Por: Damian Delgado
Años de estudio: 1998-2001
Graduación XXVII Aniversario
Estudios realizados: 2007. Lic. en Derecho, UH.
Profesión actual: Abogado.
-¿Y tú, donde creciste?
-En todos los lugares.
INTRO
Cuando por fin tuve la certeza de que estudiaría allí, me di cuenta que había llegado el tiempo de crecer, de hacerse grande, o de lo que es lo mismo, despedirse por fin de Peter Pan o de hablar de una vez con el camaleón a ver si acababa de mudar la piel. Conclusiones: No quedaba otra que becarse, y no era en un lugar cualquiera, sino en uno al que el mito perseguía cual si fuera su mismísima sombra; aquello no debía ser, ni era remotamente lo mismo que las escuelas al campo de la secundaria. Mi entrada al pase era un hecho inminente y ahí si que no se podía andar en la bobería.
– I –
Escribir mi testimonio de la Lenin, desde la impronta que dejó en el ser humano que soy yo. Está duro eso. Tratando de ser muy práctico diría que fueron todos los momentos que allí viví, así como la gente que conocí. Sin embargo, siendo dialécticamente correcto tendría que decir que me transformó en un producto con el que luego tendría que lidiar –no sin trabajo- la universidad, donde digo yo, de manera muy filosófica por cierto, que si se extrapoló definitivamente y de manera irreversible mi yo interno en un grado de madurez superior, o al menos eso creo, al mundo exterior. Ahora, no hay que quitarle méritos a la Lenin; ya lo dije, ahí estaba ocurriendo el lógico proceso kafkiano metamórfico. Nada, que en la Lenin uno estaba en la urna-burbuja, siempre como un limpiapeceras, aprendiendo y absorbiendo de los cuatro puntos cardinales de aquella (i)rrealidad. Era puro eclecticismo. Y como no serlo, si ahí confluyeron los más ilustres hijos de los quince municipios, con sus respectivas tradiciones, códigos y folklores a cuestas. Por ejemplo, mi primer impacto impactante, primer día de clases: Grupo 35, una simple mirada a la composición del aula: dos varones –contándome- , treinta hembras. Per cápita alto, como para volverse loco. Distribución geográfica: Boyeros, Centro Habana, Guanabacoa, Playa, Plaza. Mezcla explosiva como quiera que la pongas, pura adrenalina, para volverse más loco todavía. Por supuesto, no demoró casi nada la imposición del matriarcado como forma de gobierno. El cubículo es otro buen ejemplo, entre 10 que éramos, de la noche a la mañana, y de la mañana a la noche se desdibujaron las fronteras de Jesús María, Regla, Lawton, Miramar, Reparto Eléctrico, Santiago de las Vegas, el Vedado, Juanelo y Manatí (Las Tunas). Agnósticos, cristianos, ateos, yorubas y militantes, formamos una familia unida en las buenas y malas, bajo el imperio del Dios de la jodedera constante en aquel lugarejo sagrado, donde se dio el mejor chucho de toda mi vida. Además, ese cubículo era el puesto de mando de lo divino y lo imposible, donde se trazaban estrategias de conquista, reconquista, y hasta recontraconquistas, se confesaban confesiones de grandes, se repartía el mundo, incluso se arreglaba y al día siguiente se volvía a dejar, quieto, en su posición anterior. Era un salao laboratorio de la vida, un tubo de ensayo del más allá que nos esperaba allende la carretera del Globo.
