Por: Lic Juan Carlos Rivera Quintana
Curso 1972-1978) – Graduación IV
Buenos Aires, Argentina
Aclaro que escribo desde la rabia y el pesimismo, desde la amargura, después de haber cortado el cordón umbilical con la isla definitivamente. Soy egresado de la Escuela Vocacional Vladimir Ilich Lenin, de Cuba y no me interesa lo que pase con ella y su futuro.
Viendo por las noticias recientes la posibilidad de que dicha institución educativa cierre sus puertas y en las condiciones en que está ediliciamente y lo abandonada que se encuentra no me viene otra cosa a la cabeza que aquella escuela deteriorada, derruida casi no es más que una metáfora del sistema, de lo que se ha convertido la revolución más contrarrevolucionaria del mundo, que fue mi sueño también y por el que incluso en algún momento arriesgué hasta la vida en mis responsabilidades profesionales como periodista y corresponsal de guerra.
Más que una escuela me preocupa el país, mis hermanos que viven allí, la dinastía castrista anquilosada en el poder, los burocráticas de turno, los ministros corruptos y vive bien, la falta de transporte, la falta de comida y de todo lo necesario para tener una mejor calidad de vida para el ciudadano, la falta de libertades individuales y el deterioro educativo y sanitario.
No fui feliz en La Lenin, porque el edulcorado centro estudiantil era una reservorio – como lo es todo en la vida- de gente mala y gente buena, de buenos amigos y de rufianes, ladrones, copiadores de exámenes, delatores, extremistas, abusadores de toda laya, chicos prestos al bullying y todo cuanto de terrible hay en cualquier sociedad.
Entonces pretender que la Lenin es el modelo de la perfección humana me subleva y no hace más que mostrar la hipocresía del propio sistema y la banalidad del mal. Vi allí a chicos suicidas, buenos chicos; uno en particular acusado por un director extremista de ser contrarrevolucionario por cortar unas calabazas en el huerto, lo vi colgado de un baño, durante una trágica mañana y era el mejor de mi clase, un genio en física y química; fui testigo de chicos expulsados “deshonrosamente” y sometidos al escarnio público por estar en un baño con otro chico porque al hombre nuevo no le podía gustar otro de su mismo sexo; también observé gente que robaba cuadernos en los días de exámenes para estudiar y fui testigo de las peores conductas indecorosas que vi en mi vida. Ni en la guerra vi tanta miseria humana junta.
Sé que lo que digo molestará, no me importa y me atengo a lo que quieran decir y a los improperios que quieran proferir los que viven llenos de odio hacia quien piensa distinto, porque creo en la pluralidad de voces realmente y por eso dejé de hacer periodismo en la isla y me largué fuera, en un autoexilio del que no me quejo.
Ahora al ver las fotos del deterioro y leer las noticias no se me movió ni un pelo, hasta cierta sonrisa se me dibujó en el rostro y sólo pensé que- al menos- se acabó la farsa educativa de un proyecto pergeñado por un cerebro testicular que todo lo definía y que persistía en sus errores, a pesar de tener los ejemplos negativos cerca.
No crítico a quién piensa distinto, cada quien tiene su derecho a pensar, al menos eso es un valor que nos inculcaron, como el leer e informarnos.
Ahora, cuando por Fb y las redes sociales veo a mis compañeros de clases fuera de la isla, regados por el mundo haciendo sus vidas, muchos felices, en gran cantidad… cientos de miles no hago más que corroborar que la mujer y el hombre nuevo fue una utopía patológica, un invento marketinero para vender una revolución, que no era más que un proyecto errático, anómico, detenido en el tiempo, abúlico y necrosado.