveniles, muchas de ellas en el estadio Pedro Marrero (el único con pista sintética en la capital por aquel entonces). En la CUJAE seguí en el atletismo, aunque con menos intensidad por el fuerte ritmo docente, pero tengo 4 medallas de oro y una de bronce en el relevo 4×100 en los juegos deportivos de la CUJAE, en unión de Mauricio y Céspedes (ambos ex-leninistas). De cualquier forma, la Lenin estimulaba mucho la realización de ejercicios físicos (teníamos terrenos para todos los deportes). Ese gusto (que aun me dura) por el deporte y la estadística deportiva (y en particular por el atletismo) se lo debo a esa escuela.
Discrepo en la proyección (incluso promovida en televisión) que presupone que las ciencias exactas son el pilar único para “crear científicos”, pero por suerte, la Lenin de mi época se encargo de ser rigurosa con todos, aun en las asignaturas de letras. Gracias a ello, pude leer muchas obras de la literatura universal, y aunque ya llegue a la Lenin con él, se exacerbo en mí, el gusto por la lectura. Recuerdo que muchos llevábamos libros y nos los prestábamos, y se armaba la cola para leerlos y había que leer rápido. Inolvidables aquellos libros de Agatha Christie que llevaba “el Papa” en la secundaria, y que todos devoramos, y luego cuando nos dio a Ángel Luis y mi, por la Segunda Guerra Mundial en el pre. Por supuesto que todo esto contribuyo a una buena ortografía, redacción y amplio vocabulario y conocimientos, que tanto en la carrera, como en mi vida laboral, me han ayudado, pues parte de mi trabajo lo realizo en actividades docentes (de pre y postgrado. Tampoco puedo olvidar las excelentes clases de idioma, que además de servir para aprender (sin “forros”) algunas de las canciones de moda, inculcó conocimientos sin los cuales no hubiera podido aprobar satisfactoriamente asignaturas de la carrera, pues desde primer año teníamos textos en ingles. En mi profesión, casi todo lo nuevo está en ingles, y por ello lo utilizo muchísimo en el trabajo diario, así como en la comunicación con otros especialistas, ya sea por medios electrónicos o en eventos científicos dentro y fuera del país; momentos en que Historia y Geografía, resultan asignaturas imprescindibles.
También el aspecto cultural desarrollado en la Lenin me ha marcado en determinada medida; primero que todo porque el propio diseño de la escuela facilitaba el acceso al mundo cultural en todas sus manifestaciones. Estando allí me vinculo a talleres literarios que existían en la ciudad (a veces a uno le da por escribir o por lo menos intentarlo) y también me atrapó el mundo de los trovadores (conociendo cada vez mas ese género, e intentando poner un poco de acordes de manera autodidacta, pues en casa tenía una vieja guitarrita que tocaba con destreza mi hermano mayor; porque era bien difícil aprender con la profesora Tres Palacios en el bloque de cultura (no por ella, sino por los alumnos jodedores que siempre iban y llevaban un inagotable repertorio de bromas y chistes). Alguna vez en el pre, armamos el grupo “Los Pergollas” entre los varones del aula con Uriarte en la guitarra, e inventamos un par de temas conjugando frases, aprovechando el espíritu de canciones como “Hay que desmayar al que se pase de rosca” de la Banda Meteoro (muy popular en las transmisiones de la pelota por entonces). Era divertido También aprendí un poco del mundo del cine y el teatro (más bien a apreciarlos). Por supuesto que en la escuela era fundamental el baile (lo mismo el rock, el disco, el new wave, “el juanito”, las ruedas de casino o lo que fuera), y eso siempre garantizaba que te invitaran a las fiestas, y por supuesto, tener acceso a muchas de las muchachas más codiciadas. Imprescindibles para mi, los conocimientos en cuanto a raíces musicales, ritmos, conceptos y estética de todas las manifestaciones del arte, que obtuvimos en Educación Artística durante los 3 años de secundaria. Esto también me ha ayudado un poco a insertarme en el panorama cultural nacional como creador, a partir del hobby” de la fotografía.
Haciendo un balance, creo que lo más importante que obtuve en la Lenin fue la gente… esa otra familia. Por cuestiones diversas siempre fui popular (o “guaroso” según el argot de aquella época), y pude conocer mucha gente, de todos los grados, de todas las unidades, y en verdad me da gusto que la gente que he reencontrado luego de tanto tiempo, me recuerde con cariño. Hoy, la mayoría de mi familia, siguen siendo aquellos amigos de la escuela, aquella gente con la que sigo contando y que sigue contando conmigo. La Lenin tiene su magia, los lazos que se crearon allí no hay forma de romperlos. No lo han logrado ni el tiempo, ni la distancia (porque muchos no están residiendo en Cuba), ni las responsabilidades, ni las profesiones, ni los hijos. En fin, que me encanta que los años no hayan cambiado a casi ninguno (excepto un poco en el físico); pero cuando nos reunimos un grupo de «la vieja guardia» (da igual si en persona o por Internet), es como si volviéramos a los pasillos de la escuela, y en ese momento, no hay nada más importante, es un sentimiento que no se explicar, solo se siente bien dentro, muy intenso. En general todos sentimos la necesidad de buscar a los demás, de saber de todos, de enviar un abrazo. Por lo menos a mí, lo mejor que me pudo suceder, fue haber estado allí esos 6 años y haberlos conocido, y lo mejor que me sigue sucediendo, es no haberlos perdido.
Un abrazo grande,
Villa