Allí convivieron además, junto a nosotros, como buenos hermanos, Carlos Varela, Marc Antonhy, Shakira, los de Mana, N´Sync, los Cranberries, Ricardo Arjona, Cuba Tonight, Silvio, Ricky Martin, DLG, Andy-Vargas-el-de-la-Coco-cada-vez-que-jugaban-los-azules, Red Hot Chili Peppers y la samba del diablo. Incluso, aunque nunca se lo agradecimos, se recuerdan aquellos de pie en tiempo de full metal con que un rockero empedernido, de pelo rojo, nos bendijo el despertar unas cuantas veces. Y no solo ellos, también andaban por ahí, haciendo de las suyas, Benedetti, Mario Puzzo, Galeano, Frederick Forsythe, Daniel Chavarría, Isabel Allende, Stephen Hawking, Mario Conde, Alexandros, Jean Valjean y Juvenal Urbino, y entre col y col, también el viejo Verde, Fornaris, los Picolinos y Protoplaneta. Era increíble, todos juntos; seres fantásticos, hijos tanto de la imaginación, como de la realidad. Y aquello era además puro surrealismo, porque tan pronto entrabas a un laboratorio de Física y te encontrabas que los aparatos para los experimentos eran de cuando la inauguración de la escuela; que el Bloque Central parecía detenido en el tiempo con su frase de Marx sobre la metafísica (que vine a entender mucho tiempo después); y que decir de las guaguas Girón, que hechas leña como estaban uno les cogió tremendo cariño, sobre todo cuando las veía parqueadas los días de pase; o de los bolcheviques, aquel ajuar exclusivo que en su caso si era totalmente reglamentario y que había que ponérselo de todas todas aunque solo fuera para poder dormir en las gélidas temperaturas de invierno de aquel lugar. Por otro lado, estaba aquel bosque de la amistad, con su ambiente místico, digna sede para un auténtico aquelarre, y en el que firmemente creí, en medio de toda suerte de conjuros que podría aparecer sin mayores dificultades hasta el mismísimo Unicornio perdido de Silvio. Claro, de vuelta a la realidad, lo único que aparecía por ahí, eran las ocas, los chivos pastando y preservativos usados tirados por cualquier lado.
Yo no sé si seré un aficionado irremediable a la nostalgia, pero a pesar de la vuelta de hoja necesaria que pide el poeta, la Lenin se puede vivir otra vez desde el recuerdo, se quedó detenida allí, en los finales del siglo, con sus colores sin matices, sus olores todos; sus pasillos-espejos del docente por tanto brillador que se le pasaba; con su cine tan caluroso como acogedor si de asustar a media escuela con la proyección de Resplandor se trataba; con su grito de ¡Los marcianos!!! después del parte físico; su leyenda de la huelga exigiendo el derecho a la recreación; sus profesores inigualables; sus personajes célebres, su fauna, los que se hacían los cabrones y los que no lo serían nunca, y como en una unidad y lucha de contrarios los pastranos y los postalitas, binomio que parecía excluir sencillamente a los normales; su cuartelaría; autoservicios, la pincha en el campo y el logaritmo en el pie; el día que tocaba izar la bandera; sus matutinos, diarios y generales; sus neblinas del ayer y del calor; sus mariposas technicolor; su ángel para un final; sus óleos reales de mujeres desnudas sin sombreros y sin sombrillas; sus madrugadas; sus liberalidades underground, y su estricto régimen oficial, viviéndose y reinventándose en las guardias, en aquella cochiquera, en la que un compañero de guardia que no conocía, futuro biólogo, me presentó a Marilyn Manson y en aquella guardia fue imposible dormir nada; en la piscina en la que si me logré bañar, o en el tanque de clavados, ideal para jugar handboll, aunque el juego fuera interrumpido lo mismo por las lluvias que se estancaban en su fondo, que por los bienvenidos instructores de arte que les encantaba ponerse a corretear por ahí, o hasta por el mismísimo Sospedra, de recorrido por la escuela, controlando la legalidad.
