Por: Maiza Solana Aboy
Años de estudio: 1996-1999
Graduación XXV Aniversario
Estudios realizados: 2004. Lic. Contabilidad y Finanzas, UH.
“A la vuelta de un recuerdo mi abuelita nos llevó…”, así versaba una vieja canción de la infancia, y precisamente eso estoy haciendo, simplemente cambiando el verso en dos palabras, “A la vuelta de un recuerdo mi escuelita me llevó …”
Después de 8 años, vuelvo a caminar por esos interminables pasillos que una vez formaron parte de mi diario andar por el IPVCE “Vladimir I. Lenin”, o simplemente la Lenin, como le llaman todos.
Escribir sobre mis tres años en aquella escuela constituye una tarea de titanes, ya que son tantos los recuerdos que acuden a mi mente en estos momentos que corro el riesgo de dejar fuera algún que otro episodio o persona querida.
Llegué a ella después del conocido, largo y tormentoso proceso para entrar en la Lenin, quien no ha pasado por el sufrimiento de las pruebas de ingreso, la publicación de los listados con las notas, el saca cuentas, los “con tanto en el examen me da más cuanto de promedio”, y los padres locos haciendo escalafones probables.
Cuando al fin pisé el suelo de aquel centro, mi primer pensamiento fue hacia mi familia y el futuro que me deparaba aquellos tres años. Era la primera vez que me separa por tanto tiempo de mi casa, solo durante las escuelas al campo y las mismas no duraban más de un mes; además, no estaba acostumbrada a valerme por mi misma, y allí tendría que crecerme porque no eran solamente las obligaciones con los estudios, que no eran nada fáciles, era también luchar por la vida en una etapa en que los jóvenes pasamos por nuestros peores momentos, “LA ADOLESCENCIA”. Unido a eso, la responsabilidad que llevábamos sobre nuestros hombros ya que allá no estarían ni mamá ni papá para obligarnos a estudiar y levantarnos temprano, allí todos éramos iguales, y teníamos que responder por nuestros actos y asumir las consecuencias de los mismos.
Aprendí a convivir con todo tipo de personas, educadas, chusmas, egoístas, autosuficientes, gente alegre, introvertida, (en fin, con todo tipo de caracteres, algo que me ha ayudado por el resto de mi vida), ya que he logrado entender y comprender en ciertos momento el temperamento de alguna que otra persona.
Mis profesores se convirtieron en padres y amigos: a Medardo le debo el saber que no sé nada de Español-Literatura, el amor por los libros y el encontrarme entre las pocas personas que, emocionadas, caminaron por los parajes haitianos junto a Makcandal en “El reino de este mundo”; a Pancho, la paciencia al impartirnos la Física; a Neyla, mis escasas frases en Francés; Ada Llaneras y su incontrolable intranquilidad, que nos llevó por los parajes de la Historia. Se me quedan muchos por nombrar, y creo que no me alcanzarían las dos cuartillas para ello, pero no quise dejar de homenajearlos por su dedicación y entereza al educar y guiar a miles de jóvenes.
Recuerdo que hubo momentos en que deseé estar en la calle, cerca de los míos y siempre hubo una mano amiga que me supo guiar y darme la fortaleza para seguir adelante. A medida que se acercaba el día de la despedida, los momentos de tedio se hicieron mayores, al igual que mis deseos por terminar. Inmensas fueron las lágrimas que brotaron de mis ojos cuando llegó el momento del adiós, y más cuando supe que nos habían adelantado la noche interminable porque la escuela era el centro escogido para el hospedaje de unos delegados a cierto evento, que hoy no logro recordar. Al amanecer la plaza de formación era un nido de pequeños hombres y mujeres que se abrazaban y lloraban, sin temor a mostrar un ápice de debilidad: sabíamos bien que ese era el adiós definitivo. La inmensa mayoría no nos volveríamos a ver.
Hoy, al cabo de tantos años, siento un inmenso orgullo al encontrarme con aquellos compañeros que se encuentran laborando en todas las esferas de la sociedad: médicos, que con apenas 26 años ya son internacionalistas; dirigentes de organizaciones estudiantiles; oficiales de las FAR y el MININT; periodistas; economistas; psicólogos, etc. Tal vez en un futuro no muy lejano alguno de nosotros sea quien descubra la cura del SIDA, o cree algún invento de última generación, los conocimientos, el trabajo en equipo y la fuerza de voluntad no nos faltan, nos lo enseñó la Lenin.
Solo se que si algún día vuelvo a nacer y me tengo que becar, de existir el IPVCE “Vladimir I. Lenin”, volveré a recorrer sus pasillos y nuevamente, Nacer.
Fuente: Proyecto Cultural Retorno(s)
Abel Molina Macías