– II –
A estas alturas de la escribanía, pienso que debo intentar ser breve, pero es que igual se me dificulta resumir la significación de tres años de vida del adolescente imberbe que ya en el futuro no lo sería tanto, y que a diferencia de una pila de gente no creció más, ni se puso más fuerte, ni siquiera aprendió a bailar casino, pecado capital para cualquier leninista de pura cepa. Porque así era aquella Lenin, en la que siempre se podía aprender de todo y de todos si uno se lo proponía, no importaba aquel temor omnipresente del ¿y si me cogen? En cualquier cosa te podían coger, pero igual, valía la pena el riesgo, la felicidad no podía esperar, menos a esa edad y en aquel lugar; se tenía mucha prisa por vivir. Y creo yo que el mejor testimonio, es aquel en que el uno echa afuera todos esos recuerdos-demonios que crecen mientras más uno piensa en ellos, que aunque inconscientemente uno lleve consigo, no siempre les hace justicia, en un ejercicio descorazonador como este. Y vuelvo a evocar lo que escuché y hablé en sus tertulias improvisadas, o de la satisfacción de haber podido asistir al despertar trovadíctico de Adrián, el Berita y de Juan Carlos, delirando sus fiebres poéticas y musicales, y compartiéndolos gustosos, con todos los que estuvieran dispuestos a contagiarse con ellos. O de cuando íbamos a rescatar a Eliancito, una y otra vez, al Malecón, a exigir libertad para mi niño, y los camellos esperando a las cuatro de la mañana, y el promedio bajando a su desantojo. Y las latas de jurel chileno, con o sin salsa haciendo cola en la taquilla, esperando ser sacrificadas en el comedor, excepto los jueves, en que nos deparaba el pavo, de hule; el más seco y sabroso a la vez, que me pude comer aquellos jueves. Y también acude presuroso el recuerdo de aquel boletín que mereció más de nosotros y que soñó con que nosotros éramos sus periodistas; objetivos voceros del estudiantado, El Novatos, al que quisimos y defendimos pese a todo y con el cual tuvimos que pagar la novatada, cuando de una vez y por todas se nos presentó en cuerpo y alma la mismísima censura. Mucho gusto.
La Lenin, el santuario de los hijitos de…, profesionales y obreros, aunque en honor a la verdad abundaban más los primeros, sin embargo, todos estaban allí conviviendo juntos, y por igual iban a los mismos totos. Por cierto que esta última palabra siempre había tenido para mí otro significado bastante diferente del que se le atribuía allí. La Lenin que debe ser hoy de los pocos lugares en que la palabra emulación cumple su significado en la práctica, provocando verdaderas batallas campales, ganas de ganar, con sus módulos culturales, la selección de la chica Lenin, sus conjuntas, sus épicos juegos de basket, de fútbol, de conocimientos o de lo que fuera en que se pudiera competir. Al final se daba el veredicto, y después ardía Troya, y empezaba la guerra otra vez. Los de 12 apadrinando a los de décimo, y los de onceno solos, hasta el próximo curso, en que se invertían las posiciones, y así sucesivamente, curso tras curso, hasta el fin de los días. La Lenin, con su legado, que aparte de todo lo anteriormente dicho, está para mi mucho más allá del eco que retumba en las paredes de aquel laberinto de hormigón armado, y es precisamente esa capacidad de hacernos sentir en una confraternidad, toda la gente que pasamos por allí, se conocieran o no, y que después se ven por la calle, o donde sea que se vean, y se saludan, y se dicen: ¡Coño, mi hermano, tu eras de mi año en la Lenin!
– III –
Por fin, uno de sus buenos días leí uno de aquellos libros que me puso a pensarme como nunca antes, y por el camino conocí la amistad y el amor transgresores del tiempo y las circunstancias. De allí salí, con más imaginación que nunca, con ganas de escribir guiones y rodar películas, absorto como estaba con toda su rara atmósfera, de ese, aquel mundo de fantasía. Yo desde la distancia, miro para atrás, hacia sus días, y me parece que todo aquello no fue más que un sueño que nos soñó, como dijera Silvio. Pero las cosas no serían así eternamente. Solo dos meses después, estaba yo vestido de verde, con un AK en las manos, viendo en el noticiero, una y otra vez, hasta el cansancio, aquellas dos torres desparramándose hollywoodescamente. Esta vez, a pesar de la Lenin, si había llegado la hora de crecer.
Fuente: Proyecto Cultural Retorno(s)